EL MALOGRADO ETNÓGRAFO, CRONISTA OFICIAL DE MARANCHÓN, JOSÉ RAMÓN LÓPEZ DE LOS MOZOS EXPLICÓ QUE EL PAPEL DE DIABLOS “SE LLEVA A CABO POR UN NÚMERO VARIABLE DE PERSONAJES, EN OCASIONES LLEGARON A SER HASTA TREINTA, VESTIDOS DE NEGRO HASTA LOS PIES, CON UN ANCHO FALDÓN Y UNA BLUSA SIN MANGAS, MUY AMPLIA”
Sus figuras se caracterizan por su vestimenta negra, sus cencerros y por embadurnar sus brazos y la cara con una mezcla de aceite y hollín molido
Esta localidad molinesa recuperó la tradición hace tres décadas y hoy es un ritual consolidado en el que también participan las mujeres
Los Diablos de Luzón protagonizan una de las manifestaciones más originales, singulares y atractivas del Carnaval de Guadalajara. Especialmente, del carnaval apegado al medio rural, donde entronca con tradiciones tan espectaculares como las botargas y mascaritas de Almiruete, los Vaquillones y zorramangos de Villares de Jadraque o Los chololateros de Cogolludo. En el caso de Luzón, este pueblo de la comarca del Ducado ha sabido conservar una tradición ancestral marcada por la vestimenta y el tizne negro de sus espectaculares figuras.
César Justel, especialista en tradiciones, tiene escrito que “el Carnaval hoy día es universal pero, al igual que pasa con otras cosas, los festejos más interesantes no son los que más se conocen. Al norte de la península, olvidados en zonas montañosas, se conservan algunos que sorprenden por su carácter ritual donde aún pueden verse ritos de fertilidad, el despertar de la naturaleza y personajes con cencerros recorriendo los campos para espantar a los espíritus. En contraste con los carnavales urbanos, los rurales han mantenido sin grandes cambios las antiguas tradiciones de los rituales de invierno que, la iglesia primero y los gobernantes después, se empeñaron en prohibir -sin conseguirlo- a lo largo de los siglos”.
Los Diablos de Luzón ejemplifican uno de estos rituales que convierten el carnaval rural en un espectáculo extraordinario. En su libro Fiestas tradicionales de Guadalajara (Diputación Provincial, 2006), el malogrado etnógrafo, cronista oficial de Maranchón, José Ramón López de los Mozos explicó que el papel de diablos “se lleva a cabo por un número variable de personajes, en ocasiones llegaron a ser hasta treinta, vestidos de negro hasta los pies, con un ancho faldón y una blusa sin mangas, muy amplia”. A la cabeza portan unos enormes cuernos de toro o de buey, apoyados en una almohadilla de la que pende, por detrás de la cabeza, un paño también negro que les cubre el cuello y atados a los hombros por debajo de los brazos. En los pies lleva trozos de saco liados con cuerdas y varios cencerros a la cintura.
“Embadurnan sus brazos y la cara con una mezcla de aceite y hollín molido que les da un color negro muy brillante y característico –matizó López de los Mozos-, que contrasta con el blanco de los dientes hechos a base de trozos de remolacha, de sabor más agradable que el de la patata que empleaban antiguamente. Su misión sustancial consiste en asustar a las mujeres y dar miedo con su estruendo, tratando de mancharlas con hollín preparado al efecto”.
Catalogada como Fiesta de Interés Turístico Provincial, esta peculiar tradición se perdió, al igual que otras muchas manifestaciones del folklore de la provincia en los años 60, como consecuencia de la emigración masiva hacia las ciudades, que vacío poco a poco de vida al medio rural. Un paréntesis temporal forzoso que perduró hasta que, a finales de los años 80, la semilla de los diablos volvió a brotar en los campos de Luzón.
Luis Javier López Herguido, vecino de Luzón y uno de los impulsores del rescate de la tradición, por encargo de la asociación cultural Amigos de Luzón recuerda a Henaresaldia.com que “fue emocionante recuperar hace 30 años esta espectacular tradición a través de la memoria oral, que ha hecho posible que se transmita de generación en generación y que hoy esté afianzada”. López, que bailó durante aquellos primeros carnavales explica que “la fiesta se reconstruyó a partir de los recuerdos que los mayores guardaban de la vestimenta”. Y apunta como anécdota que “los cuernos de toro se consiguieron en una corrida de San Isidro en las Ventas, mientras que los cencerros, trucos y cañones, que apenas existían, se compraron en un mercado de ganado de Ávila de entonces”.
El desfile de los diablos negros se celebra cada año, entre febrero y marzo coincidiendo con el fin de semana del Carnaval. En esta edición, será el próximo 2 de marzo, cuando Luzón se teñirá una vez más de negro para convertirse en uno de los epicentros del carnaval guadalajareño, que atrae a cientos de visitantes a la localidad molinesa. Un ritual, que define la identidad cultural de Luzón y en torno al que se vuelcan los luzoneros, desde los preparativos hasta la puesta en escena. Durante la tarde del sábado de carnaval, los diablos recorren incansablemente desde un lugar secreto las calles de la población, al son de la típica dulzaina.
El grupo, formado por cerca de veinte de diablos y diablesas, -las mujeres también participan desde hace varios años-, porta una vestimenta, cosida artesanalmente por las mujeres del pueblo. Además, el atuendo y el maquillaje son otros aspectos de la fiesta que despiertan gran curiosidad. Precisamente, esos momentos previos de la celebración han sido el objetivo de multitud de fotógrafos y medios de comunicación que se acercan a Luzón para captar una imagen del backstage de los Diablos de Luzón.
Una de las máximas que guía a esta nueva generación de diablos es dar a conocer la tradición fuera de su territorio. En los últimos años, el grupo ha participado en diferentes carnavales de la provincia como el de Guadalajara capital, Torija, Marchamalo, Alustante y Meco. Otras de las citas carnavalescas de referencia en las que también han actuado son el Festival internacional de la Máscara Ibérica de Lisboa o en el carnaval de Viana do Bolo (Orense), que se celebra igualmente en el mes de febrero.
“Es un recuerdo de la infancia arraigado a nuestra sangre y como se dice por aquí una vez al año de una grieta de la tierra salen los Diablos de Luzón para perseguir a las mozas y a todo aquel que no esté disfrazado”, concluye López.