POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
Con las representaciones de “Manon”, ópera del francés Jules Massenet; “Il Tabarro” y «Gianni Schicchi», del italiano Giacomo Puccini; “Goyescas” del español Enrique Granados; “El Retablo de Maese Pedro”, del también español Manuel de Falla y “La Traviata” de Giuseppe Verdi, la 76 temporada de ópera de Oviedo echa el cierre con la monumental representación de “Lohengrin”, del compositor alemán Richard Wagner (1813-1883), también director de orquesta, poeta, ensayista, dramaturgo y teórico musical del Romanticismo, del que destacan principalmente sus óperas en las que, a diferencia de otros compositores, asumió también el libreto y la escenografía.
Su personaje principal es un extraño con un destino enigmático, envidiado por fuerzas sobrenaturales con el agua de por medio. A Wagner el mundo parece antojársele minúsculo, insensible y falto de capacidad receptiva, como un reino de lo convencional.
El nuevo héroe aparece como una visión fantasmagórica proveniente del mar y en la época romántica el espectador se reconocía en el personaje torturado por los conflictos interiores. La soledad parece rodear la cabeza de Lohengrin con la gloria de un elegido. En los aposentos nupciales se presenta ante Elsa como un hombre, como si hubiese sufrido una metamorfosis, como si fuese un milagro.
Tras el descubrimiento de su origen en la “narración del Grial” tiene que abandonar a Elsa considerándose un fracasado como hombre. Cuando Wagner contempló por primera vez la representación de su “Lohengrin” en el escenario de la Ópera Imperial de Viena -en mayo de 1861- se reafirmó en su idea de que sólo la victoria histórica podía compensar el trágico final del drama operístico, contemplado desde un punto de vista estético. Lohengrin transmite una visión unitaria de la patria alemana, de la alianza entre los enviados de Dios, el rey y el pueblo.
En esta última obra escénica wagneriana a la que se le puede considerar como “ópera” se unen mito e historia, cuento y tragedia. Basada en la leyenda de un misterioso rescatador que llega en un barco arrastrado por un cisne en defensa de una doncella acusada falsamente de fratricidio, con la única condición de que nunca le pregunte su nombre ni de dónde viene.
Pero en el tálamo nupcial Elsa quebranta su promesa y el que ya es su esposo y héroe Lohengrin se ve obligado a regresar. Es uno de los caballeros que custodian el Grial de Montsalvat e hijo del rey Parsifal.
El cisne que viene a llevarlo de regreso es realmente el desaparecido duque hermano de Elsa (a quien había hechizado la mujer de su tutor). Desciende una paloma del cielo y -tomando el lugar del cisne al frente de la barca- se aleja con Lohengrin hacia el castillo del Santo Grial.
Elsa no resiste tanto dolor y cae muerta. Tres horas y media de intensa y dramática representación. Como diría Oscar Wilde: “El arte de la música es el más cercano a las lágrimas y los recuerdos”.
Notable interpretación del joven tenor australiano Samuel Sakker como Lohengrin; la soprano donostiarra Miren Urbieta-Vega como Elsa de Brabante; el barítono irlandés Simón Neal como Friedrich von Telramund y la soprano suiza Stéphanie Müther en su papel de Oltrud. Estupendo Borja Quiza como heraldo del rey. Soberbio el trabajo de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias con un potente discurso musical, bajo la batuta del alemán Christoph Gedschold.
Capítulo aparte se merece la actuación del Coro de la ópera de Oviedo, presente en escena en esta ópera durante casi toda la obra. Gran y muy exigente trabajo para una obra interpretada en su idioma alemán original, como le corresponde, espléndido en momentos como el final del segundo acto y en la majestuosa “marcha nupcial”.
Hay que reconocer que las condiciones físicas del Teatro Campoamor obligan a hacer milagros con las puestas en escena de muchas óperas, especialmente las del compositor germano del que hoy hablamos. Cuidada iluminación y efectos especiales, como la “nieve” que cae sobre el escenario o la hojas en el momento final.
Tanto el escenario como el foso de la orquesta se quedan un poco pequeños, muy lejos de los estándares de los grandes teatros de ópera europeos, de modo que los directores de escena se ven forzados a hacer milagros con las versiones que se les encomiendan (en este caso coproducida con el Auditorio de Tenerife).
Lohengrin se estrenó en el teatro ovetense en 1897 cantada en italiano, como fue habitual hasta 1965, Por ello puede decirse que los títulos wagnerianos que a lo largo de las últimas décadas hemos visto en el Campoamor tienen que acomodarse a un espacio más pequeño del habitual.
De cualquier forma el trabajo para ajustar los diferentes títulos a las condiciones escénicas del teatro ovetense es digno de todo elogio, de forma que tanto los decorados como los movimientos de los intérpretes tienen que ser estudiados con minuciosidad para no desmerecer.
Así quedamos ya expectantes ante la grandiosa “Aida” de Verdi que veremos en diciembre de este año 2024, de hecho las representaciones de 1990 y 2005 de esta ópera en el mismo escenario resultaron bastante acertadas, sin olvidar que no estamos en la Scala de Milán, el Bolshoi de Moscú, la Real Ópera de Londres o la Ópera de París.
Oviedo mantiene una dignísima temporada de ópera, considerada como la segunda más antigua de España, solo por detrás de la del Liceu de Barcelona y por delante de la de Bilbao y Madrid.
Pero la historia operística de la capital asturiana se remonta mucho más atrás, al siglo XVII y a la Casa de Comedias de El Fontán.
Era el núcleo del mundo cultural decimonónico hasta la inauguración -el 17 de septiembre de 1892- del Teatro Campoamor y los sucesos que desembocaron en la revolución de 1934, el incendio y destrucción del teatro y la cruenta Guerra Civil.
Digno de elogio es que una comunidad próxima a bajar del millón de habitantes mantenga espectáculos de esta envergadura y excepciones como la de contar con dos orquestas profesionales de alto nivel (Sinfónica del Principado y Oviedo Filarmonía), o que una ciudad como Oviedo -con poco más de 200.000 habitantes- tenga anualmente temporada de ópera, de zarzuela, los conocidos como Conciertos del Auditorio y sus Jornadas de Piano, ballet, una notable y más que centenaria Sociedad Filarmónica entre otros muchos eventos culturales que hacen de la capital del Principado de Asturias una especie de “pequeña Viena”.
En resumen: con “Lohengrin” de Wilhelm Richard Wagner se cierra una temporada operística ovetense con dignas y variadas propuestas.
Desde el próximo mes de septiembre hasta febrero de 2025, la que ya será la 77 temporada, ofrecerá los siguientes títulos: “Anna Bolena” (Donizetti), “El Barbero de Sevilla” (Rossini), “Arabella” (R. Strauss), “Aida” (Verdi) y “Las bodas de Fígaro” (Mozart).
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez