POR PABLO GALINDO ALBALADEJO, CRONISTA OFICIAL DE LOS ALCÁZARES (MURCIA)
Sus amigos le consideraban maestro en el complejo arte de la elaboración manual de vino, el clásico dorado denominado “del Campo de Cartagena” que se obtenía en las antiguas bodegas familiares de la comarca. Arte que aprendió de niño acompañando a la familia de su madre en la hacienda de Lo Vallejo, donde había bodega y almazara, viña y olivar; cuando los hombres calzaban esparteñas para “pisar la uva sobre el pisaor” finalizando septiembre, después colocaban raspajos y hollejos en la prensa. Una vez todo bien apretado se obtenía el preciado mosto, que guardaban en toneles para su fermentación durante 40 días. Después se dejaba reposar, aclarar… y en los primeros días de diciembre comenzaba a probarse.
Digno de admirar era el “día de la pisada”, cuando las mujeres solían encender fuego y poner la caldera para “cocer el primer mosto” sin fermentar y elaborar el preciado arrope. Llegado el preciso momento añadían a la cocción trozos de “calabaza totanera”, almendras, cortes de melón negro… y continuaba todo en la caldera “a fuego lento” removiéndose despacio con un gran cucharón de madera.
Cuando le fue posible plantó su propia viña, cerca de “la tejera de Lo Vallejo”. A golpes de azada fue enterrando sarmientos en ordenada alineación con la ayuda de su padre, otro gran experto vinatero. A partir del tercer año ya recolectaban uvas suficientes para iniciar una pisada. En el “botajo” de Isidro García “el zorro” pisaron sus primeras uvas y la prensada la hacían en la bodega del tío Gregorio Garre de Los Marines, junto a Santa Rosalía. Aventura que repitió varios años hasta que preparó su propia bodega, su propio pisaor y compró una vieja prensa a un amigo que cerraba la bodega familiar (Santiago Pérez “el tío lomero”, en La Marina de La Puebla) y con la ayuda de un viejo maestro carpintero reconstruyeron la circular jaula (donde se depositan raspajos y hollejos para ser prensados). Habilitó un antiguo establo como bodega, con sus toneles, garrafas y botellas, donde custodiaba la verdadera joya, su cosecha anual de vino que comenzaba a disfrutar a partir de la fiesta de la Purísima; para Nochebuena acudían familiares y amigos por un “cuarterón” o “media arroba” de aquel vino, porque “entraba muy bien” con los dulce de Pascua y los productos de la matanza casera del cerdo.
La limpieza de los toneles tenía su propio ritual: la caldera en el fuego, un cocimiento de agua hirviendo con ramas de hinojo, romero, higos secos, garrofas… y con ese caldo se enjuagaba el tonel varias veces, rodando sobre un par de “traviesas o colañas”, hasta su limpieza final con agua clara. El tonel estaba en condiciones de recibir vino si podía quemar una pajuela de azufre en su interior; se repetía el proceso si no había combustión interna.
Durante los últimos veinticinco años se había reducido la extensión de tierra dedicado a la vid, eran más rentables otras plantaciones. Este hombre se resistía a suprimir completamente el cultivo, se reservó una pequeña parcela y plantó otra viña, con mayoría de cepas de la variedad meseguera y algunas monastrel, consiguiendo excelentes cosechas para consumo familiar.
Es la última viña del municipio de Los Alcázares.
En los primeros días de octubre se apagó sin hacer ruido, tenía 91 años, no supo vivir sin su compañera de toda la vida, que se le había marchado comenzando febrero.
¿Ahora quien dirige la poda de las cepas en la menguante de enero?
¿Guardamos los sarmientos este año para cocinar arroces a la leña?
¿Quién revisa la bodega?
¿Qué fin de semana probamos el vino nuevo?
¿Cuándo ponemos una pajuela en cada tonel?
¿Un “cuarterón” son cuatro litros? ¿La “media arroba” son ocho?
Era mi padre.