POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Bueno, bueno… Comienza para los cristianos el AÑO LITÚRGICO con el inicio del ADVIENTO o espera del Nacimiento de Jesús o NAVIDAD.
Luces en las ciudades procurando no herir sensibilidades ni creencias, dulcerías en los obradores y escaparates de confiterías y comercios de alimentación, anuncios de vinos, licores y colonias en Radio y en Televisión… En fin, tentaciones de consumo para el consumidor «desperrado».
Y como en estos días aún están las cosas en «situación moderada», aunque encareciendo ya, hemos de aprovechar las «circunstancias de oferta» para comprar «cosas ricas» antes de que nos sea imposible hacerlo.
Es el caso de las ofertas de lubina, más bien «furagaña» de unos 400 g abundantes, que cierto supermercado («gran superficie») brindaba a su clientela y que, claro está, yo aproveché.
¿Saben ustedes?
Dos «llobines precioses» por 6 eurinos, «ambes a dos».
De piscifactoría, muy frescas, muy vivas, muy sabrosas… muy todo.
La «llobina, llubina, roballiza» y si de tamaño medio, «furagaña», debe su nombre al griego Plinio el Viejo (23 dC -79 dC) quien en su «Naturalis Historia» denominó a este pez como LUPUS LANATUS. Lo de «lupus =lobo» por su voracidad; lo de «lanatus = como la lana» por la suavidad de su carne.
Los zoólogos actuales la designan como Morone labrax L. Lo de «morone» porque tiene una mancha oscura en el opérculo; y lo de «labrax» porque es voraz como si fuera un lobo marino.
¡Oiga!
¿Y lo de furagaña?
Pues nada, nada. Otra vez el latín nos saca de dudas: «furax» tiene el significado de «ladronzuelo», «inclinado al robo».
Es lo que nos decía Plinio: pez voraz y ladrón como un lobo.
Preparé así mis «furagañes de pisci».
Ya bien escamadas, evisceradas y muy limpias al chorro de agua fría, las sequé, salé suavemente (poco) y las llevé a una plancha ligeramente engrasada con aceite de oliva. Tras un tiempo prudencial (levantando un poco la pieza se observa si está dorada), les di la vuelta para que asaran por la otra cara. Se sabe que están a punto cuando la cabeza despega bien del tronco (de la lubina, se entiende).
Dispuestas en una fuente las abrí en espaldera, a lo largo, en dos mitades.
Aparte, preparé unos mejillones al ajillo un poco picantinos y los distribuí por encima de las lubinas, adornando con unas rodajas finas de tomate y de limón.
Finalmente rocié con un «asperges me, Dómine» ; es decir : con una «sospecha» , de fino andaluz.
Una «bestial maravilla», sentenció uno de mis comensales. Y era verdad, no lo duden.