POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Cuando apenas existían medios de comunicación audiovisuales y, solo, discretos juegos de entretenimiento, a mediados del siglo XX, en concreto entre los años 1940 y 1950, a los niños y niñas pequeños, se les llamaba «monicacos».
Unas veces de forma cariñosa, pero, en la escuela se les decía monicaco a los niños que no servían para jugar con aquellos que tenían un par de años más. Al formar los equipos de juego, el alumno que hacía las veces de «caporal», se revestía de la autoridad suficiente, solamente porque tenía unos años más y se consideraba con la suficiente estima de los jugadores.
Con dicha autoridad, le decía a los pequeñajos: «apartaos de aquí; no podéis jugar con nosotros». Si el niño/a se sentía menospreciado y comenzaba a llorar, se apartaba refunfuñando y amenazaba con decírselo a un hermano mayor; con el fin de que mediara en el asunto. El jefe de la cuadrilla les trataba de consolar diciéndoles que cuando seáis un poco mayores, jugaréis como nosotros.
También, la palabra monicaco/a se les decía a las personas qué, aunque fueran mayores «eran debiluchas y de poco carácter». Otras veces, la palabra monicaco/a era una acepción que usaba algún hermano mayor, generalmente adolescente, cuando iban a algún espectáculo; tales como el cine, teatro o baile público y los pequeños se quedaban lloriqueando, porque no les dejaban ir con ellos. Los mayores trataban de disuadir a los pequeños, alegando que a esos espectáculos no les dejaban entrar porque «eran unos monicacos».
En la época en que los sacerdotes, sacristanes y monaguillos, se encargaban de que los ritos eclesiales se celebraran con puntualidad, respeto y decoro; procuraban que los niños pequeños, acudieran cogidos de la mano de sus madres o cualquier persona mayor, porque «seguían siendo unos monicacos».
Algunas personas del clero y sus acólitos, resultaban ser beatos hipócritas y santurrones; siendo considerados como unos «meapilas» y, como no: «unos mojigatos o monicacos».