POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
La aparición de un libro que recupera los textos clásicos de Federico Bordejé y sor Cristina de Arteaga sobre los viejos castillos mendocinos, da pie para evocar de nuevo algunos edificios que fueron habitación de magnates, puntos de defensa y lujosos palacios del Renacimiento en la recuperada Granada tras los Reyes Católicos.
Los castillos del País Vasco
Existen varias decenas de torres y casas fuertes mendocinas distribuidas por el País Vasco. Pero aquí destaco dos de ellas, por la representatividad que suponen: la primera es la torre mayor de Mendoza, situada en el pueblo del mismo nombre, muy cerca de Vitoria, que se tiene por ser la cuna solariega del linaje, y la que le dio nombre. Aunque en este lar nacidos, ya es sabido que los Mendoza, una vez trasladados a Castilla, fueron ocupando puestos de relieve en la corte, y alcanzaron una preeminencia que les comparó casi con la Casa Real. En todo caso, siempre siguieron teniendo relación con sus lugares solariegos. Así, en el testamento del almirante de Castilla don Diego Hurtado de Mendoza, padre del futuro primer marqués de Santillana, firmado en 1400, citaba precisamente en las tierras de Álava a la Casa de Mendoza, con mis lugares de Foncoa e Arenis e Achávarri e Domayquia e las Hermandades.
Rodeada por un recinto rectangular, con torreones en sus ángulos, se nos presenta como una pequeña, pero atrayente fortaleza. Los Duques del Infantado mantuvieron posesión de la Torre de Mendoza hasta 1856 en que fue vendida al vitoriano Bruno Martínez de Aragón y Fernández de Gamboa. En 1984 fue declarada la Torre de Mendoza como Bien de Interés Cultural, y entonces se instaló en ella el Museo de la Heráldica de Álava. Pero en 2012 se cerró este Museo por no cumplir las condiciones de normativa de accesibilidad, y porque en ese año la Diputación Foral de Álava, la devolvió a sus propietarios que la habían cedido para ese fin museístico.
Otro lugar emblemático de los Infantado es la localidad vizcaína de Gautéguiz, a orillas de la ría de Mendaka, en el Parque Urdaibai, muy cerca de Guernica. Allí afincaron en el siglo X los Arteaga, cuyo apellido es hoy el que afirma la casa del Infantado. En sus Bienandanzas e Fortunae, don Lope García de Salazar cita los hechos y circunstancias, por las que pasaron ésta y las otras casas fuertes y torres del mismo linaje de Arteaga.
En el siglo XIV, la primitiva casona fue transformada en castillo por Fortún García, a quien mató en 1368 el rey Don Pedro I, el Cruel. Aunque en 1468, esta casa fuerte fue asaltada y destruida por los Múgica y Avendaño, los Arteaga volvieron a levantarla, y desde entonces este castillo fue el exponente mayor del linaje. De ella dependían las torres y casas fuertes de Montalván, Gabresi o Zamudio, Múgica-Arrazúa, Beléndiz, Canala, Jáuregui, San Martín y otras pertenecientes a la familia.
A mediados del siglo XIX, era señora de Gaustéguiz doña Eugenia de Montijo, quien casó en 1853 con Napoleón III, jefe del Estado de Francia. Al nacer en 1856 su hijo, el principito Napoleón, la Junta del Señorío de Vizcaya, reunida en Guernica, le declaró Vizcaíno Originario, y en ese tiempo la señora, ya conocida como emperatriz Eugenia de Montijo, encargó al arquitecto francés Couvrechef la restauración de esa fortaleza en un “revival medieval” exagerado pero muy llamativo. La terminó el arquitecto Ancelet, en 1860, y hoy se ha convertido en un Hotel-Restaurante de lujo en un lugar privilegiado.
Los castillos de Castilla
Infinidad de ellos asoman por oteros y encrucijadas. Dando prueba de la importancia militar y señorial de los Mendoza. Fueron primeros los de Buitrago, Hita y Manzanares, primeras propiedades que recibió don Pedro González de Mendoza (el héroe de Aljubarrota) de la generosidad del rey Juan II. Hoy se mantienen relucientes, restaurados, imponentes en su belleza medieval. Pero hay muchos otros, tanto en Guadalajara, como en Cuenca, en Toledo, en Valladolid, en Palencia… que demuestran la capacidad de los Infantado para levantar castillos de toda índole. Entre nosotros hay que recordar los de Pioz, a quince minutos de la Plaza Mayor, o los de Jadraque y Torija. Sin olvidar {las ruinas del] Alcázar de Guadalajara, al que custodiaron y adornaron durante mucho tiempo estos aristócratas.
De estos “castillos de Castilla” hay ejemplos conocidos y otros menos, pero todos ellos ocupados y administrador por los Mendoza en siglos de esplendor. Rello, en Soria, fue otro de ellos. Y Monteagudo de las Vicarías otro, en la raya de Aragón. Sin olvidar esa cumbre monumental de Almenara, que mandó levantar, y adornar con sus escudos, el Gran Cardenal.
El castillo palacio de La Calahorra
Una de las piezas más considerables del catálogo de los castillos mendocinos en España es, sin duda, el de La Calahorra, un castillo montano que se alza en pronunciada colina frente a las cumbres de Sierra Nevada, en la accitania granadina. Aquí quiso dar muestra de su poder y buen gusto don Rodrigo de Vivar y Mendoza, el hijo mayor del Gran Cardenal Mendoza. Adusto por fuera, sobre una pelada colina, con la espalda cubierta por las nevadas cumbres de Sierra Nevada, allí quiso construir un maravilloso palacio renacentista, con gusto italiano, este caballero, que fue político, guerrero y uno de los introductores del Renacimiento en nuestro país.
El eje vertebrador de este castillo palaciego es un patio de proporciones cuadradas, de 20 por 20 metros, rodeado de dos plantas de galerías superpuestas de cinco arcos sobre columnas de orden corintio. En el cuerpo inferior de la galería aparecen arcos de medio punto sobre columnas con elevados capiteles corintios apoyados sobre collarinos en los que se alterna decoración a base de grutescos y elementos geométricos. Los arcos adornan su intradós con flores y guirnaldas, mas anillos y roscas destacados mediante molduras, y en las enjutas se representan escudos heráldicos de los Mendoza y La Cerda. La galería inferior está realizada con piedra caliza de la zona, y la galería superior se apoya sobre arcos de medio punto descansando sus columnas sobre pedestales unidos por una balaustrada de mármol de Carrara. En esta galería la decoración se centra en las armas de La Cerda y Mendoza, por el matrimonio de don Rodrigo [de Mendoza] con Leonor [de La Cerda]. El intradós de los arcos se decora con casetones de piedra negra italiana. Finalmente, vemos en el entablamento algunas inscripciones latinas con textos de salmos bíblicos, que junto a las referencias mitológicas grecorromanas presentes en la decoración del patio y estancias interiores, ofrecen una lectura humanista de este edificio.
Los escudos mendocinos surgen por todas partes. Los que llaman la atención son los blasonados de Mendoza y La Cerda, que correspondería a Doña Mencía de Mendoza, hija del marqués don Rodrigo, y de su primera esposa Leonor de la Cerda. Al parecer, el marqués construyó este castillo palaciego para ella, para su hija, la culta doña Mencía.
La soberbia arquitectura es sin duda de Lorenzo Vázquez de Segovia, el arquitecto mendocino por excelencia. Por las puertas y los salones aparecen tallas y capiteles exquisitos. Con temas sacados del Códex Escurialensis que años antes había traído de Italia el tío del marqués. Las tallas son obra de Michel Carlone y en ellas se ven dioses de la Antigüedad, escudos militares, panoplias frutales y cartelas con el nombre del propietario y constructor, Marqués Rodrigo de Mendoza.
Una joya bibliográfica
En estos días aparece editado (Aache Ediciones de Guadalajara, 2024) un libro que apunta a ser eje de un recuperado paseo por castillos y torres, palacios y fortalezas que evocan un tiempo pasado y espléndido. El libro, que forma como número 131 en la Colección “Tierra de Guadalajara” donde se muestran infinidad de aspectos relacionados con el patrimonio provincial, está firmado por tres conocidos nombres de la literatura histórica en nuestro país. Concretamente los de don Juan de Conteras y López de Ayala, marqués de Lozoya, uno de los mejores conocedores del arte hispano; Federico Bordejé Garcés, fundador de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, y uno de sus clásicos estudiosos; y sor Cristina de Arteaga y Falguera, sierva de Dios, y analista en su tiempo de las vicisitudes históricas de los Mendoza con un premiado libro en dos tomos que trataba de los fastos de la familia del Infantado.
El libro muestra en sus textos la recopilación de las torres fuertes, castilletes, casas grandes, castillos y fortalezas que desde sus inicios hasta el siglo XIX los miembros de la Casa y Linaje del Infantado levantaron por toda España. Desde Vizcaya a Sevilla, desde Palencia a Valencia…. Un catálogo denso de edificios históricos, que en su mayoría permanecen en pie y son visitables. Muchas fotografías, una densa bibliografía, y los correspondientes índices completan el libro que acaba de salir.