POR ANTONIO SANCHEZ MOLLEDO, CRONISTA OFICIAL DE MALANQUILLA (ZARAGOZA).
Estamos acostumbrados a una visión poética y paisajística de los antiguos molinos de viento. Sin embargo, de las muchas aristas desde las que es posible contemplarlos, no podemos olvidar la industrial, que forma parte intrínseca de su origen y razón de ser. Y es ésta una cuestión de gran importancia, relativamente moderna, que permite diferentes enfoques según las disciplinas desde las que se aborde. Los edificios industriales del pasado pueden ofrecer valores, no sólo arquitectónicos, que aconsejan su conservación. Los bienes industriales que la evolución tecnológica ha dejado sin uso, forman parte del patrimonio cultural, sin olvidar la relación entre patrimonio industrial y desarrollo local, lo que incluye la recuperación de paisajes amenazados por la destrucción de sus elementos más singulares.
Los molinos de viento antes que nada fueron construcciones mediante las cuales los núcleos de población que contaron con ellos vieron asegurada su existencia. Por ello es imprescindible, como punto de partida, asociarlos a la memoria colectiva que los identifica con experiencias vitales positivas, aunque el gestor de estos bienes industriales, el molinero, no gozara precisamente de buena fama.
La posibilidad de que un recurso industrial en desuso se reconozca por su valor cultural no depende sólo de sus cualidades objetivas; por ello es tan necesaria su asociación con elementos de percepción social como seguridad, tranquilidad, garantía de vida, sustento…
Frente a otros activos histórico-artísticos como iglesias, monasterios, ruinas arqueológicas, etc., los elementos de uso industrial, superados tecnológicamente, quedan relegados a un segundo plano, ignorando que hoy, estos bienes culturales, constituyen un recurso activo para el fomento de programas integradores de desarrollo sostenible, tanto a escala local y comarcal como regional.
Es preciso considerar a los molinos de viento no como elementos asilados sino en un contexto territorial, de acuerdo con una lectura actual, moderna y científica que se apoya en la política patrimonial marcada por el Instituto del Patrimonio Cultural de España, en cuanto a la protección y conservación del legado de la industrialización a través de Planes específicos.
A partir de 1985, con la promulgación de la Ley del Patrimonio Histórico Español, se comenzó a superar la tradicional idea por la cual la protección sólo pertenece a la historia o al arte para incorporar una nueva perspectiva —la técnica— que facilitó que el patrimonio industrial pudiera protegerse empleando no solo criterios artísticos más o menos restrictivos, sino también etnográficos, científicos o técnicos. En definitiva, se trata de unir cultura y territorio más allá de la descontextualización de la fábrica como meros objetos museísticos.
España cuenta con un patrimonio industrial rico y variado que debe ponerse en valor de cara a una futura recuperación. Lo dicho para los molinos de viento sirve también para referirnos a las antiguas industrias mineras, batanes, molinos de aceite, palomares, etc.
La intervención sobre este patrimonio se justifica por la necesidad de asegurar la conservación de la herencia industrial y popular a nivel nacional, comenzando por la elaboración de un inventario general al que tienen que seguir estudios para el conocimiento de los bienes inventariados y la realización de planes directores que den paso a la redacción de proyectos de intervención para su restauración y conservación.
No puede ser obstáculo en esta lucha ni el gran número de elementos dignos de ser recuperados, más del 80% del patrimonio aragonés se encuentra en poblaciones de menos de 10.000 habitantes, ni el elevado coste de intervención y posterior mantenimiento, ya que, según la Fundación Tarazona Monumental, de cada euro invertido se recuperan 6 de manera directa.
En este mundo globalizado que tantas nuevas oportunidades nos presenta cada día en todos los ámbitos, no podemos quedarnos atrás lamentando una actuación de la administración que, raras veces se produce. Es preciso explorar otros cauces como el mecenazgo que permita, mediante desgravaciones fiscales, llegar a personas de todo el mundo. La gestión del patrimonio cultural en los núcleos rurales requiere conocimientos, paciencia e ilusión pero también ingenio y buenas dotes de persuasión. De todo ello depende el futuro de muchos municipios amenazados por la despoblación.