ANTONIO RECUERDA, CRONISTA OFICIAL DE PORCUNA (CÓRDOBA), DICE DE ÉL: «ERA UN PERSONAJE, CON MUCHAS IDEAS Y GENIALIDADES»
La Casa de la Piedra de Porcuna cumple seis décadas desde su conclusión a manos de Antonio Aguilera ‘Gronzón’, un «loco andaluz» (como él mismo se definió) empeñado en levantar una hermosa vivienda para pasar su vejez en la calle donde nació y que terminó convertida en el emblema monumental del municipio
«Oh Antonio
Cada piedra
De tu casa resume el tiempo
En el que tu genio el verso suelto
De la dignidad que te contempla
Esculpe el viento ahora…
Tú qué fuiste el más ibero
De entre los romanos
En Obvlco».
Con estas palabras comienza el artista porcunense Luis Emilio Vallejo su Oda al cantero, protagonizada por el artífice de La Casa de la Piedra. Ese emblema local al que Antonio Aguilera Rueda ‘Gronzón’ (Porcuna, 1896-1980) dedicó treinta años de su vida (y de la de su familia) y que, en 2020, cumple seis décadas como elemento insustituible del catálogo monumental de Porcuna.
El sueño cumplido de un «loco andaluz», como él mismo se definió en su autobiografía, al que efectivamente muchos tomaron por temerario. Le ocurrió a Eiffel a finales del XIX con su celebérrima torre parisina, «ese farol callejero aquejado de gigantismo», la llamaban entre otros el simbolista Verlaine o el naturalista Maupassant, que no eran dos chalados precisamente. Luego, como a Gronzón, al ingeniero francés le lloverían los parabienes y los reconocimientos. Cosas de la vida:
«Empecé a adquirir el título de loco y en el transcurso de veinte años todos los habitantes de Porcuna tenían la creencia exacta de que sí, que estaba completamente idiota», evoca Aguilera en su autohagiografía, y continúa: «Cuando pasaron los primeros veinte años, ya empezaron a visitar la obra que tenía hecha muchas personas que, por oídas de las gentes que viajaban por esos mundos, decían que en Porcuna había un tío loco que estaba haciendo una casa sin viguetas de hierro ni de cemento y que parecía que no resultaba mal».
Así empezó la historia (y la leyenda) de este cantero de dinastía que echó a las calles a todo su pueblo el día de 1971 que lo convirtieron en excelentísimo señor con la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo o que da nombre a una vía urbana del municipio, protagoniza poemas y hasta una reciente biografía a cuenta de su hermosa obra pétrea.
«A pesar de ser el monumento más reciente construido en Porcuna, sigue siendo esa joya arquitectónica que simboliza nuestra historia: una casa que se tardó treinta y nueve años en construirla, y hecha por un autodidacta… ¡es un emblema de Porcuna! Vayas donde vayas, fíjate si hay monumentos arqueológicos y arquitectónicos en Porcuna, pero nada tan emblemático como La Casa de la Piedra. Digamos que es nuestra insignia, nuestra referencia principal monumental», celebra Miguel Moreno, alcalde del municipio.
Tan orgullosos están de este singularísimo inmueble que, desde 2016, es el propio Ayuntamiento de la antigua Obulco la institución que lo gestiona, tras el acuerdo de cesión al que llegó la administración local con los herederos de Gronzón. Una intervención, la municipal, que permitió afrontar los gastos de rehabilitación de un edificio que, en palabras de César Aguilera (el menor de los hijos del constructor), «parecía que se derrumbaba después de tantos años»:
«No es solo poderlo tener, sino poderlo mantener. Es grandísimo, y para fregar, si hay una avería… Estoy muy contento con lo que ha hecho el Ayuntamiento, que lo tiene todo muy cuidado, mi padre estaría orgullosísimo de ver cómo está ahora», sentencia.
Rampas para hacerla más accesible, un ascensor acristalado, iluminación… Los trabajos tutelados por el arquitecto Pablo Millán remozaron la casa hasta dejarla en perfectas condiciones y ahí está, abierta a las visitas (totalmente gratis) desde que el pasado 8 de julio se retomó la actividad en el monumento tras un largo periodo cerrada, a causa de la pandemia de coronavirus.
UNA OBRA FARAÓNICA
«Allí me creció el pelo y allí se me cayó», asegura, entre sonrisas, César Aguilera Torres (Porcuna, 1932), el menor de los siete hijos del matrimonio formado por Antonio Aguilera Rueda y Encarnación Torres Quero (Porcuna +1986). Nacido un año después del comienzo de las obras de construcción, César ha seguido la trayectoria profesional de su padre como cantero y, a día de hoy, es la memoria viva, el testigo superviviente de aquellos años en los que, niño aún, se batió el cobre con la dureza de la piedra para contribuir a que el sueño de Gronzón no quedara en eso:
«Le sacábamos las piedras, él las labraba y nosotros las colocábamos». En plena adolescencia, el empeño paterno se interponía entre las ganas de vivir de aquel chico que «sin guantes y sin nada, no como ahora» sudó lo suyo. «Un hombre venía todos los años de Barcelona a ver a su familia, y una vez me dijo: —Llevo veinte años viniendo y de día, de noche o aunque llueva, aquí trabajando».
Y no solo eso, no: «Todos los días trabajábamos. Una vez mi madre habló con don Rafael, el cura del pueblo, para que dejara a los hijos salir unos raticos, fue tres o cuatro veces; y el cura le dijo: —Encarnación, te voy a decir una cosa; yo he hablado con tu marido, pero no se puede hablar con él. Me pega un trompazo y no me lo quita ni el papa», recuerda entre risas. Y es que, en sus palabras, su padre era inteligente, muy inteligente, «muy listo pero algo cerraote»:
«Fue un hombre raro, no es normal hacer una cosa de esas. Nos dejó una cosa grande. Es como en el campo, sale una flor bonita que nadie la ha sembrado ni regado, pero que allí está. Es como el que sale cantaor, como no nazca, eso no se aprende…».
Fatigas aparte, el benjamín de los Aguilera Torres rezuma orgullo cuando se le pregunta por La Casa de la Piedra: «Mi padre empezó una cosa más bien pequeña y, por su manera de ser, se fui ilusionando más y más. Empezó con poco y terminó con lo que hay». Y añade: «Mucha gente del pueblo se fue en los 40 a buscarse la vida, y yo he visto bajar de un Seat 600 a catorce personas que venían de Barcelona lo mismo que los osos, muy orgullosos porque se fueron con una maleta y venían con un Seat pero todos ahí metidos; venían en busca de su pueblo y querían ver la casa, era como ir a Barcelona y no ver la Sagrada Familia».
No en vano, el monumento fue, durante muchos años, su propia casa, en cuya atmósfera continúan vivos los recuerdos de toda su vida. Un hogar hermosísimo aunque poco práctico para el día a día, al que unos buenos aparatos de aire acondicionado le hubieran caído como agua de mayo:
«No se vivía a gusto en la casa, era incómoda; el problema más gordo era el calor. Al ser piedra, es igual que el cristal, y se calienta como cuando tientas el granito, te abrasas. Los techos son de piedra viva; era incómoda, pero en aquellos tiempos lo que había es lo que había. Las personas de antes aguantaban todo; nosotros sabíamos que existía Barcelona, pero como no lo habíamos visto… eso es lo que había. Un nene lo llevas a trabajar así hoy en día, te pega una rezagá y te quedas solo, pero en aquella época nos aguantábamos». Senequismo puro, vaya que sí.
Al respecto, su nieta Matilde Sánchez Aguilera recuerda: «Vivían ellos, el matrimonio solo, y se les adaptó con un dormitorio, un baño moderno, un salón y una cocina pequeña. Nosotros íbamos a ayudarles. Muchas dependencias hoy abiertas entonces eran almacenes, dormitorios para cuando íbamos los nietos… Ahora, La Casa de la Piedra tiene vecindario, pero en su día era una escombrera a las afueras del pueblo, no había viviendas. Siempre estuvimos pendientes de ellos, para protegerlos un poco».
UN HOMBRE DE ROMPE Y RASGA
Matilde tiene de su abuelito («no le gustaba que le llamaran abuelo, lo consideraba despectivo», aclara) la imagen de un hombre «con un carácter fuerte, un patriarca, pero un hombre normal a nivel familiar». Por su parte, Antonio Recuerda, cronista oficial de Porcuna, dice de él: «Era un personaje, con muchas ideas y genialidades». Haciendo honor a su apellido, el historiador relata uno de los episodios más desafortunados de la vida de Gronzón, que llegó incluso a ser teniente de alcalde del Ayuntamiento porcunense en los años de la posguerra:
«Don Benito Garrido Palacios era un alcalde de ideas fijas; al principio de la obra vio que aquello era un peligro y le dijo que lo cercara o le quitaba la concesión. No lo cercó, y convocaron un pleno para tratar de eso. Él paseaba nervioso por el Ayuntamiento, salió un concejal, lo vio allí y quiso gastarle una broma: —Antonio, ya sabes cómo es Benito, no ha habido manera de convencerlo».
El cronista continúa: «Salió corriendo a su casa y cuando volvió, estaba el alcalde jugando al dominó en una mesa. Llegó y le dio un bofetón con tanta fuerza como tenía que don Benito dio con la cabeza en la piedra de mármol y perdió el conocimiento. Los camareros dijeron: —Vaaaaaaa (porque entonces se les llamaba con una palmada). Y lo metieron en la cárcel».
No era la primera vez que Antonio Aguilera perdía su libertad. Como él mismo cuenta en Historias de un loco andaluz (artífice de La Casa de la Piedra, un libro plagado de anécdotas de lo más sabrosas), entre 1936 y 1939, años turbulentos, pasó por la prisión del pueblo, por la Provincial de Jaén y por el campo de trabajo valenciano de Albatera, desde el que regresaría a su patria chica para continuar su obra.
ENCARNACIÓN, LA GRAN DESCONOCIDA
Matilde Sánchez Aguilera define la casa como un proyecto familiar, que involucró a todos los miembros del clan mientras duró su construcción. De otra forma, es muy posible que el proyecto del cantero porcunense nunca hubiera llegado a buen puerto, dadas las dificultades para convertir en realidad ese «chasnaque de piedra» (Gronzón dixit).
La contribución de los hijos (cinco mujeres y dos hombres) a la obra es indudable, como se ha contado líneas más arriba de labios de César Aguilera, el menor de ellos, pero quizá la figura de Encarnación Torres Quero merece también un lugar destacado en esta historia.
«Si ella no hubiera querido, esa casa no se hubiera hecho. Tenía tanto mérito ella como él. Ella es su gran compañera de trabajo», apostilla Sánchez. Su busto, junto con el de su esposo, forman parte en la actualidad del ajuar artístico que complementa la colosal edificación, y ambos descansan en paz en el cementerio de Porcuna, dentro de la tumba que Antonio labró «a los dos años de terminar la casa y que es una maqueta exacta de la misma».
«UN PERSONAJE EXCEPCIONAL»
Manuel García Parody es el autor de Gronzón, un sueño hecho en piedra (Colombre, 2020), la primera biografía de Antonio Aguilera Rueda. Catedrático de instituto y profesor de la UNED jubilado, académico de la Historia en Córdoba, García es también nieto político del protagonista de este reportaje.
La presentación de su obra estaba prevista para el pasado mes de marzo, pero el decreto de estado de alarma lo impidió. Si la pandemia no vuelve a hacer de las suyas, será el próximo septiembre, dentro del marco de las fiestas porcunenses, cuando se celebre la puesta de largo de la biografía en la tierra natal de Aguilera.
«Afortunadamente encontré muchísima documentación, porque este hombre lo guardaba todo: facturas de los enterramientos, relación de visitas a la casa, recogida de la aceituna… Le gustaba escribir, y aparte de sus Historias de un loco andaluz también dejó escritos a mano un montón de recuerdos de su infancia y juventud».
Según el historiador cordobés, la vida de Gronzón es «muy atractiva»: «Quienes han leído la biografía se quedan asombrados, es un personaje excepcional, con sus luces y sus sombras», sentencia. El acceso a tanta información, junto con el contacto personal con el autor de La Casa de la Piedra y los testimonios recabados por parte de la familia, le permiten asegurar que se trata del «personaje tal vez más importante de Porcuna en el siglo XX y, consecuentemente, de los más interesantes del Jaén del franquismo», en quien confluyeron dos aspectos esenciales: la voluntad y la inteligencia».
«Era un hombre convencido de que su obra tenía que tener trascendencia»: sesenta años después de convertirla en su casa y en la de todos sus vecinos, parece que lo consiguió.
Fuente: https://lacontradejaen.com/ – Por Javier Cano