POR ENRIQUE DE AGUINAGA, CRONISTA OFICIAL DE MADRID
Mi padre me programó con todo detalle para un futuro venturoso; pero, en pleno proceso, irrumpió lo imprevisto: la guerra de 1936 y, con ella, la catástrofe familiar y el hundimiento del programa. Ahora, lo imprevisto es la pandemia de coronavirus que afecta al mundo entero en trance de globalización.
Van a ser las ocho. Tengo que levantarme.
Si estuviera en el orden de las conjeturas, lo imprevisto dejaría de serlo. Todo imprevisto es posible si no se conjetura. Lo imprevisto nos sorprende radicalmente. ¿Quién nos lo iba a decir? Pura simplicidad.
«Llega lo inesperado y malogra todo lo pensado» es un refrán de la colección de Rodríguez Marín. Evidentemente, lo imprevisto es lo no previsto (Real Academia Española). Así, tradicionalmente, tiene una índole negativa, interrumpe una realidad más o menos consolidada, más o menos propuesta.
«El hombre propone y Dios dispone» (número 34.105 del Refranero general. Ideológico español de Martínez Kleiser). Tengo una experiencia personal. Con algún fundamento, en la adolescencia, mi padre me programó con todo detalle para un futuro venturoso; pero, en pleno proceso, irrumpió lo imprevisto: la guerra de 1936 y, con ella, la catástrofe familiar y el hundimiento del programa.
Ahora, lo imprevisto es la pandemia de coronavirus que afecta al mundo entero en trance de globalización. Ya anciano, pienso que mi mundo se parecía bastante al mundo de mis padres, en tanto que apenas se parece al mundo de mis nietos. Dejo a mis bisnietos en paz y, por ende, dejo a la tecnología en paz.
Me refiero a los valores, me refiero a las costumbres, me refiero a la mentalidad, me refiero al sentido de la existencia.
Hablo, según voy leyendo periódicos o viendo televisiones, ya que, uomo qualunque, no tengo más ciencia particular. Y percibo tres perspectivas: la sanitaria, la económica y la trascendental. En todas las arengas se dice que, a más o menos largo plazo, a mayor o menor coste, el virus será vencido en la batalla que ya tiene sus héroes y sus víctimas.
Menos optimista es el balance sobre la recuperación económica en la huella profunda y complicada que dejará la operación. Siempre, por supuesto, según lo que veo, según lo que oigo, ya que esta para mi es asignatura pendiente y (al insigne Juan Velarde pongo por testigo) no se ni quiero saber para qué sirve la Bolsa que sube y baja.
¿Tiene esta situación un sentido trascendental? Voces magistrales ya han sonado. Monseñor Munilla, obispo de San Sebastián, lo ha reflexionado con un curioso análisis: aquellos duros tiempos de la guerra y la postguerra alumbraron personas fuertes, generadoras de buenos tiempos, que, a su vez, alumbraron el bienestar en que con su facilidad crecieron personas más débiles.
«Los valores básicos en los que se ha sentado nuestra generación se han puesto en el solfa» afirma Munilla. «¿Qué tendrá que ocurrir para que, ahora, estos tiempos difíciles den de nuevo a luz personas fuertes, como antaño? ¿Acaso este virus forme parte de una Providencia en la que estemos llamados a renacer?».
Todos esperamos, con ansiedad e impaciencia, el fin de la pandemia y, con este final, la vuelta a la normalidad. Pero, en orden trascendental, ¿se puede considerar normalidad positiva lo interrumpido por el virus? Philippe de Villiers, desde su confinamiento francés, analiza el profundo significado de la crisis del coronavirus, que a su juicio marca el final de la globalización feliz y del llamado nuevo mundo.
Sin descender a pormenores políticos, puede apreciarse que nuestra sorprendida normalidad, en términos generales, encaja en la idea que vulgarmente se define como tener a Dios agarrado por las orejas. Que somos como dioses, que lo sabemos todo, que lo tenemos todo.
Si se consiente la humorada, aquí cada cual hace lo que le da la gana, eso sí, dentro de la mayor disciplina, propietarios de nosotros mismos, de la Razón, de la Justicia, de la Verdad y, ¿cómo no?, de la democracia formalista y sacralizada, indiferentes ante las tres maravillas de las maravillas: el Universo, la Naturaleza y el Cuerpo Humano.
¿Cómo encajar aquí la admonición de san Pablo: No nos pertenecemos (Cor. I, 6.19)? ¿O su optimista: Omnia in bonum (Rom. 6.18)? Y, por si fuera poco, el Bien y el Mal, en coexistencia.
La gran paradoja es que estamos recluidos en el seno de la unidad familiar, como de vuelta al seno materno, de nuevo en el útero, porque ha sobrevenido una microscopía que ha parado, sin calendario, los relojes del mundo entero, del mundo entero, repito ¿Cuándo termine, saldremos a la calle como si nada hubiera pasado? ¿No será un fin de ciclo? Responde Juan Eslava Galán, en ABC (21 de marzo):
«Sin duda estamos viviendo una experiencia excepcional, histórica. Cuando todo esto pase, que pasará, creo que sería bastante inteligente que la Humanidad –quienes mandan sobre ella– se planteen que no todo vale y que quizá la naturaleza nos está avisando de forma clamorosa para que cambiemos de vida».
También en ABC, el mismo día, Andrés Ibáñez escribe:
«Todavía no sabemos cuánto durará la pandemia, ni qué efectos tendrá en nuestra vida y en nuestra sociedad. Habrá una crisis económica y muchas cosas cambiarán. Nada volverá a ser igual. Ha habido muchas pandemias a lo largo de la Historia, pero esto que estamos viviendo y de la manera que lo estamos viviendo, no había sucedido jamás. No es el fin del mundo, desde luego, pero sí el fin de una época y el comienzo de otra. Que somos un único pueblo, una única familia en este planeta, con muchas razas y lenguas, pero un mismo destino y que solo ayudándonos unos a otros podremos sobrevivir, es lo único que está claro en estos momentos de miedo y confusión».
Ibáñez añade un matiz que subrayo y cotejo:
«Todo lo demás está suspenso y en entredicho. Todo lo demás escapa a la especulación, a la filosofía, a la interpretación. Inútil preguntarse qué ‘significa’ lo que nos sucede, porque las enfermedades no significan nada. Esta pandemia no tiene ningún ‘sentido’ que debamos comprender ni es un mensaje ni un castigo. Se trata simplemente de un problema que debemos resolver. Pero nos situará en un mundo distinto. Ojalá estemos a la altura».
Curándome en salud, subrayo mi actitud personal. Más que argumentos, documentos, presentación de testimonios y sugerencias. Según Corominas, el termino sugerir (1685, Alcázar) viene de suggèrere y significa llevar por debajo. Por supuesto, no puedo ni quiero prescindir de mi propia índole de niño de la guerra que estará conmigo hasta la muerte.
Así, aquí estoy, dispuesto al nuevo día, pensando en Manolis, pensando en mis hijos, pensando en mis nietos, pensando en mis bisnietos: Mi descendencia, mi trascendencia.
Antes de empezar, antes de reanudar el día, mi mente doméstica, hélice que no para, me devuelve dos fotografías coetáneas de mi álbum mozo (1939 y 1942): anarquistas barceloneses gritando Mi patria es el Mundo. Mi familia, la Humanidad y estudiantes compostelanos montando en la plaza Mayor de Orense un auto sacramental, A Dios por razón de Estado.
Mi padre, en la fosa común, en Montjuich; y mis dos hermanos mayores, combatientes enfrentados en la guerra, juntos en la misma caja del cementerio de Ceares (Gijón).
Van a ser las ocho. Tengo que salir al balcón.
Fuente: http://www.larazondelaproa.es/