POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
Ya no llueve como antes. El tiempo histórico corto parece demostrarlo. Otra cosa son los ciclos climáticos largos. Los historiadores sabemos de esto. En siglos pasados hubo sequias tan terribles como las de Egipto. Lean las actas capitulares de sus ciudades. Encontrarán décadas de aridez, plagas de langosta, hambruna y muerte. Cuando llegaban estos ciclos los recién nacidos se tiraban a las calles, y los cadáveres se amontonaban en los bancos de una iglesia porque la gente no tenía un real para enterrar difuntos. De aquella carestía de trigo nacían violentos tumultos contra la autoridad, y represiones brutales solo por pedir pan. Luego seguían temporales, como pasó en el “año de la nanita”, mediados el XVIII, descritos en todas las crónicas, caso de la Historia de Segovia de Diego Comenares. Le llamaron “el año de las mil aguas”. Es que nunca llueve a gusto de todos.
Hoy hablar de cambio climático es una obviedad, mirando el tiempo corto nuestro. Se derriten los casquetes polares, sube el nivel del mar, los veranos son asfixiantes. Pero no sabemos exactamente la culpa de ello que tiene la acción humana, y cuánta se justifica por los ciclos geológicos. En bachillerato antiguo se estudiaba bien el tema de las Eras geológicas. Mis alumnos conocían el nombre de las grandes glaciaciones y los periodos interglaciares. Lo dábamos en geografía, y en prehistoria todos sabían de los fríos paleolíticos, y del cambio que llego en el Mesolítico y Neolítico, con la retirada de los glaciares de la península Ibérica. Fue cuando surgieron los ancestros de lo que se llama trilogía mediterránea, cereal, vid y olivo. Cuando se inventa la agricultura, la ganadería y el sedentarismo. Los tiempos de la cerámica y el final de la Edad de Piedra. Es evidente que el clima ha condicionado el progreso de la humanidad. No sé si también el clima será el final de ella. Lo dudo. Hay otras amenazas mayores, que estamos tolerando. Si llegara una tercera guerra mundial, la que Corea del Norte tanto desea, desapareceríamos de la tierra los humanos. Hay armas nucleares sobradas para que nos esfumemos como los dinosaurios. Eso sí que sería un cambio climático a lo bestia.
A mí me da pena ver tanto pantano seco, tanto secano a la fuerza. Por ejemplo, este verano he disfrutado con las acequias de riego de la Alpujarra, que todavía llevan agua de nieve, casi lista para beber. Sin embargo ya no hay suficiente para mover viejas ruedas de un molino. Ya no huele a orégano por las veredas. Es que esta planta es muy suya, si no se emborracha a diario de agua, no sale. Ya no todo el monte es orégano.
Por eso fue hermosa aquella mañana de fin de agosto viendo la lluvia frente al mar. Un mar cruzado de relámpagos. Caía al fin agua del cielo. Agua para limpiar tanta suciedad. Tanto consumismo, tanta horterada veraniega, tanta sangre de las Ramblas de Barcelona, todavía caliente, y tanto disparate colectivo como el nacionalismo montaraz de un territorio español que tropieza otra vez en la misma piedra. También repetimos errores en el tema de tolerar lo intolerable: qué en nombre de Alá vengan a matarnos dentro de casa y a echar por alto siglos de progreso. Respecto a escondernos tras una bandera en la que pone que no tenemos miedo, otro error. Con la mentira no se arregla nada, y miedo todos tenemos, mucho miedo. Hay que ser tonto para negar que el enemigo vive al lado, y que usa técnicas guerreras a las que no podemos responder con la ley del talión. Precisamente porque nosotros respetamos los derechos humanos. Por eso este verano ese Islam que toma el Corán al pie de la letra nos ha ganado otra batalla robándonos lo que más importa, las vidas de ciudadanos incapaces de defenderse, y nuestra dignidad. Nos hemos convertido en avestruces que esconden su miedo gritando no tenerlo. Seguramente se estaban tronchando de risa los que han planeado tomar Al Ándalus, sin prisa pero sin pausa, viendo por la redes que en Barcelona hubo una manifestación absurda. Allí nadie leyó el nombre de las víctimas. Muchos atacaron al jefe del Estado y a los representantes legítimos de la democracia. Bastantes estaban más preocupados levantando señeras y pancartas contra la islamofobia que denunciando esta barbarie. Hoy ya sabemos que quién planeó atacar a seres desarmados llevaba años sembrando mensajes en su mezquita, con nuestro dinero. ¿Y ahora qué? Les daremos medallas a los que minimizaron el riesgo? Eso parece. El discurso, solo en catalán, ya lo están redactando. Dice mi papelera que tenía que llover a cantaros para arrastrar tanta torpeza. Pero ya no llueve como antes…
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