POR ANTONIO DE LOS REYES, CRONISTA DE MOLINA DE SEGURA (MURCIA)
Los mudéjares, o moriscos conversos y sus descendientes, son los auténticos habitantes primeros de estas tierras. Con la llamada reconquista, los RRCC les permitió vivir bajo las normas del Islam, utilizar su lengua y restablecer sus aljamas o morerías siguiendo sus costumbres. Eran campesinos, agricultores, dedicados principalmente al cultivo de la seda. Oficiaban de artesanos. Llegaron a ocupar puestos de alcaldes, regidores, alguaciles…
Otros, sin ser esclavos, o siéndolos, ejercían de criados, pues servían a cristianos viejos llevando, normalmente, los apellidos de sus amos. En esto estaban más las mujeres ber-beriscas que se compraban para el servicio doméstico.
Aun así, en 1600 el concejo molinense recibió escrito para que a los moriscos se le meta leguas en Castilla y que sus lugares se pueblen de cristianos viejos. Por estas fechas vi-vían en Molina unos 180 moros y 200 cristianos viejos. Doce años después cuenta la po-blación Juan de Pereda, en 1612: 179 mudéjares y 206 cristianos viejos. Cantidad que nos indica la nula salida de moriscos de la población marquesal. Pues para “Fajardo, los mudéjares mejor integrados serán los de Murcia y Molina, donde habría unas 200 personas, los cuales apenas se podrían distinguir de los cristianos viejos”. El marqués diferenciaba a los moriscos locales de los granadinos.
Y en ello está el conde de Salazar cuando en 1615 escribió al rey sobre el cumplimiento de las expulsiones: “En el reino de Murcia, donde con mayor desvergüenza se han vuelto cuantos moriscos del salieron, por la voluntad con que generalmente los reciben todos los naturales y los encubren los justicias…”
El problema de la adaptación morisca ha sido muy debatido, ya que hasta las mujeres can-taban y danzaban tanto al aire musulmán como castellano y vestían con corpecillo de color y sayas de forraje amarillo, verde y azul. “andando en todo tiempo ligeras y desembarazadas, con poca ropa, casi en camisa, pero muy peinadas las jóvenes, lavadas y limpias.”
Por otro lado, estaba el interés de los señores, cabildos, órdenes religiosas y demás, que deseaban conservar el graneado “servicio” de las gabelas soportadas por los moriscos. No por su trabajo, sino por los gravámenes que pagaban. Motivo por el que los señores los trataban muy bien y no deseaban su exilio.
Sin embargo la opinión pública se encontraba muy dividida entre los que consideraban que se debía dar tiempo a su cristianización y los que proponían expulsarlos. Entre los primeros, los eclesiásticos y claramente definido, el Marqués de los Vélez que llegó a escribir al rey resistiéndose a la expulsión. A lo que contestó Felipe II denegándole conservar los moriscos en sus tierras. Felipe III decreto otra expulsión el 4 de abril de 1609, sobre la salida de herejes, apostatas y traidores, y “usando su clemencia”, no los condenaba a muerte, ni confiscaba sus bienes, con tal que dejasen para siempre las tierras en el término de tres días. No podían llevarse más de lo que pudieran trasportar
El rey escribió en 1611, al Concejo de Murcia encargándoles todo el favor y ayuda y asis-tencia que les pidiera Luis Fajardo, hijo natural del marqués del mismo nombre y apellido, referente a la expulsión de los moriscos de ese reino. Esto permitía al marqués manejar el puerto y a los que iban a embarcar. Sin embargo, aceptó y endureció su comportamiento con los llamados “granadinos” que en su mayoría se dedicaron al bandolerismo terrestre o a la piratería mediterránea.
La expulsión final más fue “una razón de estado” que religiosa. Para 1634 se dio por termi-nada la persecución morisca y se aceptaron los retornos.
Entre ellos estaban muchos de los antepasados molinenses actuales; pues vivieron con dignidad y entrega, su definitiva ubicación en la huerta desde el siglo IX, cuando estable-cieron los riegos, fundando, entre otras cosas, el Heredamiento Regante. Gracias a ellos sobrevive la agricultura municipal, su ordenamiento y riqueza.