POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE DE TELDE (LAS PALMAS)
(A la memoria imperecedera de Antonio Andrés Florido De La Nuez)
Lejos queda ya aquellos días, primeros de mayo de 1610, en que el Guardián del Convento de San Francisco de Asís de Las Palmas de Gran Canaria (por entonces sólo Las Palmas), cuando se acercó al Altozano de Santa María de La Antigua, en la Noble y Hospitalaria Ciudad de Telde. El superior de aquella comunidad franciscana, bien arraigada en la capital grancanaria, traía consigo el acuerdo de las autoridades locales teldenses por el que se le permitía, después de años de intentarlo en numerosas ocasiones, fundar un cenobio e iglesia para sus Hermanos Menores Franciscanos.
La Historia de la orden franciscana en Canarias va unida a las diferentes oleadas conquistadoras del Archipiélago. La presencia de los hábitos marrones ceñidos por el celebérrimo cordón de los tres nudos serían habituales en nuestras ciudades, pueblos y campos. Sin duda alguna, fueron ellos los verdaderos, aunque no únicos, evangelizadores de esta nueva sociedad, nacida del mestizaje entre aborígenes, europeos y africanos del continente.
Echando atrás los años, nos situaremos en la primavera-verano de 1483 y, tras el Acto de Incorporación de La Gran Canaria a la Corona de Castilla, ocurrido el 29 de abril, día de San Pedro Mártir de Verona, el Gobernador General de la Isla ordena que la antigua Telde canarii sea ocupada por la Real Hermandad de Caballeros de Andalucía. Así, los capitanes Ordoño Bermúdez, Pedro de Santiesteban, Hernán García el Viejo, el hijo de éste Cristóbal García de Moguer, y otros tantos tomaron para sí La Vega Mayor y aprovechando la existencia en ella de una torre defensiva realizada con piedras, cal y cantos de cantería parda, erigieron un fortín de muros almenados de mampuesto (del que aún hoy existe un tramo de unos veinticinco metros). Creando en su interior la primera Iglesia dedicada al Señor San Juan Bautista, germen de la actual Basílica Menor del mismo nombre. Para administrar los sacramentos de la naciente comunidad se eligió a Fray Juan de la Orden de San Francisco de Asís. Este buen sacerdote, se convirtió por deseo de aquellos gentilhombres en el primer Cura Párroco de la Matriz teldense. Asistiendo a los primeros bautizos y matrimonios entre los aborígenes canarios y los nuevos moradores. Como así queda reflejado en una partida bautismal de 1503, hoy como ayer, custodiada en el Archivo Parroquial de San Juan Bautista de nuestra ciudad.
La magia del relato escrito nos permite un salto cuantitativo de algo más de tres siglos y medio y, como quien no quiere la cosa, nos sitúa en el nefasto año de 1836, cuando el ministro de Hacienda del Gobierno Liberal de doña Isabel II, don Juan de Dios Álvarez Mendizábal, lleva a cabo su controvertida Ley de Desamortización afectando de lleno y de forma gravísima las relaciones de la Sede Papal con el Reino de España. ¿Cómo perjudicó dicha norma jurídica a la Ciudad de Telde y su comarca? Pues…, ni más ni menos, que a otras tantas localidades y municipios, en donde existiera una propiedad eclesiástica y, más concretamente, aquellas que dependían del clero regular (frailes y monjes) y religiosas de las diferentes órdenes. No sólo afectaría a los bienes inmuebles (ermitas, oratorios, santuarios, iglesias conventuales, monasterios, abadías, conventos, así como a propiedades urbanas y rurales de éstos), sino también a los muebles (bancos, escaños, coros, sillas, mesas, roperos, armarios, altares, retablos, esculturas, tallas, cuadros, vestimentas; objetos de culto como: Patenas, cálices, isopos, incensarios, joyas de todo tipo, etcétera).
Si hacemos caso a los estudios que al efecto realizaron el doctor don Pedro Hernández Benítez y el también Cronista de nuestra ciudad don Antonio Hernández Rivero. Así como el fraile franciscano Padre José García, célebre investigador de la Orden, la susodicha Ley entró en Telde como elefante en una cacharrería, dando de lleno en la vida social, política, económica, sanitaria y educativa de nuestra urbe.
Es de todos conocido el amplio campo de actuación que el Convento Franciscano teldense tuvo entre nuestra ciudadanía. Los franciscanos erigieron iglesia que llamaron en un principio de Santa María La Antigua, aunque muy pronto la feligresía trocó por de San Francisco de Asís. Colindando a ésta por su parte norte, levantaron el convento, que si bien no fue de dimensiones tan nobles como los existentes en Icod de Los Vinos, Garachico (en Tenerife) y el de Santa Cruz de La Palma; sí llegó a albergar entre trece y veinte frailes. Dedicando éstos su tiempo a mantener una Escuela de Estudios de Filosofía, Lógica, Latín, Griego, Sagradas Escrituras, Gramática y así un número indeterminado de materias, que sirvieron a los alumnos más aventajados para abrir las puertas de algunas universidades peninsulares. Tal es el caso del doctor en medicina y célebre historiador, don Tomás Arias de Marín y Cubas.
También se afanaron en mantener abierto un taller, en donde se transcribían libros para los cultos sagrados, especializándose en el miniado de los mismos (Un ejemplo de estas exquisitas labores lo tenemos en el Cantoral de la Iglesia de San Juan Bautista de Telde). Y junto a las labores agrícolas y ganaderas asistían a los pobres de solemnidad, repartiendo entre ellos la llamada sopa boba, que no tenía más mérito que el calentar los estómagos vacíos. Entre los frailes había un buen número de sacerdotes y otros tantos hermanos legos. Los primeros atendían todos los sacramentos y actos litúrgicos/penitenciales, que se realizaban mayormente en la Iglesia Conventual, aunque es bien sabido que asistían paternalmente a todas las ermitas diseminadas por los diferentes pagos teldenses, léase: San José de Las Longueras, San Miguel de Valsequillo, San Roque, La Inmaculada Concepción de Jinámar y San Antonio del Tabaibal. Los legos dedicaban su tiempo y sus esfuerzos a labores más comunes de la vida cotidiana: ejercían de agricultores, limpiadores, cocineros, despenseros y en las loables acciones higiénico-sanitarias de curas de enfermos, bien en el dispensario habilitado para tal efecto en una casa cercana al Convento (hoy perteneciente a la familia Naranjo, marcada con el número cinco de la calle Portería), o en el Hospital de San Pedro Mártir de Verona, en la entrada misma de la Ciudad.
Pero retomando el hecho mismo de la aplicación de la Ley Desamortizadora, el cierre a cal y canto del convento franciscano trajo aparejado la expulsión inmediata de sus moradores y la dispersión de éstos, que no en pocos casos (mayoritariamente los hermanos legos), volvieron a las casas originarias de sus familiares, más o menos cercanos. Para los frailes-sacerdotes su paso a religiosos seculares o mejor dicho, curas diocesanos, fue la salida más común. Todas las propiedades fueron enajenadas por el Estado y para hacer ésto efectivo se crearon Juntas Desamortizadoras a nivel nacional, provincial y local. La de Telde estuvo dirigida por don Francisco Zumbado, quien fuera alcalde de la ciudad en varias ocasiones. El Obispado fue más que hábil a la hora de proteger los enseres de culto y así todos ellos fueron llevados a la parroquia matriz sanjuanera, y a partir de la creación de su hijuela de San Gregorio Taumaturgo (1948) repartidas entre aquella y ésta. Según los historiadores antes mentados, el templo conventual de dos naves fue dividido por un muro o tapial sencillo con estructura de madera y entre ésta, ladrillos de barro cocido, quedando la nave colateral derecha para uso religioso y la colateral izquierda para pósito, cilla o alhóndiga. En subasta pública se adjudicaría, tanto el edificio del convento como todas las tierras de labor que la orden poseía en Telde (alguna de ellas, conservan su topónimo original: Lomo de Los Frailes).
Sólo hubo que esperar unos quince o veinte años para que el templo franciscano, en su totalidad, volviera a ser del Obispado de Canarias. Según parece fruto del Concordato entre el Gobierno del Reino de España y la Santa Sede, siendo Presidente del Consejo de Ministros el extremeño Juan Bravo Murillo en 1851. Desde ese preciso instante el antiguo y destartalado templo franciscano, se convirtió en iglesia auxiliar de la parroquial de San Juan Bautista, manteniendo el culto dominical y celebrándose en ella las diferentes festividades, tomando éstas gran solemnidad en los días en que la Iglesia Católica Apostólica Romana exalta la memoria de San Francisco de Asís, Santa Clara de Asís, San Diego de Alcalá, San Antonio de Padua, Santa Rita de Casia, Santa Lucía Mártir y Santo Domingo de Guzmán. Sin olvidarnos, claro está, de la jornada dedicada a Nuestra Señora de La Antigua. Ya en el siglo XX se incluyó la celebración festiva de Nuestra Señora de Los Ángeles.
Debido a que en sus retablos, unos de madera y otros de cantería, se veneraban varias imágenes de los protagonistas de la Semana Santa (Santo Cristo de la Misericordia, Santo Cristo de la Cruz a Cuestas, Cristo Predicador, María Magdalena, María Verónica, Nuestra Señora de Los Dolores, etcétera) de aquí salían varias procesiones que recorrían las tortuosas y empinadas calles del barrio. Con el pasar de los tiempos, estas muestras públicas de Fe, fueron pasando al Barrio Fundacional de San Juan Bautista, quedando sólo la llamada Procesión del Silencio o de Nuestra Señora de la Soledad como devoción particular en las empedradas calles franciscanas.
Saltemos a finales de los años sesenta y principios de los setenta del pasado siglo XX, siendo alcalde de la ciudad don Manuel Amador Rodríguez de preclara memoria; y concejala de Cultura, la siempre recordada profesora doña Ana Rosa Fleitas Padrón. Es entonces cuando se llevaron a cabo las primeras obras de restauración de las tantas veces mencionada, iglesia. Estas labores fueron comandadas por don Julio Moisés y doña Pilar Leal, entre otros restauradores venidos de Madrid, bajo las órdenes de la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Educación y Cultura del Gobierno Central.
Por aquellos tiempos, era delegado provincial de Bellas Artes el prestigioso abogado y celebérrimo historiador don José Miguel Alzola González, quien animado por el humanista galdosiano don Alfonso Armas Ayala, director de los Museos Insulares del Cabildo de Gran Canaria, se empecinó en la total rehabilitación de este templo señero de nuestra Historia. Fue entonces, cuando se liberó de las capas superficiales de cal a las columnas y arcos de su interior. En 1973-74 se reconstruyó la espadaña existente sobre la portería del convento, pues ésta había sido derribada, sólo unos meses antes, por un fuerte vendaval. Ya en la primera mitad de los 80 del pasado siglo XX se llevaron a cabo sendas reposiciones de las antiguas techumbres, eliminando para ello las gruesas capas de tierra de zamora y sustituyendo éstas por tela asfáltica impermeable, y sobre las que se combinaron las viejas y nuevas tejas, dejando libre de humedades a todo el recinto. Al mismo tiempo, don Teodoro Rodríguez y Rodríguez, a la sazón Cura párroco de San Juan Bautista, logró una cuantiosa subvención para la nueva instalación eléctrica, así como para dotar al templo de una docena de extintores. Una de las medidas más aplaudidas fue el protegerla de robos gracias a un sofisticado sistema de alarma, que ha mostrado su eficacia en más de una ocasión.
En 1981 y por Real Decreto 1121/1981, de 6 de marzo, queda declarado Conjunto Histórico Artístico Nacional la Zona Fundacional de Telde, léase los antiguos Barrios de San Juan y San Francisco. Nuestro Ayuntamiento celebró por todo lo alto tal efeméride, aunque las alegrías de la ciudadanía se fueron diluyendo progresivamente al ver que los sucesivos gobiernos municipales poco hicieron por el óptimo mantenimiento de sus calles, plazas, tapiales, casas, palacios y edificios religiosos. A excepción de los años en que fue concejal de Patrimonio Histórico don Antonio Benítez Sanabria y arquitecto de dicha concejalía el también hijo de esta ciudad, don Diego Pastrana Álvarez. Después vinieron años de incertidumbre en el que algunos propietarios de casas y fincas se aprovecharon de la situación para construir chalets, piscinas, garajes y otras tantas infraestructuras totalmente ilegales, que se han seguido multiplicándose hasta el día de hoy, en la llamada Hoya de San Pedro situada entre los dos núcleos urbanos más arriba mentados.
Cuando en esa misma época se discutía el P.E.R.I. (Plan Especial de Reforma Interior) del Barrio de San Francisco, ya llamamos la atención (Carmelo José Ojeda Rodríguez y el que ésto escribe) en todos los medios a nuestro alcance del peligro que suponía el que sólo se protegieran los edificios civiles y eclesiásticos, dejando al libre albedrío del propietario/a, el funcionario/a y el político de turno, la decisión de qué hacer con las numerosas fincas, huertas y cercados. El tiempo nos ha dado la razón, muchas de ellas ya han desaparecido bajo nuevas construcciones, que no terminaron siendo casas unifamiliares, sino verdaderos edificios, el que menos de ocho viviendas y con alturas de tres plantas y a veces más, si se aprovechan del tejado para introducir bajo él alguna que otra buhardilla. Por lo que cada huerta o finca se ha convertido en un solar potencialmente edificable, como está pasando en estos mismos instantes en la huerta conocida por “de doña Abigail”, en el Callejón de La Fuente. Y nos duele decir que tales atentados han contado en todo momento con el beneplácito y complicidad de la Concejalía de Urbanismo y como no, también con la de Patrimonio Histórico.
En los años de bonanza económica, el M.I. Ayuntamiento de la ciudad pintaba anualmente de inmaculado color blanco las casas y tapiales de huertas y fincas; atendiendo también a las labores de carpintería de puertas y ventanas, aplicándoles pinturas de color canelo o marrón, rojo inglés y verde, sin olvidar a aquellas que necesitaban el barniz por ser de tea del pino canario con un resultado realmente bello. Estas labores de embellecimiento corrieron a cabo de los operarios municipales del servicio de Patrimonio Histórico y también de los numerosos alumnos de la Escuela Taller creada al efecto.
Llevamos casi doce años sin Comisión de Patrimonio Histórico, en ese tiempo, un sinfín de aberrantes obras se han llevado a cabo en todo el recinto monumental, y hoy ciertos tapiales y empalizadas han sido cubiertas con mallas de césped artificial para evitar así la visibilidad de supuestas obras clandestinas; y cuando no, el Ayuntamiento sustituye dichas empalizadas carcomidas por los xilófagos y termitas por vallas metálicas y plásticas colocadas. No digamos de la existencia de verdaderos estercoleros que, por aquí y por allá, adornan nuestras calles; llevándose el primer premio a la desidia y abandono la omnipresente Casa Honda, resto de vivienda aborigen, situada a la entrada misma de la calle Bailadero o Baladero.
legados a este punto, tenemos que aplaudir y así lo hacemos con todas nuestras fuerzas, la acción determinante de la Consejería de Patrimonio Cultural del Cabildo de Gran Canaria, a cuyo frente está don Teodoro Sosa Monzón, a su vez Alcalde Presidente del Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de Gáldar y su Director General, el Doctor don Juan Sebastián López García, también Cronista Oficial de la ciudad hermana, que en una acción sin precedentes y ante nuestra angustiosa llamada, han facilitado todos los medios económicos a su alcance para que el Obispado de Canarias realizara una minuciosa fumigación contra termitas y demás xilófagos, que ya venían haciendo estragos en la madera de techos, bancos, retablos e imágenes de nuestro templo conventual. Asimismo, y a la vista de que los roedores formaban parte del “elenco artístico” de dicho lugar, han ampliado su lucha contra los mismos.
Debemos reseñar que el Concejal don Eloy Santana Benítez, muy preocupado por el estado lamentable de San Francisco, ha llevado a cabo algunas acciones tales como: la limpieza a fondo del interior de la tan mentada iglesia, retirando de ella dos camiones de residuos sólidos que, por el paupérrimo estado, se habían convertido en un problema mayúsculo para la conservación de su Patrimonio Histórico Artístico. En otro orden de cosas, debemos alabar los trabajos realizados por la Concejalía de Alumbrado Público, dirigida por el concejal de la misma don Jonay López Montesdeoca, que ha ido sustituyendo o restaurando gran parte de las luminarias publicas existentes en las plazas y calles franciscanas.
La consejera cabildicia de Medio Ambiente, la teldense doña Inés Jiménez, intervino en la mejora de la huerta-jardín del convento, como también lo hizo en su momento el Concejal de Parques y Jardines don Álvaro Juan Monzón Santana. No deberíamos olvidar que el Concejal don Agustín Arencibia Martín ha estado ahí cada vez que se le ha necesitado, a través del funcionario don Marcos Monzón, que con esmero y plena dedicación siempre trata de mejorar el aspecto general del barrio, faltándole siempre para ello dotaciones económicas y operario.
Entonces, se preguntarán ustedes ¿Con tanta ayuda, de qué se quejan los vecinos y el Cronista Oficial?… Pues les invitamos a que visiten nuestro barrio, vean los encalados de nuestras tapias que se caen a trozos, los grafitis que abundan en nuestras paredes, las viejas señales de tráfico, los coches de los no residentes en el barrio que aparcan por doquier, los cada vez más numerosos cables de teléfonos, así como los del tendido eléctrico que martirizan nuestras fachadas, a pesar de que hace más de veinte años que existen infraestructuras subterráneas para acogerlos.
Con una iglesia cerrada a cal y canto aunque con un párroco siempre dispuesto a abrirla para actos culturales y visitas organizadas, cientos, miles de turistas despistados recorren semanalmente las tortuosas rúas de San Francisco, sin un centro de acogida, puesto que una decena de años más tarde sigue sin abrirse la tan cacareada Casa de los Sall. Y así un larguísimo etcétera, de ahí nuestra pregunta que hemos circunscrito a la Iglesia Conventual porque es el símbolo principal de nuestro Conjunto Histórico Artístico y está llamada a ser un bellísimo y esperanzador Museo de Arte Sacro, especializado en la Historia de la Orden Franciscana en Canarias.
A los señores Obispos (Titular y Auxiliar) a los Delegados Diocesanos de Patrimonio Histórico, al Cura Párroco de San Juan Bautista de Telde, a nuestras Autoridades Civiles: Autonómicas, Insulares y Locales. A todos ellos, hacemos de nuevo un llamamiento: Por favor, por lo más que quieran, actúen decididamente en pro de este lugar emblemático de la Cultura Insular: El Barrio de San Francisco de la más de seis veces centenaria ciudad de Telde. Recuerden: Obras son amores y no buenas razones.
Antonio María González Padrón es licenciado en Historia del Arte, cronista oficial de Telde, Hijo Predilecto de esta ciudad y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
FUENTE: https://www.teldeactualidad.com/articulo/geografia/2022/06/29/366.html#.YrysUaMRQko.whatsapp