POR ANTONIO BRAVO NIETO, CRONISTA OFICIAL DE MELILLA
Rafael Hernández Soler nos invita a emprender un nuevo recorrido por su obra. Es la segunda vez que lo hace en este intenso periodo de su vida, y podríamos pensar que compartiría con nosotros nuevos dibujos a lápiz, llenos de detalles minuciosos, de energía y vigor, de los que tan buenos ejemplos nos ofreció en su anterior muestra.
Pero Rafael nos sorprende gratamente al emprender un camino diferente, cambiando de técnica y de objetivo: para esta nueva ocasión adopta la acuarela como medio para expresarse, y principalmente nos presenta paisajes.
Significativamente, y a pesar del éxito que Rafael obtuvo en su primera exposición, ha preferido alejarse del trazo minucioso, de la línea y el detalle y ahora se adentra en el estudio de la mancha, de los trazos más tenues y libres.
En este sentido, estos trabajos adquieren mayor identidad y fuerza conforme más abandona el dibujo. Se puede sospechar que se va depurando día a día, conforme avanza en este camino compulsivo de pintar, como si su objetivo principal fuese ensayar y aprender con cada reto que se plantea.
Rafael además es un pintor muy prolífico, lo que revela unas condiciones técnicas realmente sorprendentes para un autodidacta absoluto. Para alguien que aprende a pintar practicando, lejos de las escuelas, academias o de los talleres donde podría haberse formado. Esto caracteriza una voluntad y una fuerza poco comunes al tener que sortear muchos obstáculos y hacerlo sólo con su capacidad, su tenacidad y trabajo diario. Los resultados son sorprendentes.
La necesidad de pintar se ha convertido en un motor tan potente como disciplinado, en el objetivo que llena totalmente su vida, su tiempo libre y no tan libre, y que es actualmente el cauce por donde da rienda suelta a una sensibilidad inquieta, lo que se percibe en algunos de sus trazos, que delatan sus diferentes opciones con respecto al mundo que le rodea.
Esta exposición se podría haber llamado “Tierra y Mar”, un reflejo de la naturaleza en la que los campos, las dunas y las marinas componen su columna vertebral; y ello hasta tal punto, que la presencia humana se convierte en algo circunstancial.
Pocas veces aborda la pintura de lugares concretos conocidos, aunque dedica algunas acuarelas a paisajes de Málaga, como la Farola y el Ayuntamiento, el castillo de Sancti Petri o varios parajes de Melilla la Vieja.
Por su parte, las marinas siempre nos presentan láminas de agua donde las barcas se reflejan plácidamente, tanto cerca de la playa como en puertos o mar abierto, aunque es cierto que tampoco rehúye los mares embravecidos.
En ellas destaca siempre uno de los elementos por los que Rafael siente predilección, el tratamiento de la luz, que resuelve magistralmente cuando se acerca a los atardeceres o a los ambientes con niebla.