POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTAS OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
Finaliza el mes de marzo de 2006 y los campos están ubérrimos. Tras una simple observación, comprobamos que el principal protagonista es el jaramago, una planta herbácea, cuya altura puede alcanzar los ochenta centímetros, con tallos semidesnudos de hojas y coronada de pequeñas flores amarillas formadas por asociación de pétalos sin olor.
Esta primavera, generosa en clima y lluvia, los jaramagos han florecido de forma muy abundante y han vestido de amarillo todas las zonas rurales sin cultivar. Desearía que todas las personas pudieran ver y contemplar el trayecto entre Córdoba y Villa del Río, por carretera o autovía ahora, en este tiempo, cuando aun podemos disfrutar de la belleza que ofrecen los grandes espacios cubiertos de este vegetal. Antes de salir de Córdoba, los pilares y muralla del Marrubial nos muestran ya, unos magníficos maceteros poblados de jaramagos de tallos verdes, llenos de flores amarillas que recortan el cielo azul poblado de blancas nubes.
En la carretera, los jaramagos tienen un medio de protección a su ornamento en las cunetas, y los rincones que ofrecen los terrenos abandonados al cultivo en los cruces de la carretera con la autovía tan propicios para su nacimiento y desarrollo, están aprovechados por ellos y otras plantas forrajeras silvestres.
Paré en la gasolinera E.R.C. para cargar combustible y cuando salí del surtidor para tomar de nuevo la carretera, desde el stop, contemplé en los jaramagos que, en el suelo hacían esquina con ella, la movida ondulante y silenciosa que el viento les producía, y el desprendimiento de las gotas de agua de la suave lluvia que recibían, la que, desde sus pétalos, como estalactitas en deshielo, caían sin cesar.
Conforme avanzas en el coche, el panorama cambia, y, unas veces contemplas a lo lejos los sinuosos surcos de negros cerros recortados por una intensa oscuridad, presagio de lluvia, y más adelante, una luminosidad incendiaria de atardecer se escapa entre dos nubes que alumbra el valle; y a los pies de los cerros, en sus lomas, varios cortijos ocupan la pradera rodeados de este singular vegetal.
De viaje en el coche, te encuentras sucesivamente: parcelas sin cultivar llenas de esta planta que amarillean las verdes alfombras; las cunetas, antes y después de la estación de Los Cansinos, que semejan dos arroyos floridos escoltando tu suave desplazamiento, y, con paredones, donde surgen colgados, borbotones frondosos de verdes jaramagos cargados de pequeñas flores amarillas bajo sospecha de desprenderse.
Al pasar por encima del río Guadalquivir por los dos puentes que la autovía tiene en el término de El Carpio salvando el gran meandro, con placidez observo que los árboles florecen rápidamente y ya están casi cubiertas de hojas sus ramas, las que hasta hace poco parecían esqueletos, y en la Cuesta Pajares, grandes manchones de flores color oro viejo se destacan entre las margaritas blancas y las pedregosas zonas sin vegetación.
La primavera, ya ha empezado a regalarnos las primeras margaritas en los pies de los olivares, donde algunos jaramagos alcanzan la altura de la cruceta, y a su alrededor, las margaritas sueltas o agrupadas, como sábanas extendidas a secar, elevan al cielo las corolas amarillas rodeadas de blancos pétalos.
En el prado, el pastor, cuida de su ganado, y los animales desaparecen de su vista entre tanta hierba verde y blanda, entre gorriones y verdejos, pardillos y ruiseñores, y corretean y se paran, se tienden y levantan, besan y babean más que rumian el maná que le ofrece la pródiga Naturaleza.
En el pueblo, en los tejados de las casas con cubierta de teja antigua, las hierbas han hecho este año su aparición ofreciendo una bella y atractiva estampa rural; maceteros de jaramagos con sus grandes y ásperas hojas y sus resplandecientes flores amarillas en espigas terminales creciendo sobre la ondulada teja plomiza, y en los canalones sin limpiar.
Esta planta es muy codiciada por los amantes de aves cantoras como: canarios, colorines, jilgueros, etc., que poseen, enjauladas en sus hogares, y la buscan para alimento de las mismas. Este año por su abundancia la pueden encontrar a granel en cualquier solar, y la estampa de ver a hombres mayores con un manojito de jaramagos en la mano no es extraña, pues, sin duda, los jaramagos que servirán de alimento a los pájaros cantores, para los portadores, será una delicia contemplar cómo los picotean las avecillas mientras aletean de alegría. Y yo pienso, recordando estas escenas:
¡Qué diferencia, madre mía! Las de estas aves enjauladas en tiempo primaveral con las que vuelan y juguetean entre las avenas, trigales, y jaramagos; las que en bandadas se arrojan al suelo en busca de insectos, se alzan nuevamente y se desplazan rozando con sus pechitos plumados verdes espigas, y, con la caricia del viento se arrullan y desaparecen entre los cardos y malvas silvestres; y a la caída de la tarde cantando y trinando vuelven a su morada en la arboleda y a mi limonero.
Y en mi casa, al jazmín morisco, que ocupa un rincón en el patio, sembrado en una gran tinaja encalada de blanco, y que no quise podar este invierno, los tallos le han crecido tanto que descuelgan hasta el suelo, y ahora, están a reventar de flor; apenas se ven las diminutas hojas, pues todo el tallo es un saliente de pétalos amarillos refulgentes que las aves contemplan desde el limonero, y yo, que sigo su proceso, desde el suelo junto al pozo y desde la azotea.
Ayer le hice una foto.