En los tiempos en los que la calle era el medio de comunicación más extendido, las voces de las tertulias inundaban las esquinas donde más aire corría en los barrios. A la caída del sol –ya que no se trasnochaba mucho–, cada cual acudía con su silla al mismo lugar de siempre, normalmente a la puerta de la persona más mayor o impedida, de la que más dificultades tenía para moverse. Allí, en corro, daban comienzo las charlas más variopintas del día, en las que se comentaban las informaciones que habían escuchado en la radio. Suponemos que hace 100 años se hablaría del Desastre de Annual, asunto que se dio a conocer entre los vecinos poco a poco gracias a los soldados de reemplazo que luchaban en la guerra del Rif y que permitían la vuelta de los jóvenes a sus pueblos.
Temas como este eran los que protagonizaban las conversaciones con los que las gentes de entonces soportaban el calor veraniego, aunque siempre había un chistoso que alegraba la situación. También se hablaría en aquellos corros de temas más delicados como las enfermedades o la muerte de algún vecino;quizá también se expondrían ciertos cotilleos, pero normalmente estas eran cuestiones que se debatían en las puertas de los casinos, donde los «señorones» que se sentaban en los sillones de la entrada daban rienda suelta a sus críticas. Cualquiera que se atreviera a pasar por allí quedaba expuesto a los afilados comentarios de los tertulianos.
Las vacaciones no se disfrutaban en la costa a no ser que vivieras en ella, así que los pueblos del interior mantenían a sus habitantes todo el verano tomando el fresco; eso, si no acudían a alguna de las pocas verbenas que se celebraban durante los meses de verano, y que eran la excusa perfecta para salir a la calle. La fiesta celebrada en San Cristóbal, en la zona de las Cuatro Esquinas de Murcia –cruce de las calles Platería y Trapería– era una de las más conocidas: sin ruidos, sin tráfico y con un ambiente cómodo y festivo. Los ayuntamientos ofrecían espectáculos públicos que animaba, normalmente, la banda de música del lugar. En los jardines había un templete o ‘tarima’ donde se interpretaban las canciones de moda para que, los que se atrevieran a bailar, lo hicieran, y los que no, asistieran sentados al concierto.
Hasta que la televisión no metió a las familias en casa para aficionarlas a las películas y a su escasa programación, las reuniones continuaban con debates entre los mayores y juegos tradicionales para los más pequeños. Pero no era habitual ver a muchas personas por corrillo:unas seis o siete era lo ideal para que no surgieran conversaciones cruzadas. Y no es que se llevaran mal los de una tertulia con los de otra, sino que se formaran más bien por amistad o familia y por fidelidad a la tuya; «donde hay mucha gente, está la guerra».
En Caravaca de la Cruz, por ejemplo, habia muchos puntos de reunión en la Plaza del Arco. Allí estaba la tertulia de ‘Nevado’; otra, en la Calle del Poeta Ibáñez, donde se reunía la familia de la profesora Encarna Guirao, al igual que también se establecía un corrillo en la puerta de la ferretería de Don Liderato Díaz. Las sillas, cada una de su padre y de su madre, eran el elemento más característico del sitio donde más fresco hacía: sin que nadie lo impusiera así nunca, llevarlas se convirtió en costumbre. Usanza a la que se unía la de rociar las calles con agua para asentar la tierra y para conseguir frescor. Primero lo practicaban las mujeres mediante cubos de agua; después, los camiones cisterna eran los encargados de regar las aceras para que no se armara polvo. Con la llegada del asfalto a los pueblos, el hábito continuaba para paliar el ardor que estas desprendían.
Mucho hay cambiado la Región desde aquellos años, pero las charlas al fresco continúan siendo hoy parte del paisaje veraniego de nuestras calles, de las de Murcia y todo el sur peninsular. De hecho, un pueblo de Cádiz, El Algar, las ha propuesto a la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. José Antonio Melgares, cronista de la Región, es partidario de que así sea: «Todo lo que sea potenciar, valorar, proteger y dar a conocer lo que fueron las fuentes de nuestra cultura está muy bien», dice;y las reuniones vespertinas en la calle lo son. Además, aprovecha para reivindicarlas: «Vivimos en una época en la que nos hemos aislado», asegura Melgares, quien lamenta que el auge de las nuevas tecnologías ha transformado estas reuniones.«Ahora cada uno está con su móvil», señala, y la vecindad ya no es «tan comunicativa» como antaño: ahora la ciudad está masificada y no ofrece las mismas comodidades que hace un siglo si la idea es volver a salir con una silla a la puerta de casa. Y, precisamente por ello, es un buen momento para reivindicar esta tradición.