POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Caminar por el bosque no es algo baladí. Entre los árboles apretados, rocas cubiertas por tupido musgo, plétoras de acebos arremolinados entorno a tejos centenarios nacidos en la umbría de la cárcava más empinada y arroyuelos en eterna juventud; a través de los testeros desbrozados por el frío aterrador del invierno más crudo, camino de las praderas congeladas en primavera inmortal, el que visita este Paraíso, si sabe mirar, ha de encontrarse con un universo arcano de mensajes allí dispuestos para su deleite.
Así se siente este humilde Cronista, siempre a la zaga de mi Compadre, el Sr. Bellette, cuando, paso a paso, va descubriendo todo aquello que el pinar y bosque de Valsaín muestran en su sencillo vivir. Sin ir más lejos, bajando hacia el Prado Largo por el camino que viene desde la fuente del Intendente, una de las más altas de este lado de la sierra, es fácil no ver cómo el bosque enseña el camino que se ha de tomar de la manera más sutil. Si se presta atención, alguno de esos pinos ya adultos presenta un rebaje en el tallo similar a un anillo de crecimiento natural que los pastores de árboles llaman rodal. Hechos por la mano experta del pastor en la juventud más tierna del pimpollo, los pinos silvestres anillados por el paso del tiempo proponen al caminante la senda que ha de llevar para conseguir un trasiego cómodo y placentero. Como si de un peregrinar se tratara, el caminante va de un rodal al siguiente, divertido por la búsqueda e inconsciente en el subir y bajar del lugar más recóndito de este bendito paraje.
Otras veces uno se sorprende al encontrar marcas extrañas en pinos, bien de colores, bien chapas identificativas, que enseñan el cuidado constante que los pastores del Paraíso reservan a un pinar al que quieren más que a nada. Algunos tienen la difícil misión de seleccionar árboles para su apeo y desbroce. Hacha en mano van marcando cada uno de los infortunados especímenes elegidos para el derribo con esa marca aterradora, el chaspe, que permite el crecimiento constante del bosque de Valsaín para nunca convertirse en selva irredenta. Y, a pesar de que el chaspear salvaguarda la vida del pinar, no dudo que un suspiro lastimoso acompaña cada marca hecha en el tronco sentenciado.
Al menos así lo debe vivir mi querido amigo Lorenzo de la Cruz, pastor del bosque de Valsaín y chaspeador regular del mismo. Caminante y corredor incansable, de ojos claros y sonrisa perenne, Lorenzo ha vivido el bosque desde hace ya tanto tiempo que puede recordar cada camino trazado, cada mata saneada y cada árbol indultado. Habitual sanador del crecimiento del pinar, Lorenzo ha podido disfrutar del fruto de su esfuerzo en los últimos años, viendo cómo los entonces pimpollos, liberados del mal crecimiento y la enfermedad, han logrado sobrevivir a vendavales y profusas nevadas, a fríos cervales que congelan el tronco y parten la rama o al fuego abrasador que consume la savia. Oteando desde la planicie de Navalpinganillo las cumbres de Siete Picos, el Cerro Ventoso, Montón de Trigo y el Cerro Minguete; saltando las rocas de la Chorranca para llegar hasta el pinar del Accidente y a los Corrales en el Raso del Pino, camino de la Majada del Tío Blas; bajando desde los San Leonardos hasta la pradera de los Piñones y la casa de la Hierba donde los habitantes del Real Sitio Primitivo honran a sus mayores cada año, Lorenzo y sus compañeros en el pastoreo llevan siglos cuidando el bosque, el pinar y la mata con su amor a pino y roble, tejo, acebo y serbal.
Para nuestra desgracia, de un tiempo a esta parte, cada vez es más difícil que los pastores del bosque cumplan con su sacrosanta labor. Reducidos a un escaso par de puñados por la desaparición del escuadrón de limpieza y del cierre incomprensible del Real Aserrío de Valsaín y la Pradera de Nalvahorno; por la implementación del modelo de pinar sucio transmutador del bosque en pinar abandonado; por la ausencia de un plan rector, de un proyecto que mantenga viva la simbiosis entre los habitantes de éste y su continuidad, en lugar de acotar la actividad humana día a día hasta el punto de que la mayoría de los paisanos acaben por ser extraños entre los pinos; por todo ello, la conexión entre el bosque, quienes lo gestionan, los que lo trabajan y habitan y los que amamos cada paso que por sus veredas damos, parece tener los días contados.
Sólo me queda esperar que, en estos tiempos de cambio espeluznante, donde lo normal es lo insospechado, un destello entre los pinos, aunque sea pequeño, nos traiga una pizca de esperanza. Que podamos volver a disfrutar de un bosque limpio y habitado, repleto de gabarreros, pastores de árboles y agua, donde los animales disfruten de una vida regalada entre flor y castaña, piña y mora, níscalo y acerola. Donde pueda echar a andar con Lorenzo camino de las Vaquerizas Altas para beber un sorbo en la fuente de la Peseta y que el tiempo nos alcance con la felicidad de un bosque sin fin.
Fuente: https://www.eladelantado.com/