POR ANTONIO DE LOS REYES, CRONISTA OFICIAL DE MOLINA DE SEGURA (MURCIA)
Se ha insistido que el origen del Bando de la Huerta así como el Entierro de la Sardina, tuvieron su origen a mediados del siglo XIX; pero en realidad uno y otro cuentan con presencia muy anterior. Tanta que nos obliga remontarnos a épocas muy pretéritas.
El huertano de los riegos de rio Segura, en toda su extensión, tuvo su presencia, cuando en el siglo VIII llegaron a su ribera los huertanos habitantes del Paraíso (Tierras comprendidas entre los ríos sirios Tigris y Éufrates, donde, dicen, moraron Adán y Eva).
Llegaron a Molina, Murcia que aun no existía, y desde lo alto de lo que después será el castillo, vislumbraron las tierras secas de un hermoso valle y un río que circulaba por su medio, recordándoles las feraces tierras, entonces, de su tierra natal.
Decidieron aplicar los sistemas de riego de su país y encontraron en la hoy Algaida a la salida de Archena, el sitio ideal para hacer la toma correspondiente. Dicho y hecho.
Venían con toda su vieja y sabia organización. Trajeron sus herramientas y vestimentas. Con ellos aparecieron los zaragüelles, la motera, el chaleco y todo el uso y costumbres de los riegos y cultivos. Y también sus maneras de vida que aún perduran pese a los más de 1.300 años de aquellos sucesos.
Llegada la llamada Reconquista, cuando los habitantes de la kora de Tudmir y con ellos la ciudad de Mursiya, decidieron ofrecer al príncipe Alfonso el reino. Este, que sabía muy bien lo que hacia, respetó, no solo el funcionamiento de los riegos sino la presencia de los huertanos, con sus zaragüelles y todo.
El problema de la ocupación radicaba en repartirse el poder y la ciudad, el trabajo era para los vencidos que por no ser cristianos; hasta el saludo se le retiró y debían vivir en sus ba-rracas; pero, éstos, con sus bueyes y carretas, podían transportar sus cosechas a los almacenes cristianos aunque fuesen con montera y zaragüelles.
Y cuando llegaron las horas feas de la ex-pulsión, allí estaba el marqués de Los Vélez para admitir solo la salida de los granadinos y que no molestasen a sus agricultores y menestrales moriscos. Toda una historia.
Pasado el tiempo y ocupados unos y otros en sus tareas, la ciudad, de vez en cuando, organizaba sonadas fiestas para festejar a reyes, santos, conmemoraciones locales… Claro, con la exclusión de huertanos que todavía eran moros, que si no lo eran lo mismo daba. Despectivos cristianos nuevos.
Llegaron los años del rey Carlos III con ideas renovadora, obras por construir, florecimiento de templos, rosarios, rogativas, procesiones, sermones, organizaciones, Sociedades de Amigos del País, la lotería, mejoras en las comunicaciones, profusión de gremios, empleos, comercios y aun industria y su reflejo tanto en el vestir, las costumbres, las actividades culturales y sus relaciones humanas con disminución de la mortalidad y mejora sustancial en la alimentación. También un elevado gasto que podía realizarse para los desfiles.
Los duelos por la muerte de Fernando VI, serán idénticos a los de Carlos III o Carlos IV, revistiendo un mismo orden, ceremonia y ropajes. Es más, estas honras fúnebres son un eco de las que ya se relataron a principios del siglo anterior, para, por ejemplo, Felipe II.
La primera aparición de los agricultores como componentes y participes de festejos populares fueron los aladreros o fabricantes de herramientas agrícolas, con motivo del Alumbramiento de los infantes gemelos, celebrados en 1784 que tuvo dos relatores. Uno, del que al parecer fue secretario municipal; el otro era José Mariano Ripa Asin y Roha. Que escribió una conocida coplilla.