POR PEPE MONTESERÍN CORRALES
Un narrador, no del todo omnisciente, cuenta en tercera persona cómo los componentes de una coral polifónica, desajustados en su vida particular y tal vez dirigidos por un asesino, intentan armonizarse para cantar el Magnificat.
En el fondo, una historia de amor, horror y redención, que se desarrolla en tres jornadas; dos, previas a la actuación, la otra el día del concierto. El propio autor, no sabemos si el lector dará con ello, ignora quién fue el asesino; es más, no está seguro de si hubo realmente un crimen.
Primer capítulo
Sospecha Alonso, así lo manifiesta a Ricardo mientras pasean por la playa, que en el Arenal Gris asesinaron a Casilda, que la enterraron y que un tiempo después la mar brava descubrió el cuerpo, o algo parecido.
―Una galerna ―le dijo Ricardo, orgulloso del Cantábrico plomizo―. Una galerna gris.
La desvistieron las lubinas, comieron sus ojos negros las pulgas anfípodas y las gaviotas se zamparon su sonrisa y su nariz de terracota, una nariz desmochada de nacimiento, que recordaba a una Venus etrusca.
Esta particularidad nasal le confería un perfil extraordinario (sobresaliente no) y cualquier cirugía que la completase, que le añadiese esos milímetros de cartílago y lobulus, la desfiguraría, como si un arqueólogo pretendiera restaurar la Esfinge de Guiza, que desde el siglo XXV antes de Cristo conocemos chata y nos gusta chata.
―Se zamparon su sonrisa, lo único que no era gris en el Arenal ―lamenta Ricardo, mientras se dirigen caminando al estuario para hacer tiempo antes del ensayo con el coro, el último ensayo sin músicos.
Arenal Gris porque es playa de arena gris; gris por la carbonilla que arrastró el río desde los lavaderos de carbón de las cuencas mineras hasta la desembocadura en el extremo occidental de la bahía; gris por el substrato pizarroso de esta plataforma septentrional y gris por los efectos del cielo nublado, que desnorta y atormenta a la población.
―La sepultaron bajo las rocas del muelle ―hace sus cábalas Alonso―, la galerna la sacó a flote y el efecto Coriolis…
―¿El efecto Coriolis?
―Sí, la rotación de la Tierra, de oeste a este, provoca una inercia en los objetos que flotan en el mar; esta fuerza Coriolis esparció los restos por los acantilados de la zona oriental de la ensenada.
Atardece.
Por estos lares atardece a menudo, es más frecuente el ocaso que el amanecer y hasta se diría que hay más funerales que bautizos.
―Brillante, intensa, simple ―evoca Ricardo a la chelista―, de color profundo, dulce vibrato y armónicos glissando… Publiqué varias reseñas de sus últimas actuaciones como solista de dulce vibrato y armónicos glissando.
―¿Solista?
―Solista.
En primera instancia, culparon de la tragedia a una ola grisácea que sacó a Casilda de su tienda de campaña, de lona anaranjada, y se la tragó con el violonchelo. La Policía dudaba de que una ola hubiera abierto la cremallera de la tienda para tragársela, pero se preguntaba lo mismo que el resto de la ciudad: ¿quién se beneficia de su pérdida? Ni sus hijas, ni su esposo Cecilio, ni Fidel, íntimo de ambos.
Un tiempo después, esa misma ola sospechosa demostró su inocencia al socavar el espigón y descubrir la verdad desnuda, a la que devoró a medias la fauna costera.
―¿No tenía un trío con Cecilio y Fidel? ―preguntó Alonso al crepúsculo gris.
La viabilidad de la central nuclear, que pretendía desarrollarse en la cercana alameda, también salía malparada; Casilda era una activista significativa y su desaparición radicalizó las protestas contra el proyecto. Sin Casilda perdía toda la población, la música y hasta el océano, al cargar con muertos que no le correspondían.
―Las últimas actuaciones de Casilda fueron como solista de dulce…
―De dulce vibrato y armónicos glissando ―se adelantó Alonso.
Archivaron el expediente en primera instancia y, como dijimos, otra galerna volvió a abrirlo para indultar aquella ola y atribuir la tragedia a algún loco sin identificar, un loco cuyas huellas grises desdibujó el viento antes de que las autoridades sacaran la horma.
Los restos de la víctima recogieron, incineraron y arrojaron a la ría por la borda del Valeria Marciala, el barco de un empresario y miembro del Coro de Hidrogás, que dirigía el maestro Cecilio.
―Pero sí, antes eran un trío ―reconoció el escritor.
―Tres parejas ―dijo Alonso.
―Un trío, un trío; tres parejas serían un sexteto ―hizo las cuentas Ricardo, hombre de letras, en otro tiempo de ciencias.
―Con un trío pueden formarse tres parejas ―insistió Alonso, que era científico.
Archivado el caso y con el coro muy avanzado en los ensayos del Magnificat de Bach se incorporó un forastero, Alonso, que resultó un buen bajo. Decían que Alonso llegaba para investigar el suceso del Arenal Gris; a este crimen, aunque afecte profundamente al relato, aludiremos de soslayo porque preferimos consagrarnos a los beneficios de la polifonía.
Donde unos encontrarían en esta desventura material para una novela negra, otros atisbamos una historia de amor.
―Una historia de amor ―dijo Alonso, casi para sí mismo.
―Muerte y vida ―dijo Ricardo.
―La unidad que se opone a sí misma concuerda consigo. De la oposición del grave y el agudo saca el arte musical la armonía, ¿no es así?
―Sí.
Por eso seguiremos a los individuos del coro, su cotidiano desconcierto, y narraremos su concierto memorable, verdaderamente memorable, en realidad dedicado a la inmortal chelista de dulce vibrato y armónicos glissando.
Fuente: https://www.zendalibros.com/una-historia-de-amor-horror-y-redencion/