POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

En el año 1896 a finales del siglo XIX, después de haber disfrutado de los bailes de disfraces y máscaras en nuestra localidad durante varios días, se daba paso a tres días de estruendoso desfile de carnaval que llenaba de público festero la plaza del Ayuntamiento y toda la calle Mayor; hasta la punta del pueblo.

En estos desfiles carnavaleros participaba toda la juventud bulliciosa y festiva e, incluso, personas mayores. Participaba todo el pueblo: unos desfilando y otros contemplando, como espectadores, del ir y venir de las comparsas, alentados y auspiciados por las elites de la sociedad.

Sin embargo, bajo esas máscaras que era la razón de ser de dicha fiesta, se escondían rostros de personas que cometían todo tipo de tropelías, fechorias y delitos; hasta el punto que, lugares como las puertas y ventanas del Ayuntamiento, así como las tiendas y colmados de la calle Mayor sufrieron graves desperfectos.

Esa especie de anarquía era un fiel exponente de la nueva burguesía, aparecida en la sociedad y, consentida, no autorizada, por las autoridades más preeminentes del pueblo como el cura Juan Guzmán Nicolini y el alcalde Joaquín Sánchez Valiente.

Sin embargo, ante tales desmanes, se cambió la diversión por la anarquía que ocasionaron el envilecimiento y el desorden, acompañados por unas copas de alcohol de más, que llegaron a ocasionar severos disturbios en los pacíficos ciudadanos.

Por tal motivo, dos años después, en el mes de febrero de 1898, cuando varios soldados de nuestro pueblo combatían en los conflictos bélicos de Cuba y Filipinas, tanto el nuevo alcalde Damián Abellán Miñano como el propio párroco Juan Guzmán, tomaron la decisión de suspender dichos desfiles de carnaval con máscaras.

Los edictos se colocaron tanto en la puerta de la iglesia como en el tablón de anuncios del Ayuntamiento y, además, fueron difundidos por el pregonero que en algunas ocasiones recibió los improperios del vecindario.

En dichos edictos se comunicaba a los ciudadanos que si querían desfilar en las fiestas de carnaval, estaban obligados a realizarlo con las caras descubiertas y, advirtiendo que a quién cometiera algún delito punible, le acarrearía todo el peso de la ley.

¡Ah! sabedores de que algunas mujeres desfilan mezcladas con los hombres, ocasionando desmanes no permitidos en dichos edictos y, también, el pregonero les recuerda que serán sancionadas si tienen la osadía de salir en los desfiles de carnaval; aunque sea con el rostro descubierto.