DE CÁCERES SANTOS BENÍTEZ FLORIANO Y FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, CRONISTAS DE CÁCERES
Corría el año 2016 cuando Santos Benítez Floriano se puso en contacto conmigo para que colaborara con algunas fotografías en el libro «200 crónicas cacereñas», que iba a publicar junto con su compañero Fernando Jiménez Berrocal. Aunque ya conocía una buena parte de su labor, fue entonces cuando comencé a descubrir verdaderamente el fascinante mundo de los cronistas extremeños. Aquella invitación me permitió entrever un microcosmos en el que el pasado y el presente dialogan, entretejidos por manos dedicadas a narrar la historia de una ciudad bimilenaria como la nuestra, rica en diversidad y contrastes.
Los cronistas, figuras cuya misión se remonta a la tradición renacentista española, tiene asumido un compromiso vitalicio: preservar, investigar y transmitir el alma de su ciudad. No es un cargo honorífico, sino una tarea de abnegación, rigor y profunda responsabilidad. Santos y Fernando, los actuales cronistas oficiales de Cáceres, aceptaron hace años esa difícil misión, dejando constante testimonio de todo aquello que configura la identidad cacereña: guerras y reconciliaciones, monumentos y callejuelas, las sombras y luces de la Historia que han dado forma al ser cacereño. Como diría el historiador Jaume Bru i Vidal -cronista que fue de Valencia-, estos analistas trabajan “calladamente, sin más ambición que la de dejar a sus contemporáneos y a las generaciones futuras el fruto de los conocimientos adquiridos”.
Hace tres años tuve la fortuna de volver a participar en la publicación de “200 crónicas cacereñas más”, una continuación natural de aquel primer volumen. El nuevo libro, que también recopila artículos publicados en el “Blog del Cronista” de El Periódico Extremadura, en esta ocasión desde 2016 hasta 2020, amplía el espectro de relatos, capturando con detalle tanto las grandes gestas como los pequeños momentos que han moldeado nuestra ciudad. En este segundo proyecto, mi lente buscó retratar un Cáceres más contemporáneo, pero igualmente anclado en su esencia histórica, una ciudad que, en palabras de los autores del libro, es “ideal para vivir, trabajar y disfrutar”.
En sus crónicas, la Capital emerge tanto como un espacio físico como una trama cultural donde convergen siglos de convivencia entre musulmanes, judíos y cristianos, un lugar donde las murallas almohades dialogan con los palacios renacentistas. Pero, además de narrar el pasado, los cronistas son también responsables de iluminar el presente. A través de sus conferencias, publicaciones y debates, contribuyen a un diálogo constante con los ciudadanos, ayudando a construir un futuro enraizado en las lecciones de la Historia. Santos y Fernando no se limitan a relatar hechos; su escritura tiene la capacidad de revelar lo invisible, de rescatar del olvido los matices de la vida cacereña y de dar voz a las piedras que guardan siglos de secretos.