POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
En junta general celebrada el 23 de enero de 1896 fue elegido presidente del Casino Francisco Bianqui Carriles, sastre; y secretario Salvador Llanos e Ibáñez, escribiente de la dirección de Hacienda en el puerto.
A los pocos días, el 16 de febrero de ese mismo año, fueron citados nuevamente todos los socios, en junta general extraordinaria presidida por Bianqui, aprobándose por unanimidad el derribo inmediato del edificio, por no reunir las condiciones necesarias para fin a que se destinaba, por la poca seguridad que ofrecía y como por el mal estado en que se encontraba la obra. La junta directiva solicitó todas las facultades y poderes para que pudieran arbitrar fondos, contratar empréstitos con hipoteca especial voluntaria sobre el mismo edificio, estipulando los intereses convenientes, que se tendrían que satisfacerse por trimestres o semestres vencidos, con la circunstancia de que una persona o entidad jurídica le facilitara los fondos necesarios. En el caso de que el Casino faltase al pago, se podría proceder contra la finca, con arreglo a las leyes. O sea que si no se pagaba, sería embargado el edifico y el solar.
La junta del Casino solicitó que se les otorgara y aceptase escritura para formalizar cuantos documentos fueran suficientes al objeto de obtener los recursos precisos hasta la terminación de la obra proyectada. Y no teniendo otro asunto que tratarse se levantó la sesión, aprobándose y siendo firmado el acuerdo todos los socios presentes.
El préstamo de 25.000 pesetas, necesario para acometer las obras de nuevo edifico del Casino, fue aportado a la junta directiva del Casino de Torrevieja por Rafael Sala Satorres para el levantamiento de la nueva planta con arreglo a los planos que, como ya he dicho, había levantado el arquitecto José Guardiola Picó.
El edifico se levantó en un escasísimo periodo de tiempo, porque en la noche del 10 de agosto de 1896 se procedió, con gran pompa y solemnidad, a la inauguración del nuevo Casino. El edificio, con planta baja y un piso, fue considerado como de los mejores de su clase. De estilo modernista se alzaba majestuoso sobre el mar situado a escasos metros de su fachada. En la parte alta, ostentaba ricos y preciosos adornos y un elegante decorado, un espacioso salón de tresillo y a la izquierda la sala de lectura con una bien surtida biblioteca en cuyos estantes se encerraban selectas obras de antiguos y modernos autores. En la parte media del edificio una ancha claraboya establecía una corriente de aire continua en todos los departamentos que hacían agradable la estancia aún en las más calurosas horas del día; y disponía de dos valiosísimos, pianos uno de media cola y otro vertical, así como una costosísima y hermosa mesa de billar trabajada con madera de palo santo y caoba, que completaban el rico mobiliario, ostentando además una escalinata de mármol para ascender al piso superior.
El día de la inauguración, serían aproximadamente las nueve de la noche, cuando la banda municipal tocó un hermoso pasodoble, dando comienzo a la fiesta. Poco después empezó a llenarse el salón de preciosas y elegantes señoras a quienes acompañaban al salón de baile ofreciéndoles unos bonitos buquets los señores Bianqui, Blanco, Llanos, Ortega, Castell, Torregrosa, Ballester y Sala que constituían la junta directiva.
A las diez empezó el primer número del programa, bailándose un rigodón. Luego la distinguida señorita María Barón cantó al piano el Non he verte de Mathei con un gusto y arte admirables, que arrancaron frenéticos aplausos en los concurrentes; seguidamente cantó la señora Melonio una dulce y bonita aria con voz segura y brillante y con una dulzura que puso de relieve las extraordinarias condiciones que tenía para el canto, y como complemento del concierto tocaron preciosos trozos de varias óperas el pianista señor Capellín y una ‘Overtura’ la señorita Josefa Gil con un gusto admirable y con una fácil ejecución demostrando era una notabilidad interpretando a Bethoven y Mozart. Inmediatamente las parejas comenzaron sus vertiginosas vueltas al compás de los acordes que el distinguido profesor Manuel Capellín arrancó al piano; allí luciendo preciosos y elegantes trajes estaban las señoritas de Torrevieja y las forasteras.
Finalmente, y con la luz eléctrica, que también se estrenaba aquella noche junto al alumbrado público de la población también voltaico, hubo coronación de la fiesta. El señor Moreno, del que desconocemos su nombre de pila, leyó unos preciosos versos de Federico Martínez, que se encontraba veraneando en Torrevieja, dedicándoselos a los socios fundadores del nuevo Casino. Leemos unas cuantas estrofas del inspirado poeta:
“¿Cuál tu origen? En la espesa bruma / tu fundación se pierde en la historia, / y de tus olas la flotante espuma / sólo nos trae tradicional memoria. / Y aunque eres reminiscencia sólo / de antigua población y antigua gente, / tu nombre correrá de polo a polo / más brillante, famoso y esplendiente. / Que no hay región en la terrestre esfera / de las costas del norte a las malayas, / que no tenga un falucho o que siquiera / les lleve los recuerdos de tus playas.”
La inauguración del Casino significó todo un hito para la burguesía local, ligada al partido liberal, de tradición progresista y moderadamente republicana. El objetivo de los fundadores y constructores fue dotar a Torrevieja de un foco cultural y de un espacio de referencia para el desarrollo político y social.
Cuando se construyó el Casino de Torrevieja, la villa no tenía más de 8.000 habitantes, entre los que destacaba una influyente y pujante clase comercial de armadores de buques de vela, consignatarios y comerciantes. En el último tercio del siglo XIX, en las provincias de Alicante y Murcia crecieron, -al calor de esa burguesía necesitada de lugares de ocio-, hoteles, teatros y casinos, que aglutinaron a un número muy preparado de pintores, ebanistas, doradores, escayolistas, broncistas y tapiceros. Con ese fermento, el interior del Casino de Torrevieja estaba destinado a convertirse en un importante exponente del modernismo decorativo.
Todo ello, al gusto de esa clase alta europeísta, la misma que en Barcelona impulsaba por aquellas fechas las obras de Antonio Gaudí.
Dos años después, en 1898, en la prensa de la época se decía: “El balcón del Casino es magnífico y las vistas al mar deliciosas. En una extensión de muchas leguas se alcanza a ver la inmensa planicie líquida, y allá a lo lejos las lanchas pescadoras, se ven cruzar y perderse de vista en la línea brumosa del horizonte”. Había música en sus salones, y cualquier excusa era buena para organizar un baile. La historia de Torrevieja en la segunda mitad del siglo XIX y todo el XX no se podía entender sin un edificio emblemático representando su Casino.
Las obras de decoración y mejora se sucedieron, no sin un gran sacrificio por parte de los socios. En aquellos años España era un país pobre y la burguesía de Torrevieja no era la de París, ni siquiera era la de Barcelona, aunque nos pudimos poner a la par de otras muchas ciudades de nuestro entorno como Orihuela, Alcoy, Novelda, Alicante, Murcia, etcétera, que también levantaron espléndidos edificios para albergar a estas sociedades.
Se decoraron y amueblaron los salones destinados al billar, a los bailes, a la tertulia y, por supuesto, a los naipes y otros juegos de azar, -actividad que proporcionaba gran parte de los ingresos. En los paneles del salón principal, el excelente pintormurciano Inocencio Medina Vera representó, con el arte de sus pinceles, plasmó las cuatro estaciones del año, pintando sobre lienzo que posteriormente fue pegado sobre las paredes, trabajo que hizo al mismo tiempo que iba y venía de Murcia para dar los últimos toques a la decoración del teatro Romea, donde realizó la ornamentación del techo -que se conserva casi como a principios de siglo, con la misma técnica que en nuestro Casino. La obra representa la coronación de Julián Romea por musas del Parnaso, así como la ofrenda de un escudo de la ciudad de Murcia al actor y poeta y algunas costumbristas. Las pinturas de nuestro Casino y las del ‘Teatro Romea’ de Murcia, fueron inauguradas a principios de 1901. El también el artista murciano Enrique Álvarez Salas acometió las tallas florales que todavía decoran los paneles de la sala de juegos, en el piso superior.
En esos años fue presidente del Casino Manuel Bonmatí, al que le debemos, en gran medida la decoración exterior del edificio y la extraordinaria terraza. También fue ornamentado el patio con claraboya en estilo neo-nazarí, tan de moda, al que más tarde se le puso complementos y detalles de mobiliario. Ebanistas murcianos y torrevejenses tallaron la monumental cancela y la puerta principal. Los artesonados, mármoles, pátinas, pan de oro, brillantes, brillantinas y maderas nobles dieron un gran impulso a la institución, enalteciendo los actos que allí se celebraban, no escatimando en gastos la junta directiva para realizar este importante crecimiento que se prolongó algunos años más.
Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 20 de junio de 2015