POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA- CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Cuando se dieron unas conferencias sobre la riqueza histórica de las comarcas de la Región de Murcia, me correspondió disertar sobre la comarca del Valle de Ricote y, como es natural, me extendí un poco sobre mi pueblo y, por consiguiente, el que más conocía.
El auditorio estaba ocupado, en su mayoría, por personas jubiladas y cual no fue mi sorpresa cuando, tras el turno de palabra, se acercaron a la tribuna de oradores un grupo de señoras y me preguntaron donde estaba y si podían ir a visitarlo. Me sumé a su corrillo y tuve la ocasión de oír piropos dedicados a mi pueblo, y, sin más dilación, les dije: “Si deciden ir de excursión, estoy dispuesto a pasar el día con ustedes y hacer de guía turística. Sí, lo pasaremos muy bien: no os defraudará”.
Pues bien, hace unos días me comunicaron que venía un grupo de personas mayores, en dos autocares, con el fin de visitar los lugares históricos y pintorescos de este rincón del Valle de Ricote.
Por supuesto que no lo dudé y reiteré mi ofrecimiento para efectuar una visita guiada por las calles limpias, angostas, empinadas y ajardinadas de nuestro pueblo. Querían que les explicase in situ, la historia legendaria que yo les describí durante la conferencia y las referencias que tenían por medio de la prensa, radio y televisión.
Puntualmente, a las nueve y media de la mañana, tal y como habíamos concertado, llegaron en dos autocares al lugar de la cita en el paraje de «Los árboles grandes». El policía municipal, condujo a los dos conductores a un lugar de aparcamiento seguro, en donde no perturbaban la circulación.
Los 84 jubilados, pertenecían a una pedanía de Cartagena, y venían dispuestos a presenciar y disfrutar de cuanto habían oído comentar de nuestro pueblo.
Tras confirmar que comeríamos en el restaurante a las dos en punto, con el menú que habíamos apalabrado en días anteriores, nos lanzamos a «patear» las calles de nuestro pueblo.
Aunque la mayoría eran mayores, les acompañaban unas diez personas más jóvenes, estaban dispuestos a no perderse nada y disfrutar de un día de excursión que prometía ser estupendo.
Todos querían que les diese la reseña histórica pertinente de los lugares emblemáticos y, por supuesto, les di cumplida información del Ayuntamiento, la iglesia parroquial con su artesonado de estilo mosisco, la casa parroquial también denominada «Casa de Eiffel», la Plaza Mayor, el templete del Henchidor, los restos da la Casa de la Condesa, anterior residencia de la familia de Rueda; de los que aún existe en su fachada el escudo de armas, el Centro de estancia de Personas Mayores; antiguo «Teatro Reina Victoria Eugenia», el lugar en donde estuvo ubicada la residencia de la Santa Inquisición y, por último, el grupo escolar C.E.I.P y «el Centro Cultural Municipal» con todas sus dependencias.
En el salón de butacas, se sentaron para descansar mientras se hacía la hora para ir a comer, y, aproveché para explicarles toda la historia y parte de leyenda del «Salto de la Novia» y de «la Pila de la Reina Mora»; siendo consciente de que les era imposible acceder a ellas, dada la edad avanzada de la mayoría de la expedición. También pudieron estar sentados durante la alocución que les di en la iglesia parroquial y en el Centro de Estancias Diurnas.
Cuando terminamos de comer hicimos una pequeña sobremesa y la dedicaron a hacerme un sinfín de preguntas sobre nuestro pueblo y lo que habían visto y cuanto les expliqué. (1)
El día les estaba deparando una caja de sorpresas y, a pesar que algunos estaban un poco cansados, los conductores que habían comido con nosotros, condujeron los autobuses hasta la puerta del restaurante y proseguimos las visitas al Gurugú y, posteriormente efectuamos una parada en el Mirador ubicado sobre la margen izquierda del canal
trasvase Tajo-Segura. Allí, tras contemplar unas vistas esplendorosas, nos despedimos con un fuerte aplauso y retornaron hacia Cartagena.
(1) He dejado este apéndice para comentar todo cuanto habían observado de nuestro pueblo que, en realidad, les había cautivado. Su paseo por las calles del pueblo fue algo que jamás esperaban de un municipio tan pequeño: Les había fascinado encontrarse con calles limpias y bien conservadas; calles estrechas y empinadas engalanadas con maceteros y flores variopintas.
Cada vez que llegábamos a cualquier bocacalle, era una exclamación por algo que jamás se habían imaginado. Al llegar a las «Cuatro Esquinas», se detuvieron y miraban hacia adelante, hacia atrás, hacia arriba y hacia abajo.
Por todos los lugares encontraban belleza y, la directora del grupo que era maestra nacional jubilada, se gira hacia mí y, en voz alta me dice: los habitantes de este pueblo debe tener un corazón de oro y, seguro, gobernados por regidores muy valiosos. La maestra, curtida en el mundo de la cultura, rebautizó a nuestro pueblo y le denominó «el Lugarico» Sí, «el Lugarico maravilloso». Sin comentarios.
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