POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Desde tiempo inmemorial, nuestras abuelas elaboraban unos remedios caseros, cuyos ingredientes repercutían en la curación o mejoría de los achaques del organismo, tanto de las personas como de los animales, o bien confeccionaban potingues que actuaban como cosméticos. Algunos de ellos tienen palpitante actualidad y se encuentran a la venta en farmacias y boticas.
Es verdad que las pócimas, ungüentos, tisanas y demás brebajes los elaboraban en casa, con hierbas de la huerta y del campo y, como también hacían sus mezcolanzas en las reboticas y farmacopeas, eran vendidas y aplicadas de manera clandestina, en forma de jarabes, ungüentos, cataplasmas, píldoras; o como selecto herbolario para añadir a sus pócimas. A estos lugares clandestinos en donde se practicaba el «curanderismo», acudían nuestras abuelas, a que nos mitigaran el dolor de los golpes, nos cortaran las hemorragias, nos trataran las diarreas, vómitos y estreñimientos; así como el «mal de ojo» o el «aliacán». Pocos niños del pueblo, en la década 1940 a 1950, nos libramos de que nos administraran dichas prácticas; ya qué, la mayoría de los uleanos, carecíamos de lo más elemental para sobrevivir. Yo, que me crié hecho un canijo, acudí de la mano de mi abuela Clarisa a que me cortaran el aliacán.
Estas prácticas sanadoras, todavía se practican y, en mercadillos y establecimientos de dietistas se expenden dichos productos. No es raro ver anuncios, en las farmacias antiguas, carteles que pregonaban la bondad de sus productos. Además de los citados en mi escrito, aun se conservan carteles que anunciaban sus cualidades sanadoras. Entre ellos tenemos: «Digestónico, del Dr. Vicente»; el celebrado y canturreado «Okal»; los espirituosos «Vinos de Quina»; «El Biogastrol» que se decía de él, que «limpiaba las tripas» y, más reciente, el actual, muy usado y menos bueno de lo que lo predican:»El COLA CAO». Los anuncios de todos ellos forman parte de un rincón importante de la historia de la Medicina; aunque en la actualidad dichos panfletos sean verdaderas piezas de museo.
En Madrid, esquina de la calle Serrano, desde el año 1913 existía, aún existe, la farmacia, botica o droguería fundada por el Dr. Roos, en cuya rebotica se elaboraban unos productos químicos, en forma de emulsión que estimulaban el estómago, el intestino y el hígado. También, se elaboraban unas pildoritas, las pildoritas del Dr. Roos.
En esa botica de la calle Serrano de Madrid se elaboraban productos farmacéuticos, en forma de emulsiones para paliar las angustias y vómitos de las embarazadas en la última fase de su gestación. A este líquido, envasado en botellas de cristal se le llamaba «Emulsión de Scott». Algunos de estos mejunjes seguían vigentes en la década de 1960 a 1970; cuando empecé a ejercer como médico.
Los niños, madres y abuelas decían que estos brebajes tenían el sabor más amargo que jamás habían probado. Doy fe de ello, porque, con seis años me llevó mi abuela para que me cortaran el «Aliacán». Me dieron un líquido extraído de la savia de hoja de palera; que estaba más amargo que las tueras. También nos daban unas bolitas antisépticas de «Iodex» que les daba a los niños un color amarillo verdoso y un olor que se detectaba a gran distancia. Tan especial era el tufo que desprendía que nadie se arrimaba.
A principios del siglo XX, en esta antigua Botica de la calle Serrano, de Madrid, se comenzaron a expender unas pastillas redondas y encarnadas, con un eslogan que decía:»No hay nada mejor para el dolor de cabeza». A estas pastillas se les llamaba «Optalidón»; que fueron prohibidas en la década de 1965 a 1975. Se retiraron del mercado por la creencia de que eran cancerígenas.
Aunque las curanderas y aficionadas seguían dando masajes abdominales a los estreñidos y a las jovencitas con las reglas dolorosas, en las reboticas se idearon unas «cataplasmas» y lavativas, mezcladas con leche de magnesia Phillips… como laxante ideal y, para los dolores menstruales, experimentados por el Bioquímico Dr. Carlos Lehmann.
Por aquella época, el Dr. Lehmann, investigó sobre la actuación de los purgantes en el cuerpo humano; centrándose en el Citrato de Magnesia y la savia de las higueras, al considerarlos unos excelentes purgantes.
En el segundo decenio del siglo XX, el Dr. Andreu, de Barcelona, sacó al mercado unos cigarrillos balsámicos y antiasmáticos ya que, con un solo cigarrillo se calmaban las toses y los ataques de asma; por muy rebeldes que fueran. Salieron al mercado en unas cajas con el nombre de «Cigarrillos Esco Antiasmáticos», para combatir los ataques de asma y de las vías respiratorias. ¡Ah!, se recomendaba mantener en sitio seco. Durante ese decenio, otros Bioquímicos lanzaron al mercado nuevas marcas de cigarrillos antiasmáticos.
En las tertulias cotidianas de la botica de la plaza Mayor de Ulea, se comentaba qué, en las farmacias que elaboraban medicamentos de vanguardia, se había conseguido un nuevo medicamento, llamado «Citrosodine», potente analgésico para combatir los dolores de estómago; ayudado con una cucharadita de bicarbonato. Todos se frotaban las manos al ser conscientes de que sus dolores de estómago y sus ardores, pasarían a la historia. Dichas tertulias que comenzaban en la botica y barbería de Rafael Fernández, auspiciadas por el médico titular de Ulea; gran orador y amigo de Rafael, D. Luciano García, acababan en «la colindante taberna del Tío Pío». Allí se comentaban, a veces se discutían, los grandes adelantos de la medicina y Farmacopea, de mediados del siglo XX.
Los científicos alemanes de la calle Serrano de Madrid, dirigidos por el Bioquímico Carlos Lehmann, dieron la grata noticia del descubrimiento de un medicamento, en pastillas, llamado «Entero- Vioformo», eficaz para el tratamiento de la tan temida «diarrea». Dicho medicamento fue retirado del mercado al confirmarse que además de cortar las diarreas, tenía propiedades cancerígenas.
Dicha Botica madrileña fue famosa durante más de medio siglo y, en ese tiempo, sus investigadores sacaron al mercado los célebres «emplastos porosos de fieltro rojo», muy utilizado por deportistas y todos aquellos que sufrían traumatismos accidentales. Los anuncios estaban bien visibles en las cristaleras de la Farmacia. Decían así: «para todos los traumatismos, parches porosos; también llamados «Parches Sor Virginia». Cuando se les caían los parches porosos, se les aplicaban unas cataplasmas que llevaban el nombre del científico alemán Hartmann. Estas cataplasmas eran asépticas, emolientes, resolutivas y calmantes.
El Dr. Hartmann, que trabajaba en la rebotica de la calle Serrano de Madrid, publicitó al poco tiempo, un invento a base de unas ampolletas para cortar o mitigar «los dolores de barriga». En el interior de la caja llevaba un serruchillo, para cortar el cuello de las ampolletas.
Pasado el umbral del medio siglo XX, el Dr. Carlos Lehmann y sus colaboradores dieron con la fórmula de un medicamento inyectable: «La Beri-berina», capaz de combatir la falta de vitamina B1:»el célebre Beri-Beri», enfermedad endémica entre los chinos, que solo comían arroz y los que no comíamos ni eso.
Durante muchos años se estuvo utilizando la «Coramina», para regular el funcionamiento del corazón y prevenir las arritmias cardiacas y las bajadas bruscas de la tensión arterial. Dicho medicamento se administraba con jeringas de vidrio y agujas reutilizables, esterilizadas en agua hirviendo o en alcohol. Como la punta de la aguja se remochaba y se mellaba, se quedaba roma para su uso y había que lanzar la jeringa a gran distancia y con fuerza; como si fuera un dardo sobre la nalga , con el fin de que traspasara la piel. Todos los que ya teníamos esa experiencia, encogíamos el culo para no sentir el pinchazo y, bastantes veces el practicante de turno se pinchaba en sus dedos o hacía un brindis al aire; pinchaba en el vacío.
En la misma época sacaron al mercado una pasta granulógena; resultando ser uno de los mejores cicatrizantes del momento. Por problemas que no fueron publicados, yo no llegué a saberlo, desapareció pronto del mercado.
Una joya de la corona fueron las láminas de mentolato, específicas para tratar la tos crónica. Nuestras madres y nuestras abuelas calentaban el mentolato en una cuchara, aplicando un fosforo en su parte inferior y luego lo untaban en el pecho y la espalda. A continuación cubrían a los niños con papel de periódico y una franela gruesa, con el fin de que tanto el pecho como la espalda entraran en calor.
Esos trabajos de «Rebotica», ubicada en la esquina de la calle Serrano de Madrid, cuyo director inicial fue el Bioquímico Carlos Lehmann, a partir de 1970 fue declinando dicha labor en sus ayudantes también alemanes, los doctores A. Rabenalt Schiirrmann y, entre ambos sacaron a la luz un medicamento, en grageas, llamado «Bellergal» muy útil para calmar los cuadros distónicos de estrés.
Retirado el Dr. Lehmann, sus alumnos y sucesores consiguieron unir los efectos de la «Cafeína» y la «Aspirina» y no solo te calmaba los dolores de cualquier parte del cuerpo, sino que te daba tal energía que te hacía subir por las paredes. Dicho analgésico y estimulante se comercializó con el nombre de «Cafiaspirina».
Tanto esta farmacia de la calle madrileña de Serrano, cuyo prestigio era internacional, como los mejunjes de las abuelas y curanderos, perdieron auge a partir del año 1980.
A pesar de «los maravillosos remedios» que nos aplicaban en nuestra niñez, años 1940 y sucesivos, que investigaban «de aquella manera en sus reboticas» y los mejunjes de nuestras abuelas, bastantes niños/as de aquella época; seguimos estando vivos.