Al respecto, popular es el relato de un hombre designado como “el lobero de Castejón” (primera mitad del siglo XVIII). Este personaje, era un individuo envuelto entre la nebulosa del misterio y la realidad, y conocido como José de Elvira. De este se conservan algunos relatos, recogidos por testimonios de gente interrogada en su día por la Inquisición, y en los que se le acusará de diferentes cuestiones.
Sabemos que el lobero era una profesión real, y que tuvo cierta importancia, por ser esa persona la encargada de controlar la presencia del tan temido cánido en zonas habitadas, y donde por norma general, era habitual que se trabajara con cabañas de animales, especialmente de tipo ovino y caprino en el área que nos ocupa.
Sobre la cuestión del lobo, debemos entender las centurias del XVI, XVII y XVIII, como periodos muy interesantes en lo que respecta a su testimonio en fuentes escritas, para así comprender la situación en la que se encontraban nuestros ancestros, respecto la problemática generada por este animal cerca de sus casas de campo y corrales.
De los loberos se decía que tenían una habilidad especial, que no siempre empleaban para el bien de la comunidad. Argumento suficiente para dar pie al surgimiento de relatos vinculados con chantajes y rumores, en los que estos descontentos por el trato recibido de algunos pastores, o el bajo estipendio recibido por su labor, aprovechaban su facultad para emplearla de modo vengativo, en contra de los intereses de los ganaderos del lugar.
Si a esto le añadimos los lazos que estrecharán la figura del diablo con el lobo, y que como bien saben muchos historiadores, arraiga con especial intensidad desde antes del medievo en nuestra sociedad, contamos pues con suficientes razones para comprender que idea imperaba en las casas de nuestros ancestros sobre la percepción que se tenía de esta especie. Y es que hemos de tener en cuenta que su entrada a menudo en corrales o zonas de pasto, podía generar numerosas bajas, y por ello una consiguiente pérdida económica, difícil de subsanar en una sociedad en la que no se disponía de ayudas como las que hoy conocemos.
Entre las figuras destacadas dentro del cristianismo y que gozó de enorme devoción en nuestros antepasados, esta la de San Francisco de Asís, quien será sin lugar a duda una de las principales advocaciones a las que se encomendaban los criadores de animales, ya que como sabemos, este consiguió amansar a las fieras.
Algo similar ocurrirá con San Antonio Abad, protector de los animales, y por ello también, un santo capaz de combatir contra aquel mal que amedrentaba a los pastores. Será por ello habitual que en su festividad, además de la bendición característica que se realizaba sobre el ganado, se bendijeran también los cencerros que portaban los pastores, ya que con ello no solo se decía que se protegía a los animales de ser alcanzados por un rayo, sino también del tan temido lobo.
Ahora bien, ¿qué queda de esas antiguas poblaciones de lobos que habitaron nuestra franja de estudio?
Si analizamos a fondo la cartografía de la zona en la que hemos enfocado nuestro artículo, podremos apreciar como la toponimia fosilizada en parajes y partidas de diferentes términos municipales de la región, manifiestan la forma de vida y creencias de nuestros antepasados. Las cuales como se ha indicado anteriormente en cuanto al lobo, vendrán marcadas por esa relación negativa con un animal, y que por norma general, servirán para advertir del riesgo que los ganaderos o pastores podían tener al transitar por ese punto.
En nuestro caso hemos seleccionado el área que abarca desde el municipio de Villarejo de la Peñuela, hasta la franja de Huete, a través del corredor del río Mayor y alrededores.
Así pues, a menos de dos kilómetros del cerro de Navalpoleo (en Caracenilla), encontramos un espacio geográfico denominado como “la Hoya del Lobo”. Un enclave que encontramos en la franja lindante con el término municipal de Pineda de Gigüela.
También tenemos la zona designada como de la “La lobera”, en Villar del Horno. Otro punto es la fuente del Lobo, de la que existe una leyenda, que relata como hasta ese lugar acudía un lobo de un tamaño considerable, y que causó severos daños a muchas familias de la zona. Este punto se encuentra no muy lejos del molino del ciego, dentro del término municipal de Huete.
Tampoco podemos olvidar una de las designaciones con las que en esta tierra era vulgarmente conocido el yeso espejuelo: “la piedra del lobo”. Esto se debía según el relato popular a su brillo por el reflejo de la Luna, y es que la tradición siempre ha querido ver una relación simbiótica muy estrecha entre este animal y nuestro satélite.