POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Dos pulmones y un corazón que late regando el laberinto de plazas, calles, casas, balcones, terrazas y azoteas que forman el trazado urbano, que presiente que el tiempo nos atrapa. Al doblar una esquina aparece un nuevo padrón, un nuevo paisaje distinto a los otros. Paisaje y paisanaje de piedras, cal, ladrillo, verjas, portones, personas y vidas. De generaciones jóvenes y viejas. De colores y sabores nuevos y antiguos. De glorias, tragedias y fracasos. Es el alma que goza, palpita y también se divierte en los zaguanes donde habitan y descansan, en sabia armonía, los quehaceres y los días. Es Montijo, lo nuestro.
Hesiodo dijo de Agla, la más joven de las Gracias, mitológica personificación de la vida feliz y alegre, esposa de Hefesto, que fue resplandeciente. Aquella joven Agla esplendorosa, a la que tengo que darle gracias por haberme permitido nacer, crecer y vivir en esta sabia y hermosa tierra en la que, aunque tanto se ha destruido, tantas bellezas y grandezas quedan.
Juan Mateo Reyes Ortiz de Tovar en su obra ‘Los partidos triunfantes de la Beturia Túrdula’ considera que sobre el solar en el que se fundó el Montijo santiaguista, los celtíberos túrdulos establecieron por el año 315 a.C, la antigua Agla.
(Fotografía aérea de Montijo a comienzos del actual siglo, Gentileza de Iberprint).