POR ANTONIO DE LOS REYES, CRONISTA OFICIAL DE MOLINA DE SEGURA (MURCIA)
No siempre los murcianos hemos sido vistos de una manera favorable. Un valiosísimo libro titulado: “Viaje de extranjeros por el Reino de Murcia” de la profesora, recién jubilada de la Universidad de Murcia, Cristina Torres-Fontes, -hija de don Juan- recoge el comentario del quisquilloso viajero Alexandre Laborde en su: Itineraire descriptifs de l’Espagne, en 1807. Así describe al murciano… “de un color más bien pálido que curtido, y con frecuencia plomizo. Es triste, sombrío, colérico, hipocondríaco, sujeto a enfermedades del hígado. Varias causas pueden contribuir a ello: la falta de ejercicio, la mala alimentación de la cual el pimiento constituye una parte principal; el abuso del agua helada, de la que aún el pueblo es tan aficionado, que en 1791 casi hubo un motín porque faltó nieve un día; el abuso no menos excesivo del sueño, pues el murciano se acuesta temprano y se levanta tarde y todavía duerme otro par de horas después de comer. Abriga además otras preocupaciones respecto a su salud, que pueden facilitar las enfermedades crónicas: jamás se bañará sin bañarse la cabeza, convencido de que sin esta precaución experimentará malas consecuencias, así que considera los medios-baños como perjudiciales.
El abuso de las sangrías es tan general, que se sangra sin necesidad y a veces por capricho. Sin más preocupación, va a casa del cirujano y una vez sangrado, se marcha como si tal cosa: el que no se hace más de diez o doce sangrías al año cree obrar en este punto con consideración. Nada más frecuente que ver al jornalero en su trabajo, al obrero en su oficio, al hombre de mundo en la calle, a las mujeres en su quehacer, a las señoritas en la iglesia, con una mano vendada porque, eso sí, no se sangran más que en la mano, y es dudoso que se encontrara un sangrador capaz de hacer una sangría en el brazo. El murciano está persuadido que deben respetarse las enfermedades crónicas y aun de que es peligroso intentar su curación; los médicos rehúsan tratarlas y suelen decir al enfermo hay que vivir con el enemigo. La sangría es el remedio para todos los males, para el exceso de sueño como para el insomnio”.
Antes dejó escrito: “Las murcianas merecen una excepción; son dulces, afables, gustarían de Ia sociedad, del trato; pero sus maridos apenas les dejan libertad y se hallan siempre dispuestos a criticar sus acciones más inocentes. La música y el baile… apenas tienen atractivo para ellos: no bailan casi nunca, y cantan menos aún”.
Y remata: “El pueblo, cuyo semblante es de ordinario sombrío y triste, es también más huraño y más zafio que el de las provincias vecinas”.
Naturalmente olvida, o desconoce, que en aquellos años, corría por Murcia la fiebre miasmática, amarilla, malaria, paludismo o fiebres intermitentes (terciarias o cuaternarias), causante de ser Murcia la “ciudad quietadora”, que dijo aquél, cuyas raíces endémicas arrancan de los meandros del río en tiempos anteriores a la creación de la huerta. Las consecuencias las describe puntualmente. Las sangrías eran el remedio generalizado a aplicar en el siglo XVIII y XIX.
Menos mal que la localidad de Molina “goza de una ventajosa y alegre posición, junto a un valle regado por el Segura. Está rodeada de considerables plantíos de árboles de todas especies, y de huertas fértiles donde los olivos, granados, limones, naranjos y palmas parecen disputarse el terreno. Sus calles son anchas, rectas y cómodas, y en su territorio hay salinas abundantísimas. Saliendo de Molina, se goza de una vista encde nivuiembreantadora que ofrecen los jardines y hermosa campiña, que le cerca graciosamente por la derecha”.
Y para remate: “No obstante, el reino de Murcia tiene algunos caminos excelentes, como el de Molina a Murcia, que atraviese montañas cortadas y abiertas exprofeso”.
Fuente: Diario LA OPINIÓN. Murcia, 22 de noviembre de 2014