POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
A lo largo de mi dilatada vida como alumno (que aún lo soy, aunque tenga la friolera de 68 años…), he tenido la gran suerte de contar con maestros y profesores extraordinarios, desde la más tierna infancia (que es a la que me voy a referir hoy, por cuestión de espacio) hasta la universitaria, quedando entre ellas el bachillerato y Magisterio.
En mi niñez tuve varios y buenos profesionales pero, de los maestros que tuve en esa etapa, dos fueron fundamentales para mi futuro, vocacional y profesionalmente por un lado, y por otro como persona: el primero y el último, don Ticiano y don Cándido.
A éste último –salmantino de nacimiento, pero que acabó enraizando en Montehermoso, aunque luego marchó fuera– le debo mi preparación final para que pudiera lograr una beca en 1960, que surgieron entonces: las del PIO, o Patronato de Igualdad de Oportunidades. Organismo incubado al calor de la tecnocracia liberalizadora que puso fin a dos décadas de autarquía económica. Su número era escaso, y su cuantía exigua (por lo que nuestros padres tenían que sacrificarse…).
Para obtener esa ayuda era preciso superar una prueba específica muy dura, para seleccionar a los elegidos; y, por otro lado, demostrar que la familia del solicitante no tenía ingresos suficientes ni poseía propiedades que lo permitieran. El Ayuntamiento supervisaba este último apartado, para evitar fraudes; algo bastante común en los últimos tiempos, sobre todo en ciertas profesiones: yo he tenido alumnos becarios siendo sus padres muy pudientes, ya que las propiedades, ganados y negocios constaban a nombre del abuelo, estando el padre “oficialmente parado”.
Para renovarla en cursos sucesivos, se exigía no suspender ninguna asignatura y una nota media de notable (no como ahora, que se conceden con asignaturas suspensas…).
Meta difícil, pues en un pueblo de 6.000 habitante en 1960 sólo tres la logramos. Pero don Cándido nos preparó adecuadamente, dedicándonos incluso parte de su tiempo libre o por las noches (en época de mucho trabajo familiar).
Sin embargo, sin desmerecer al anterior, pienso sinceramente que fue mucho más meritoria la labor de don Ticiano Gutiérrez González. Por dos motivos: por facilitarme la formación inicial, que es la más básica (determinante para las posteriores); y por infundir e mí lo que después sería una gran vocación, la docencia. Sí, porque yo he tenido la gran suerte de trabajar durante algo más de 38 años (21 y medio en EGB y 17 en la ESO y Bachillerato) en lo que de verdad me gusta y admiraba, la enseñanza.
Disposición que se me fue grabando sin predisposición previa, sino como una proyección de la actividad diaria. Les cuento: como resulta que, habitualmente, éramos más de 50 alumnos en clase (excepto en la época de la recogida de la aceituna, cuando sólo acudían algunos pocos afortunados), a él le era imposible enseñar a todos a leer, escribir y que aprendiéramos las reglas básicas matemáticas; por lo que tuvo que recurrir a un método que también emplearon en esas fechas otros maestros, y que se basaba en que los primeros receptores de esos objetivos le “ayudaban” a que el resto del grupo los consiguiera. De tal modo que, aunque hoy eso no está permitido, a la vez que ejercíamos de pequeños “aprendices” docentes, repasábamos lo que impartíamos y, como decía, a la larga determinó que se desarrollara en mí la vocación educativa citada. Todo ello en lo que entonces era su aula: la troje o desván de su casa (pues no había escuelas suficientes en el pueblo).
Por ello, jamás olvidaré lo que para mí representaron don Ticiano y don Cándido en mi Montehermoso natal, a los que estoy y estaré eternamente agradecido.
Como docente y Cronista Oficial de Navalmoral, he conocido y tengo constancia de grandes maestros y profesores en esta Villa, en el pasado y en el presente. Como sucede también en cualquier otro lugar. Ya hemos hablado en alguna ocasión sobre ello (caso de doña Pilar Arranz), y lo seguiremos haciendo en el futuro. Pero, como nuestro espacio expira, preferimos ceder la opinión a vosotros, en el “Comentario”.
Mientras, vuelvo a reiterar mi humilde homenaje al gremio de la enseñanza: muy valorada a lo largo de los tiempos por casi todos los estamentos, pero más devaluada en los tiempos actuales.