
POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA).

Las personas que se dedicaban a hacer carbón y picón de los árboles, arbustos y matorrales, para la venta y consumo de este combustible, muy utilizado en las herrerías, y en los fogones de cocinas y braseros, hasta la aparición y puesta en servicio del butano, la electricidad, etc., eran los carboneros y los piconeros.
Se caracterizaban éstos por su desaliño indumentario, casi siempre iban con las ropas manchadas de carbón y en jarapillas; el pelo despeinado cubierto con una gorra o boina; su rostro tiznado y con una vara en sus manos. Eran trabajadores de clases humildes, con la piel curtida, ya que ejercen su profesión al aire libre y a cielo descubierto, y en muchas ocasiones tienen que soportar temperaturas extremas de escarchas, lluvias o calores en lugares inhóspitos en la sierra donde no existen refugios para resguardarse, y adonde se desplazaban por encontrarse allí la materia prima de su trabajo: la arboleda, el monte bajo y el matorral. También eran muy conocedores del proceso de crecimiento y desarrollo de la arboleda y, muy hábiles con el hacha, pues tenían que talar grandes árboles de encina, olivos, brezos, etc., sin dañarlos, para obtener la leña que utilizarían después.
Los carboneros y piconeros de Villa del Río, núcleo de poco término y carente de espacio ocupado por el monte, tenían que trasladarse a las faldas de Sierra Morena, del término de Montoro para buscar los troncos de madera, las ramas y la hojarasca necesaria para desarrollar su trabajo y así nacieron amistades fugaces, vínculos afectivos y negocios, en estos espacios despoblados, entre hombres de distintos términos municipales que se dedicaban a la misma tarea
En la residencia Patronato Hospital de Jesús Nazareno de Montoro, donde habita mi hermano Luís, he tenido la suerte de encontrarme con Juan García Espino, de 70 años, natural de Montoro, y Manuel Cabrero Herráez también de 70 años, natural de Torrecampo; ambos habían sido carboneros y me han dado una amplia y jugosa información sobre el sentido de este oficio de tradición milenaria, y auxiliado por mi hermano Juan, que me aportó nombres y gestas de los carboneros villarrenses, elaboro el presente artículo sobre ellos.
Los lugares que más visitaban en la Sierra Morena, eran los llamados Corchuelos, Borricos y la Higuera, en el término de Montoro y el del Chaparral del Madroño, en Villanueva de Córdoba, donde obtenían los troncos de encina, de olivo, ramas y varios tipos de lentiscos: “mutisoso y chillaera” eran nombres que tomaban por el crujir de las ramas al quemarse.
Los hornos de carbón tradicionales se levantaban formando grandes pilas cónicas a nivel del suelo, con leña de cepas de olivo, de troncos de castaños, de encina, de pinos, de brezos, etc., a veces se seleccionaba el material, y se cubría de tierra arcillosa, prendiéndole fuego en la base y vigilándolo para que no se apague ni se queme con rapidez, pues la duración del quemado o tueste, si la producción se calcula en una tonelada es de un mes, si dos toneladas dos meses y tres toneladas dos meses y medio.
El carbón más resistente, el que da más calor y más chisporrotea es el obtenido del brezo, que es el que usan los herreros en las fraguas. Este carbón se hace en hoyos en la tierra, donde se depositan cortezas, troncos y ramas de este árbol, y se cubre con tierra apretada en la que se abren unos respiraderos llamados bocas o caños y un rabillo para pegarle fuego. Su obtención puede producirse en veinticuatro horas. El carbón más utilizado y de mejor resultado en las cocinas es el de encina.
De los tizones del carbón se saca la carbonilla, picón muy fino de gran concentración calorífica. En los braseros se debe mover de forma suave para evitar su quemado rápido.
El picón se obtiene de arbustos: madroños, lentiscos, jaras, adelfas y hojarascas, que se quemaban al viento, y eran apagadas con agua que acarreaban desde el lago del Arenoso y del Arenosillo, de la fuente del Vidrio, y de la fuente de los Perros que está en la cuneta de la carretera de Villa del Río a Cardeña, cerca de las minas del vidrio. De las varetas de la cabeza y pies de los olivos, se obtenía el picón de canuto, menos caluroso y su uso reducido a los braceros caseros.
Los arrieros, siguiendo viejas rutas serpenteantes en montes y vaguadas transportaban grandes cantidades de carbón en rudimentarias cadenas de mulos y burros cargados con capachos repletos, al estilo de las galletas rellenas de chocolate, los que soportaban un peso de hasta doce arrobas, seis a cada costado, atados con cuerdas que liaban el cuerpo del animal por el centro. Así cargados, les llamaban “empanados” y en fila seguían a un guía llamado “el Libiano”, el segundo era el seguidor y el último de la recua el culero.
En el aparejado de los burros existía todo un ritual y un orden en la colocación de los diez elementos que componen su atuendo: el suaero, el albardón, la pajera, el arropón, las armas, el mandil, las sobre armas, la cincha, la cubierta y el cordelillo. Además está el atajarre, larga correa de cuero que se pone debajo del rabo del animal y el cabestro.
Los carboneros que existieron con gran pujanza hasta mediados del siglo pasado, década de 1950 a 60, hoy está casi desaparecida, y los personajes más conocidos de este gremio en nuestro entorno, fueron: el “Chominito” que compraba el carbón y el picón al por mayor, y lo revendía por las calles del pueblo, transportándolo con un burro en serones, a los que llevaba enganchado una balanza y un peso con platos metálicos; Concepción la mujer de Bartolomé Servando, que vendía picón de jara, en su casa en la calle Marruecos; María Luisa la mujer de “Potrilla”, y Mena, en la calle Pescadería, y Jaramillo, que lo hacía él, lo traía en sacos en una bicicleta y lo vendía en la calle Caballeros, donde tenía su domicilio; Manuel Córdoba, vivía en la Colonia, y era al mismo tiempo carbonero y recovero de gallinas, perdices y jamones, etc.
Los carboneros y piconeros, en su recorrido, iban a menudo canturreando por las veredas coplas y leyendas mal hilvanadas que impregnaban los aires del campo y a modo de bandas sonoras ponían música a los caminos. Un romance decía así: El oficio del carbonero/ no hay que tomarlo a risa/ porque ellos saben hacer / carbón, tizos y ceniza /. Y otro: En los montes del Riñón / se hace niña el güen picón / y si das con buen jaral / verás subir el jornal y nos podremos casar /.
Ciudades cultas como Córdoba, recuerdan el pasado histórico del Barrio de los Piconeros, hoy Santa Marina, y seguramente por nostalgia al gremio, intentan no olvidarlo incluyéndolo en el callejero con nombres como la “Avenida de los Piconeros”.
FUENTE: LOS CRONISTAS
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