POR EDUARDO JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
No sé ustedes, queridos lectores, pero un servidor suele tener la sensación de que la historia del Real Sitio tiende a ser contada principalmente en clave masculina sin una lógica mayor que la titularidad del monarca en cada caso, evento o hecho reseñable. Es curioso, cuando menos, que tendemos a contar primero aquello de la política asociándolo a la iniciativa del rey, presidente o dictador de turno, para dejar en segundo plano la participación en todo el proceso histórico de las mujeres que compartieron aquella responsabilidad con sus esposos, generalmente impuestos por la decisión de terceros. Es un tanto frustrante que uno tenga que repetir una y otra vez que las mujeres no ven pasar la historia, sino que la protagonizan sin ninguna duda. Que la historia es contingente y que las mujeres, como integrantes de la sociedad, como personas, han sido parte de las decisiones, aciertos y errores, progresos y reacciones destructivas; de lo bello y memorable; de lo terrible y cuestionable. No nos olvidemos que, aunque la historia se enuncie en femenino, se tiende a mostrar en género masculino.
Y, como estarán pensando, todo ello es apreciable en el Paraíso donde tengo la suerte de vivir.
En efecto, la mayoría de las acciones políticas, artísticas, culturales y sociales que tuvieron lugar en este Paraíso constituyendo la realidad histórica que es hoy, contó con la participación, cuando no protagonismo, de no pocas mujeres. Desde la voluntad de Isabel de Farnesio de participar en la constitución de este, dejando el recado en evidencias presentes en el jardín o el propio palacio, al amor por el lugar de la Infanta Isabel de Borbón, hija de Isabel II, y su perseverancia en su preservación tras la destrucción de 1918, una plétora de mujeres ha formado parte de la historia de este Real Sitio, aunque la mayoría de los vecinos y visitantes lo desconozcamos. Pregúntense por qué Alfonso XII adaptó parte de la carretera que descendía desde el Puerto de Navacerrada al uso del automóvil o qué empujó a su padre, Alfonso XII, a vestir y adaptar la parte del Palacio de Riofrío que hoy se puede admirar en visita sin igual. ¿Qué evitó la destrucción y especulación del palacio de Valsaín a finales del siglo XIX? ¿Quiénes protagonizaron los dos golpes de estado producidos en el Paraíso? ¿Por qué se construyó un convento en la vieja fábrica de cristales de Carlos Sac? ¿Qué motivó la construcción del Albergue Real? ¿Por qué volvía una y otra vez Felipe II al Real Sitio Primitivo?
Un ejemplo singular y altamente desconocido de la voluntad femenina en la constitución del Real Sitio lo podemos encontrar en la calle del Rey, llamada en el siglo XVIII, de los Jardines, por ser su acceso principal. Casi al final de la calle se puede ver una casa hoy recuperada con vistosos colores, recuerdo de los revocos que luciera en aquella época primigenia. Es tan singular que hasta tiene nombre inscrito: casa de las Alhajas.
Al parecer, la reina Isabel de Farnesio quien tanto odiaba este sitio por la soledad y adonde siempre volvía una y otra vez, tenía una fijación especial por los camafeos. Muy de moda en el siglo XVIII, los camafeos eran preciosos bajorrelieves llevados a cabo sobre una piedra preciosa, generalmente ónice o ágata, sardónica y, ya desde el siglo XVII, todo tipo de conchas. Lo que se buscaba era utilizar un material duro que ofreciera textura y color singular. Después de tallado, se enmarcaba con oro o plata y servía de adorno al vestido, dando un toque de lujo y sofisticación difícilmente igualable. Aunque se conocía la técnica desde la antigüedad, en el momento de constituirse el Real Sitio habían vuelto a ser del gusto social gracias a la recuperación de toda cultura relacionada con el mundo clásico. No hay que olvidar que fue en ese tiempo cuando empezaron a recuperarse todo tipo de objetos asombrosos de los yacimientos de Pompeya y Herculano. Dado que la reina Isabel de Farnesio estaba en el mundo, que diría mi querida Pilar, empezó a coleccionar camafeos con la misma pasión que reunía pinturas, esculturas y todo tipo de obra de arte en competencia amistosa con su señor esposo, el rey Felipe V, situación patente en la imposición de una flor de lis en todo lo que fuera de su propiedad.
Así, con esa intención de coleccionar y ahorrar un poquito, que tampoco estaba de más, tomó la decisión la reina de construir o, más bien, dedicar una infraestructura de la corona para la fabricación de camafeos. Dado que en el Real Sitio de San Ildefonso todo lo que se construía en aquel momento pertenecía a la corona, lo más sencillo fue ubicar el taller aquí. No había problemas con los vecinos o la titularidad del inmueble, ni gremio alguno que protestara por la presencia de artesanos italianos o franceses, con total seguridad, que usurparan los derechos de los trabajadores patrios. De modo que desde la década de los años treinta del siglo XVIII, la calle de los jardines contó con un taller de camafeos por voluntad de la reina Isabel de Farnesio que hubo de funcionar hasta finales de siglo y principios del XIX, cuando todo el Real Sitio cayó en venta y desuso, del mismo modo que la nación y la honestidad.
Por tanto, cada vez que paseen por esa maravillosa calle, de las más hermosas del Paraíso, no duden en dedicar una sonrisa a la Casa de las Alhajas, al taller de camafeos de la reina Isabel. Y no olviden que, aunque los historiadores escribamos la mayoría de las veces en masculino plural o singular, la historia no entiende de géneros. La historia, queridos lectores, no tiene ningún problema con las mujeres. Su huella está ahí, esperando ser relatada y comprendida. Como en todo lo demás, solo hace falta un poco de voluntad. De perspectiva, que diría el Maestro Santos Juliá.
Fuente: https://www.eladelantado.com/