POR MARÍA TERESA MURCIA CANO, CRONISTA OFICIAL DE FRAILES (JAÉN)
La insurrección del 2 de mayo de 1808 supone el primer ejemplo de esas tormentas de pasión colectiva que estremecieron varias veces al pueblo español durante los siglos XIX y XX. El movimiento es profundo; arrastra a todas las provincias y es sensible en todas las clases sociales, aunque el impulso no sea igual en ellas. “Los hombres horados no me son más fieles que la canalla” dirá José I. Así pues, España afirmó su cohesión, su valor de grupo. Y sin embargo, el movimiento no es solamente antiextranjero, sino que viene prologado por el Motín de Aranjuez, expresando un descontento interior, y la esperanza en el desterrado Fernando, príncipe de leyenda.
El combatiente medio lucha contra el francés “ateo”. El guerrillero va cubierto de imágenes piadosas. Y “la Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa”. Sin embargo este aliento religioso-nacional no es un conformismo pasivo. Los insurgentes de los primeros días manifestaron evidente placer dando muerte a las autoridades. La dirección de esa masa recayó, paradójicamente, en la ínfima minoría imbuida del espíritu de la Ilustración. El anciano Floridablanca preside la Junta Central de resistencia. “En las guerrillas, actos sin ideas; en las Cortes, ideas sin actos” [1] Este divorcio entre la combatividad popular y el personal político seguirá siendo característico del siglo XIX.
Otro rasgo de la guerra: España vuelve a su “invertebración”, a ese “federalismo instintivo” del que habló Menéndez Pelayo. El poder se atomiza y esto resultó un obstáculo para Napoleón quién decide abandonar el desbarajuste español para presionar a la corona obligando a Carlos IV y Fernando VII a arreglar sus diferencias en Bayona.
Es ahora, en mayo de 1808, cuando el pueblo real, el pueblo llano, generoso, verdadero, terrible y admirable, se adelanta al primer plano de la historia y se empeña en actuar de altavoz y protagonista. Es ahora, frente a unas instituciones sumisas a los dictados del invasor, un ejército que abandona a los pocos oficiales unidos al arrebato pasional de los ciudadanos, una larga nómina de intelectuales que confía en las tropas imperiales y en un rey de dinastía napoleónica para la prolongación del despotismo ilustrado, y una burocracia y unos monarcas entregados a Napoleón cuando pasa por la península Ibérica entera, estremeciéndola, al grito colectivo, arrebato y memorable izado por el pueblo madrileño, aquel 2 de mayo de 1808 día de ira, que enciende la mecha de la Guerra de Independencia, seísmo patriótico, que diluye las viejas barreras históricas y culturales y fusiona todas las regiones españolas en una común respuesta contra el ejército imperial.
El Libro de Actas de Cabildo de 1810 del Archivo municipal de Alcalá la Real, poco nos dice de esos trascendentales momentos, para ello hemos de seguir el libro de don Antonio Guardia que hace un explicito relato de lo sucedido contado por testigos que el conoció y que en el momento de los hechos eran apenas unos niños.
Primeras horas del 26 de enero de 1810, los franceses se acercaban a Alcalá, los alcalaínos iluminaron sus fachadas y las Milicias Honradas patrullaban las calles; en el Ayuntamiento estaban reunidos con la Junta de Gobierno constituidos en asamblea de Seguridad Pública. En la mañana del 27, dos secciones de la Milicia Honrada y de Voluntarios Municipales, tal vez unos 200 hombres salían por la Tejuela a cerrar el paso al ejercito victorioso, y ante el cual se rendían sin disparar un solo tiro. Los alcalaínos se apostaron y parapetaron en el “Barranco de los Postigos” y vieron cómo se acercaba un destacamento de fuerzas españolas. Era el general Freire que tras ser derrotado en Sierra Morena huía hacia Granada. El enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los franceses se produjo en el sitio llamado de las Azacayas en el camino de Castillo de Locubín. No fue muy largo el combate, pero hizo posible la huida de Freyre, continuando los alcalaínos con la defensa de su ciudad en las calles de la población; por los barrios altos y descendiendo en tenaza aplastando la resistencia y tomando la plaza. Leemos el 8 de septiembre de 1810: “A la entrada del ejercito Imperial sufrió quan todo el rigor de la guerra a causa de la oposición que a su entrada le hizo el señor general de caballería Freyre que las cortas y pocas casas del común que en ella había las unas padecieron mucho en sus intereses y las otras quedaron arruinadas. Que igual suerte tubieron las otras pocas casas de algún poder y labradores y algunos perdieron la vida …” Alcalá quedó sometida al despótico poder de los franceses representados por el mayor coronel, comandante de la plaza y fortaleza monsieur Mareschal.
En cuanto al número de bajas que tuvieron los alcalaínos nos es difícil de contabilizar pues los libros de defunciones de Santo Domingo de Silos nada nos hace pensar en que fueran muchas las víctimas que produjo el ataque. Sí nos parece significativo el dato que aporta un libro de cuentas del Hospital del Dulce Nombre de Jesús y Santa Ana [2], de una veintena de enfermos en el mes de enero de 1810, se pasan a más de cien a partir del día 27 de enero. Quince mil hombres de los ejércitos imperiales eran muchos para tan pocos defensores, incluso pernoctaron dos días en Alcalá como castigo por su resistencia [3]. Asaltaron los comercios, las bodegas, los graneros etc… A 285.000 reales ascendieron los gastos por los desmanes producidos en la población, además se sacrificaron 30 vacas para dar sustento al ejercito y se llevaron 120 terneras.
En 1810, Alcalá la llamada Real por Alfonso XI, recibe la visita de un rey José I Bonaparte, hecho que no se producía desde que la visitara Carlos V. Lo primero que se hizo una vez que se conoció la noticia fue arreglar los caminos por donde debía pasar la real persona, así como sacar del pósito 150 fanegas de trigo para hacer pan “…para el tránsito de su Majestad.”
Había sido nombrado corregidor don Tomás Antonio Ruiz y se le había ordenado que organizase tres compañías de Guardias Nacionales con el objeto de asegurar la tranquilidad pública y manteniendo “los caminos libres de las partidas de asesinos y ladrones que los infestan”.
La visita se produjo el 29 y 30 de marzo de 1810. Nunca como en este viaje que realiza el rey José I por Andalucía, se había sentido tan dueño de su reino. El rey se hospedó en el Palacio Abacial, junto con su importante séquito de ministros como don Mariano Luis de Urquijo, secretario de estado o don Miguel José de Aranza, ministro de Indias y Negocios eclesiásticos. En el Palacio recibió a las autoridades alcalaínas que le besaron la mano y “tuvieron la complasensia de felicitarle”. El Abad no asistió a la recepción, pues se encontraba en Priego de Córdoba durante el tiempo que duró la invasión. Al rey se le informó del deplorable estado en que se hallaban los fondos públicos, y del gran número de padecimientos de los vecinos que ya no podían pagar más impuestos. Desde el balcón de Palacio el corregidor leyó la gracia concedida por el rey a los alcalaínos y que no era otra que el perdonarles las cantidades que debiesen a la Real Hacienda pero solo a los primeros contribuyentes “a cuyas expresiones se siguieron multitud de vivas y aclamaciones por todo el pueblo que se hallaba reunido en el sitio del paseo de esta ciudad”.
Además de la visita real, el año de 1810 es testigo de otro hecho de hondo calado para la ciudad, el asesinato del que fuera corregidor alcalaíno nombrado por los franceses don Tomás Antonio Ruiz, cuyo corregimiento durará cuatro meses, y del que sabemos lo sucedido por Guardia Castellano. Don Tomás A. Ruiz es nombrado comandante de esta plaza con la graduación de coronel, y mandaría en todas las guardias tanto de a pie como de a caballo que se formarían en: Montefrío, Algarinejo, Puertolope, Íllora, Montejicar, Iznalloz y Castillo de Locubín. El pueblo se encontraba asfixiado con tantos impuestos, y una cosa llevó a otra y se produjo un ataque a su casa ya que el cuartel se encontraba en el convento del Rosario y su casa en la calle Real prácticamente en frente, él se había negado a entregar las armas a las milicias ciudadanas encerrándolas en su casa. Intenta huir, pero parece ser que lo mataron al pié de las escaleras y luego arrojaron su cuerpo a la calle por un balcón. En un periódico de la época llamado “Diario de Gobierno de Granada” nos encontramos otra manera de interpretar el asesinato del Corregidor: Alcalá la Real. Ayer mañana (14 de junio de 1810) una tropa de bandidos en número de cien entraron en esta ciudad comandada por “el Carnicero” de Valdepeñas de Jaén: sorprendieron al corregidor y le asesinaron y a un tío suyo sacerdote. No tardaran los asesinos en sufrir un castigo ejemplar. Estos buenos ciudadanos has sido víctimas no tanto de una gente forajida, quanto de algunos malévolos que siembran en los pueblos ideas subversivas seduciendo a los inocentes, por eso el gobierno se ve obligado a tomar medidas severas contra esta canalla. [4]
A raíz de estos acontecimientos la autoridad quedó depositada en todos los individuos del Ayuntamiento y los alcalaínos fueron multados con un millón de reales, cantidad importante para la época y para las arcas municipales que se encontraban mermadas. Dos alcalaínos son enviados a Granada para entrevistarse con el conde Horacio Sebastiani a fin de reducir la pena lo máximo posible. Dura entrevista en la que el general en jefe del Reino de Granada, muestra su irritación con los alcalaínos apostillando que este pueblo no era digno de conmiseración, y si no cambiaban serían pasados a cuchillo y las calles se llenarían de cadáveres que sirvieran de paso a las tropas. Se retiran “sin haber conseguido el más mínimo favor y cuando iban a iniciar su regreso a Alcalá desde Granada, a las cuatro de la tarde son nuevamente llevados a presencia de Sebastiani, quien les recibió con toda afabilidad, diciendo que se había informado que eran dos hombres honrados y que por este respecto había reducido la contribución de Alcalá a 200.000 reales, Castillo a 100.000 y el abad a 50.000.”
VIDA COTIDIANA
Época dura, tanto en lo económico como en lo referente a seguridad ciudadana, ya que son comunes las alusiones a los “ladrones y asesinos que infestan los caminos”, “los ladrones que ocupan estas inmediaciones”, tal vez se trate de partidas de guerrilleros que actuaron es esta zona como la de Juan Nieto, apodado el de las ”Hazañas” y otra “el Carnicero de Valdepeñas de Jaén”, a los que se les atribuye la muerte del corregidor afrancesado.
También las tropas francesas tanto estantes como de paso causaban problemas y desbarajustes en la población, y el Ayuntamiento se vio obligado a que los alcaldes de barrio patrullen por las calles en turnos de tres hombres desde las 8 de la tarde hasta las 12 de la noche el primero, y desde las 12 a las 5 de la mañana el segundo. Esta ronda irá acompañada por una docena de hombres útiles que portarán armas. Así mismo en el Ayuntamiento se estableció una guardia de uno de los regidores y el reloj que construyera don Fernando de Tapia marcaba el toque de queda.
Alcalá había formado una compañía de Cazadores de Montaña, al mando de don Fernando de Utrilla, su cometido fundamental era reprimir los desordenes públicos, proteger las comunicaciones de personas y bienes, asegurar las propiedades y la quietud de todos para “protegerse de las heces del populacho”, la compondrán un capitán y un teniente.
Con la llegada de José I al poder, se había producido una exclaustración, y los conventos alcalaínos fueron destinados para acuartelamientos y en algunos casos como el de Consolación en su claustro se colocaron pesebreras, en otras ocasiones como en el de San José de Capuchinos se desalojo, pero no llegó a sufrir daños. Las cuatro comunidades religiosas masculinas fueron desalojadas de sus conventos, y los religiosos y sacerdotes fueron obligados a dejar la sotana y vestir casaca y sombrero de tres picos. Muchos de estos hombres lo pasaron muy mal, ya que aparecen solicitando plazas de maestros de latín o de primeras letras, para lograr subsistir. Sus bienes fueron confiscados y administrados por don Vicente Mirasol se les llamaba “Bienes Nacionales”. Con la derrota de los franceses, estos les fueron devueltos a las comunidades religiosas.
El abad, don José María Trujillo, se había marchado a Priego, y no tenemos noticias de que viniera a Alcalá durante la ocupación francesa, se queja de los “quebrantos que han sufrido los enseres del palacio, los adornos y la fábrica”, y de la penosa situación económica en la que se encuentra. No olvidemos que de los dos comandantes franceses que tenía Alcalá uno vivía en la Mota y el otro en el Palacio Abacial; y un impuesto el creado para sus gastos: “Mesa del Señor Comandante”.
Pero donde Alcalá sufre un mayor cambio fue en el tema de obras en la Fortaleza de la Mota. En sesión extraordinaria de 10 de junio de 1810 el tema principal es demoler la Iglesia Parroquial de la Mota, para de este modo unirla a el Castillo Fortaleza. Los gastos son extraordinarios se calculan en unos 4.000 reales diarios, y en el mes de septiembre ya se habían gastado 20.000 reales. En 1811 continúan las obras, el comandante de armas era monsieur de la Moliere, que sigue cercando la antigua ciudad, pidiendo que concurran los vecinos con su trabajo personal. Juan Miguel de Contreras, maestro alarife, será el encargado de ejecutar las obras para los franceses, las principales fueron: cercar la Mota, obras en las calles, en los portillos, en la fortaleza, garitas y puertas en el cerco, obras en los conventos para adecuarlos al ejército, la construcción de la puerta del Comandante, y la instalación de dos piezas de cañón que para llevarlas hasta su emplazamiento se necesitó 12 maestros de albañil, para ayuda de artilleros y carreros en la subida hasta la Mota que se realizó el 3 de julio de 1811, todo ello importó 72 reales y 2 maravedíes; también se construyó un horno y se adecuaron las dependencias para el comandante.
El paso y la estancia de tropas siguen sangrando las economías de los españoles, en una ocasión llegaron a tener que dar de comer a 5.000 soldados con sus respectivas cabalgaduras. Y el alcalde de Frailes, a la sazón Antonio Garrido, envía una carta a Alcalá fechada el 22 de julio de 1810, informando de la presencia en Frailes de una partida de tropas Imperiales procedentes al parecer de la guarnición de Colomera a los que se les suministró: 20 libras de pan, entre 16 y 40 arrobas de vino, 8 cuartillas de aguardiente, dos fanegas de cebada, 7 arrobas de paja, y 3 libras de queso [5]. Peor aún, Castillo de Locubín, amparado por la Constitución de Bayona, se independiza, aunque la aventura en solitario llegará hasta 1814 en que nuevamente se reintegrará a Alcalá.
Otro de los acontecimientos tratados en los libros de actas y que estructuró la cotidianeidad de los alcalaínos durante el dominio francés fue el tema del corregidor. Tras el asesinato de don Tomás Antonio Ruiz, se reparte el poder entre los miembros del Ayuntamiento, mientras se recaba información acerca de la institución del corregimiento, se informa que en Alcalá había habido corregidor y alcalde Mayor letrado desde tiempo inmemorial, pero que ahora el puesto estaba vacante. El gobernador de Jaén de acuerdo con el prefecto nombran como corregidor a don José Joaquín Montijano, que rechaza el cargo alegando “varios accidentes habituales”. Los franceses amenazan con juzgar a los alcalaínos por desobedientes sino nombran pronto al nuevo Ayuntamiento, que se constituirá el 3 de febrero de 1811; en mayo de ese mismo año el corregidor alega “flatos y demás quebrantos” y se nombra como corregidor interino a don Diego Eusebio de Moya, quien a los dos meses y medio es cesado por ”no tener las disposiciones que se necesitan en las actuales circunstancias”. Nuevo corregidor, esta vez don Manuel de Lastres Tejero, él mismo se considera incapaz para desempeñar dicha función; y como no asiste a su toma de posesión, alegando sus achaques de ciática, se nombra un comisario extraordinario don Casimiro Carrasco. Las faltas de asistencia a los cabildos eran tan comunes que se acuerda multar con 4 ducados a los que no asistan aumentándose a 10 ducados si se reincidía. Ya en el año 1812 se elige corregidor a don Antonio Molina y Aguilar.
Las noticias sobre festejos u otro tipo de esparcimiento son escasas, solamente aparecen referencias a la celebración de la festividad de san Napoleón, y san José, por el rey Bonaparte, así como el nacimiento del hijo de Napoleón en cuya celebración aparece el dato curioso que como muchas señoras habían faltado al baile dado en honor del santo del rey José, ”por cuya razón se reservaba para sí (el comandante), dicho convite, pues en este caso les haría ir a la fuerza”. En estos eventos los actos consistían fundamentalmente en función de iglesia, Te Deum, iluminarias en las fachadas y en las calles, y si era posible se corrían novillos en la plaza con cuerda. El coste de estas fiestas fue el siguiente: cumpleaños de Napoleón (16 de agosto), 2.426 reales y 11maravedíes. Por el nacimiento del hijo de Napoleón “el rey de Roma” más conocido como “el aguilucho” se gastaron 5.269 reales y 23 maravedíes, y en el cumpleaños del rey José I, 5.904 reales y 6 maravedíes.
No eran propiamente fiestas pero podemos considerarlo como tal a la venida a Alcalá de personajes importantes de la época como Horacio Sebastiani en el mes de junio de 1811, era general en jefe del cuarto cuerpo del ejercito imperial, y para agasajarlo se acuerda que el gobierno municipal alcalaíno lo visite con la ceremonia acostumbrada en semejantes casos. El duque de Dalmacia y gran Mariscal del Imperio Soult, cuyos gastos en su recibimiento ascendieron a 14.941 reales, nos visitó en agosto de 1811, y se envió a comprar a Granada todo lo necesario para su mejor agasajo fuentes, platos y otros efectos de loza fina y decentes; llegado el día el corregidor acompañado de un regidor salieron al encuentro del duque de Dalmacia, y lo acompañarán hasta su alojamiento. 14.941 reales y 26 maravedíes es lo gastado en su recibimiento. Godinot, que se había distinguido en varias acciones de guerra, pero ofendido porque Soult le había tratado injustamente, dos meses después de su visita se pega un tiro en Sevilla.
Ante la necesidad que tenían los franceses de bestias para su ejército se pide hacer un registro de estos animales de carga, para posteriormente realizar un reparto, a Frailes correspondieron seis y algunos de sus dueños se negaron a darlas como es el caso de Diego Ximenez. La negativa pudo venir de la extrema ruina en la que se encontraba el vecindario, pues con fecha 11 de mayo de 1812, los alcaldes de Frailes, el cura y varios vecinos presentan un memorial en el Ayuntamiento alcalaíno solicitando trigo para el abasto del pan de los vecinos, que “se haya en la mayor indigencia”. Además dos presbíteros afirman las miserias y calamidades que padecen los pobres jornaleros de Frailes.
Pocos días antes de la retirada de las tropas francesas de Alcalá don Fernando de Tapia escribía: ”Los apuros crecen sin medida, las fuerzas nos faltan, no podemos con la carga, las tropas piden y no hay que darles, se esta exigiendo a la fuerza a los vecinos lo que no tienen, no hay corazón que no se parta al oyr y ver los lamentos …” [6] Hasta el último momento de su ocupación los franceses no cesaron de exigir contribuciones de todo tipo a los alcalaínos y cuando, por fin se marcharon, el 15 de septiembre de 1812, se llevaron consigo las mazas de plata y escudos del Ayuntamiento además de todas las alhajas de su oratorio.
Antes de marcharse de Alcalá se dice que volaron el polvorín que habían habilitado en la Torre de la Cárcel, y prendieron fuego a la Iglesia Mayor Abacial convertida en almacén de víveres y aprovisionamiento. El general gobernador de las provincias de Córdoba y Jaén se dirige a Alcalá ordenando la venta de los alimentos almacenados en la Mota, hasta un total de 120.000 reales en un plazo de 24 horas [7]. Tras su marcha el 14-15 de septiembre de 1812, poco sabemos de lo que sucedió en nuestra comarca, las actas municipales tratan de asuntos nimios, sobre el suministro de cebada a la tropa y poco más. Los días 26 y 27 de septiembre pasó por Alcalá la 3º división al mando del general Ballesteros.
En esta nueva etapa, que se inicia con recelo, se anulan las órdenes dadas por el gobierno municipal anterior, y se instala un gobierno municipal interino, a cuyo frente se pone a D. Francisco Javier Valenzuela. Continuo el tránsito de tropas, se jura la Constitución se 1812 y como no podía ser de otra maneta comienzan a depurarse responsabilidades, es el caso entre otros de Bartolomé Espinosa, don Manuel de la Orden [8], don Manuel Manrique de Lara [9], etc.
La marcha del ejército Francés de Alcalá fue obligada por el doble fracaso de Napoleón. En su intento de invadir Rusia vencido por el “general invierno” y el de conquista de España vencidas sus tropas por el ardor de las guerrillas españolas, que si en tiempos de Viriato supieron vencer en ocasiones a Roma, ahora han servido de gran apoyo al ejército regular hispano-Inglés.
NOTAS:
[1] Marx, Karl. La España Revolucionaria. Alianza Editorial. Madrid 2009
[2] AMAR. Libros de Cuentas de 1810.
[3] MARTÍN ROSALES, Francisco.”Leyenda del corregidor francés enterrado en la iglesia de San Juan”. Revista Al Santísimo Cristo de la Salud. Alcalá la Real 2004. Págs. 60 – 66.
[4] MARTÍN ROSALES, F. ibid.
[5] AMAR. Legajo 408. Pieza 22.
[6] AMAR. Legajo 100. Pieza 29
[7] HEREDIA RUFIAN, A. Y MURCIA CANO, M.T. “El Archivo como recurso didáctico en la enseñanza y aprendizaje de la historia” XVIII Coloquio Metodológico-Didáctico. Hespérides. Algeciras 1999. Págs.189-205.
[8] AMAR. Legajo 217 Pieza 2.
[9] AMAR. Legajo 81 Pieza 11.
Fuente: https://mteresamurcia.com/