POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Hablando con un veinteañero, de esos niños que maltrató mi quinta, que agasajamos desde su primer ¡ay!, obsesionados en allanarles el camino sin saber que así íbamos a hacérselo muy cuesta arriba…, digo que hablando con uno de estos malcriados que se acercan a nuestra mesa y quieren las pinzas de nuestros centollos, acostumbrados a codearse con los viejos porque siempre fueron epicentro de nuestros cuidados…, digo que hablando con uno de estos monstruitos únicos, primogénitos y benjamines a la vez, en uno de sus asaltos gastronómicos a un estatus que no les corresponde, osé reprimirlo con este refrán (hoy políticamente incorrecto, y no lo digo por el colesterol): “¡Cuando seas padre comerás huevos!”. Y me replicó: “Las cosas cambiaron, yo no me sacrificaré por mis hijos”, creyendo, en su pervertida escala de valores, que comer huevos significaba una renuncia y no un privilegio. ¡Bah, bah!
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