POR EDUARDO JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Recuerdo, hace casi un año, la suerte que tuve de deleitarme con la contemplación del Livre des Propriétés des Choses en la biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano. Verdadera joya de la erudición, este compendio enciclopédico creado e iluminado a mediados del siglo XIII me tuvo absorto y en silencio junto con mi querido colega Diego Navarro durante casi una hora.
Entre orlas florales y santos explicando el origen del pensamiento científico, pude reflexionar acerca de lo que significan los libros para un servidor. Como bien recuerda el gran escritor segoviano, Juan Carlos Monroy, estas puertas al infinito son un punto de partida para cualquier cosa. Y es que, no me negarán, todos tenemos algún libro como inicio de algo importante en nuestras vidas a modo de íncipit atemporal. ¡Qué sería de nosotros sin los libros!, que bien dijo un día el Maestro Fermín de los Reyes, mientras paseábamos por el yacimiento romano-visigodo de Aguilafuente, cada vez más presente en la memoria patrimonial de los segovianos. ¿Qué sería de la humanidad sin ellos?, me pregunto cada vez que levanto la vista de esta mesa y contemplo el horizonte impreso que me devuelve el despacho donde alojo mis inquietudes en el Paraíso.
Desgraciadamente, no todos tienden a pensar así. Otros, siendo conscientes de ello, atentan contra estos contenedores de humanidad destruyéndolos, relegándolos o, peor aún, tratando de hacerlos caer en el olvido. Eso pensé hace unos años, visitando las tripas del Palacio Real de San Ildefonso con su delegado y guardián, Nilo Fernández Ortiz. Caminando entre salas, llegué hasta una donde, a decir de mi cicerone, descansaba la biblioteca de la reina Isabel de Farnesio. Preso por la excitación que provocaba la mera posibilidad de hallarme ante una colección regia perdida entre el polvo del almacenamiento, como siempre suele ocurrir, pronto hube de desinflar mis expectativas al comprobar que, para Patrimonio Nacional, resultaba lógico llamar biblioteca a las estanterías y no a la colección maravillosa de libros.
Mi gozo en un pozo, que diría Sancho Panza. Y no crean que ha sido la única vez en que hube de soportar la pérdida de libros imaginados. Unos tres años atrás, tras recibir la noticia del fallecimiento del gran Juan Antonio Marrero, vecino de este Real Sitio y amante de todo lo que tuviera relación, aunque fuese tangencial, con Valsaín, su cuñado, Alejandro, me advirtió de la más que segura pérdida de su biblioteca. Con la intención de rescatar esos miles de libros del olvido, conseguí que el Ayuntamiento tutelara la colección, pero no que ésta volviera a la vida. Ya ven, rescatados de la omisión, andan los pobres perdidos a la espera de recibir biblioteca en el Real Sitio Primitivo, que dirían los burócratas de Patrimonio Nacional.
Sin embargo, ninguna sorpresa más grande acerca de libros perdidos que la experimentada hace un par de días en el Archivo Histórico Municipal del Real Sitio. Trasteando entre viejos papeles en busca de trascendentales referencias a la construcción del mercado de abastos, de cuyo resultado les informé puntualmente, me di de bruces con un requerimiento del Ministerio de Educación Nacional, a través de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, fechado el 31 de enero de 1941. El director general solicitaba información en aquel breve sobre el paradero de los libros constitutivos de las dos bibliotecas escolares fundadas en La Pradera de Navalhorno y Valsaín por el Patronato de Misiones Pedagógicas durante los años reformistas de la Segunda República.
Constituido por Manuel Bartolomé Cossío, el Patronato se consolidó con la participación de voluntarios del fuste de María Zambrano, María Moliner, Juan Vicens, Luis Cernuda, José Val del Omar, Ramón Gaya, Maruja Mallo, Carmen Conde o Eduardo Martínez Torner, llegando a contar hasta con seiscientos pretorianos de la educación y la cultura escoltados por vocales como Antonio Machado o Pedro Salinas. Todo ello para conformar un esfuerzo formativo que permitiera salir a la masa obrera y campesina de este santo país de aquella ignorancia que tornaba en miserable la existencia.
Es de sorprender, sin embargo, que esta reforma educativa, siendo tan importante en el conjunto del proyecto global republicano, caiga casi siempre en el olvido llegado el momento de difundir el proceso histórico reformista. No me cabe duda de que se trató del más rompedor de los intentos de transformación de aquella sociedad anquilosada en el oscurantismo, pues no existe nada más revolucionario que enseñar a leer al analfabeto. Por desgracia, aquel espíritu educador se perdió entre sofismas y dogmas, creencias y verdades absolutas para construir una falsedad social donde es más importante un campo de fútbol o la terraza de un bar que un estante con sus libros sin censurar.
Perdidos en la noche del conocimiento, los libros de las bibliotecas escolares del Real Sitio Primitivo, de la Pradera de Navalhorno y Valsaín, nos gritan desde su triste exilio la necesidad que de lectura tiene la mente humana. Sin ella, poca libertad podremos colegir en una sociedad cada vez más indigente en estos términos. Ya es hora, queridos lectores, de recuperar las bibliotecas y de que los libros nos lleven donde nuestra imaginación quiera, incluso hacia una sociedad comprometida, consciente, consolidada y, en definitiva, libre en su democracia.
Fuente: https://www.eladelantado.com/