POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Hace muchos años un conocido de Barcelona me decía que, por más que había intentado engendrar una criatura con su esposa, no atinaba. Siempre le quedaba la duda de quién podría ser el culpable de que la cosa no cuajara. Y por más que recurrían al ‘dale que te pego’ la cosa no llegaba a buen puerto, incluso por muchas visitas realizadas a los especialistas, no alcanzando nunca a saber dónde estaba el obstáculo. Entonces, este conocido decidió de mutuo acuerdo con su cónyuge comprobar si era problema de ella o de él. Para esto se les ocurrió que, en vez de intentar una adopción que por entonces era más fácil, cada uno por su lado buscara a otra persona que le sustituyera. Así lo hicieron, y después transcurrir el tiempo que la naturaleza considera como adecuado, la estadística de natalidad se vio incrementada con dos hermosas criaturas: una del marido con la moza que se había buscado, y otra de la esposa concebida gracias al caballero que galantemente le había hecho el favor. Al final no llegaron a saber de quién era la culpa de que juntos la cosa no fructificara. Ante ello decidiendo quedarse con ambas criaturas y bautizarlas siendo padrinos los ayudantes del engendro.
Al cabo de los años, volví a encontrar a este conocido y sabedor de la solución que habían buscado, le pregunté cómo estaba la familia. Me dijo que además de los dos primeros vástagos, tenían cinco hijos más, éstos ya de ellos. Imprudentemente le pregunté cómo había sido y creo que me contestó con una frase muy parecida a una del Sabio Caralampio que dice: «difícil es llegar cuando no se conoce el camino». Que como recordarán era algo similar al coito, tal como se describe con gran dosis de surrealismo cómico, en la película ‘El milagro de P. Tinto’, interpretada por Luis Ciges y Silvia Casanova, en que los personajes interpretaban el acto sexual estirando los elásticos de los tirantes del pantalón y moviendo la cama.
Pero vuelvo a insistir, que antes de buscar personas ajenas al matrimonio, tal vez lo más coherente hubiera sido la adopción, al no estilarse por aquella época la fecundación in vitro ni otras técnicas reproductivas. Ahora bien, sabemos que las adopciones de niños han pasado por muchas circunstancias que han dado lugar al enriquecimiento injustificado de algunas personas, llevándolos incluso, en su afán recaudatorio al secuestro y al robo con el engaño de las madres. Sin embargo, la cosa parecía mucho más fácil en la Orihuela de la segunda mitad del siglo XVIII. Existe un caso, y debieron de haber muchos más de prohijación de un niño expósito que se legalizaba ante notario. Vamos a dar a conocer un ejemplo que fue protocolizado por el notario Juan Ramón de Rufete el 24 de octubre de 1764. El asunto, en principio parece rocambolesco, incluso nos deja en duda sobre algunas de las circunstancias de cómo se desarrolló la adopción o «prohijasión». La cuestión fue la siguiente: en la noche del día diez de dicho mes y año, el matrimonio formado por Josep Soriano y Josepha Agulló, vecinos de la villa de Elche, se encontraron «impensadamente» en la puerta de su casa a un niño recién nacido de padres desconocidos. Al día siguiente fue bautizado en la parroquia de Nuestra Señora de Belén de Crevillente por el cura teniente de la misma, mosén Joseph Amorós, el cual le impuso por nombre de Joseph Vicente. De la tierra de las alfombras el recién nacido pasó a la Real Fundación y Casa de Niños Expósitos de Orihuela, en la que fue acogido «entre los demás de dicha clase».
Una vez depositado en la misma, el matrimonio por no tener hijos decidió adoptar a la criatura, personándose para solicitarlo ante el director y administrador del centro, Francisco García Alesón, racionero prebendado de la Catedral y subcolector de expolios y vacantes. Éste, además de entregar a la criatura cedía al matrimonio adoptante todos los derechos que pudieran pertenecer al niño y que hubiera adquirido al estar acogido en la Casa de Niños Expósitos. Los consortes ilicitanos se comprometían a «educarlo, tratarlo y alimentarlo» como hijo, declarándolo como heredero universal siempre y cuando que el marido falleciera sin sucesión legítima, en cuyo caso le donaba en el momento de la escritura 400 libras, y la esposa 30 libras, que era la cantidad que podía otorgarle para no gravar la herencia de una hija que tenía de un matrimonio anterior.
Como era lógico, todo quedaba atado y bien atado, hasta el punto de establecerse, que si el niño moría antes de los catorce años o antes que los padres adoptivos, el contrato quedaba sin efecto, no teniendo derecho a los bienes y cantidades económicas que pudieran pertenecerle a ninguna otra persona.
Supongo que durante años el niño Joseph Vicente debió de ser educado y alimentado, así como favorecido con el cariño de sus padres adoptivos, los cuales al no saber escribir fueron representados con la firma de Joseph Marques de Orihuela, uno de los testigos.
Fuente: http://www.laverdad.es/