POR ANTONIO HORCAJO, CRONISTA OFICIAL DE RIAZA (SEGOVIA)
Desde que Juan de Párix de Heidelberg sacó en Segovia, en 1472, el primer libro impreso que alumbró España, por el genio renacentista que imperaba en el obispo Juan Arias Dávila, la ciudad nuestra no ha dejado de sacar libros de toda índole y condición.
Segovia ha sido motivo literario para los escritores de toda época y para los docentes de temas ajenos al mero entretenimiento de la literatura. Como la Academia de Artillería puede atestiguar con Eximeno y Proust. Cervantes nos habla de Rinconete y Cortadillo en el “monipodio“ que debía ser el Azoguejo. Pues que, abandonando su Sevilla amada, se refocilaban en nuestro viejo zoco, donde dejaron escuela ya que a algunos de sus seguidores les conocimos en nuestra infancia, como Cañamón, Sansón o Garrobas. Hablar con ellos era como entrar en un mundo inmaculado del más ingenioso parloteo sin gramática, pero lleno de espontáneo candor.
Aquel era otro mundo, un mundo tangencial acogido por el Azoguejo en el que el mercadeo de cereales (trigo, cebada, avena), leguminosas como los yeros y las algarrobas, legumbres como los garbanzos, las alubias y algo después, los famosos judiones, cuando el entrañable Cándido los servía a los señoritos de Madrid, sobre todo a la “Cofradía de los Doce Apóstoles” que acudía, con frecuencia, desde Madrid a Segovia para empezar a poner en solfa nuestra riqueza culinaria. Los pioneros eran periodistas afamados de la Corte, como Pedro Gómez Aparicio, Francisco Casares, Torcuato, Emilio Romero… mientras unas cuantas mujeres, todas de luto riguroso, ofrecían a las amas de casa, en unos cestillos de mimbre, tapados con trozos de saco, muy limpios y húmedos, unos cangrejos fabulosos para adornar y degustar el arroz de los domingos. El resto de la semana en Segovia cocido segoviano que era un yantar exquisito, con relleno y todo.
Era otro mundo aquel Azoguejo, con el Café Columba enseñoreando el frente bajo la terraza, allá donde solo unos años antes estuvieron las ruinas de la vieja iglesia de Santa Columba, de donde le venía al popular y populoso café el nombre. El bar Agejas, abriendo la calle Perocota y Casa Ricardo, con sus pinchos de escabeche de ensueño, dando puerta a la de San Francisco.
Los hombres de labranza, los jueves como día de mercado, cerrando sus compromisos con un simple apretón de manos con el que siempre se cumplía. Mientras el señor Matías Costa, como un junco, en el ejercicio de su función de camarero —no como modelo que inmortalizó Ignacio Zuloaga cuando pintaba en la Casa del Crimen al “Segovianito” y otros tipos segovianos, en el taller de cerámica de su tío Daniel, en San Juan de los Caballeros y que puede verse, entre otros en el museo de San Telmo en San Sebastián— el señor Costa, con empaque y estilo exclamaba al mozo, que portaba la lechera y el recipiente del café, a un gesto del cliente, “yeeeepaaa”, para que el muchachote dejara de servir el oloroso café y vertiera la leche necesaria, a gusto del cliente, en el vaso que descansaba en el velador de mármol blanco, redondo y con un limpio aro cromado que relucía bajo el sol que llenaban el Azoguejo.
Pero, aparte del ya casi olvidado por nosotros, Juan de Párix del que otros se quieren adueñar, Segovia ha seguido la tradición de seguir alumbrando libros en toda época. Recuerdo ahora a don Carlos Martín, en su imprenta de la calle San Francisco leyendo y corrigiendo con él algunas galeradas, la imprenta Gabel, cuando estaba en la Potenda, y donde publiqué “Segovia Viva” hace ya la friolera de sesenta y cinco años, ¡Dios mío, como se marcha la vida, tan callando! Aquella vieja imprenta de Ceyde en la calle de la Infanta Isabel, la de El Adelantado en San Agustín, eran lugares en los que el olor de tinta fresca nos envolvía en nuestras andanzas por ese mundo lleno de magia y de ilusiones satisfechas. Recuerdo con agradecimiento la llamada Alma Castellana, frente a la Casa de los Picos, donde dábamos a la minerva las hojas que querían ser revista de los antiguos alumnos de los Misioneros Y donde el gran poeta segoviano Francisco Puig empezó a publicar sus primeros poemas, simultaneándolo con la entonces muy importante y leída página literaria de El Adelantado y, desde entonces, en un camino de premios y distinciones.
Ahora Segovia sigue siendo una ciudad en la que se distingue su veneración y obra cultural por las ediciones que sigue ofreciéndonos. Evidentemente las instituciones son, acaso, las que con mejor fortuna mantienen el tipo para que Segovia, desde aquel primero sinodal del obispo, sea hoy una ciudad en la que el libro sea objeto de mimo. Ejemplo de ello es la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce que acaba de sacar a la luz, como testimonio de cumplir sus primeros cien años, tres libros simultáneos que bien pueden ser considerados como una lección de amor a la ciudad, un homenaje a cuántos han formado en la docta institución y el palpable ejemplo de colaboración entre las instituciones Segovianas.
Así tenemos el libro de José Manuel Valles Garrido: “De la Sociedad Económica a la Universidad Popular” como ejemplo de recuerdo histórico para no olvidar cien años de la Universidad Popular en Segovia, con sus diferentes nombres a lo largo de su centenaria y próspera vida cultural. Aquí Valles Garrido nos deja un trabajo de maestro, pues que no es fácil volcar una trayectoria con tanta claridad y buen estilo.
Siempre he dicho, y ahora reitero, que nuestra ciudad tiene en este momento, en el futuro ya veremos que el mundo es muy cambiante y a gran velocidad, tiene digo, tres pilares sobre los que afirmar su vida y su desarrollo: turismo, gastronomía y cultura. Y, en este sentido, Carlos de Dueñas Díez nos regala un libro formidable cuyo título lo explica todo: “Culto a la Cultura” (Historia de la Universidad Popular Segoviana 1919-1936)”, con idéntico patrocinio del Ayuntamiento segoviano, en otra perfecta edición, en la que se abre un abanico completo para saciarnos de su rico contenido, que no debería dejar de ser conocido por todos los hijos de Segovia, a la que dicen amar. La mejor manera de amarla es conociéndola y para ello este tomo de Carlos Dueñas se presenta como oportunidad preciosa que no debe desaparecer de los anaqueles y que los que no siguen lo conozcan para sentirse felices de la cultura, que en el primer tercio del siglo XX, Segovia alumbró.
He querido dejar para el final el tercero de los tomos que ha editado la Academia de San Quirce. Me consta el esfuerzo de Juan Manuel Moreno Yuste como coordinado de la obra. “Segovia 1900-1936”. Por aquí desfilan vidas que han dejado su huella en la vida segoviana, o la han prestigiado a lo largo de ese período. son biografías de mujeres y hombres cuyos nombres forman parte de lo mejor de nuestra trayectoria. Médicos, arquitectos, artistas de la gubia y del lienzo, profesores, periodistas, todo un mundo de actividad de primera magnitud que dejaron en Segovia lo mejor de ellos mismos. Mi mejor consejo, amigo lector, si fuera posible, busca estos libros y disfrutarás con ellos.
Fuente: https://www.eladelantado.com/