POR FRANCISCO PINILLA CASTRO Y CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA, CRONISTAS OFICIALES DE VILLA DEL RIO (CÓRDOBA)
Ayer, cuando al mediodía salí a dar un paseo, los árboles que crecen dentro de la Plaza de las Tendillas, estaban cargados de naranjas con su color más rabioso y como luminarias encendidas cautivaron mis sentidos. Aquel 28 de enero de 2017 la salida del sol después de una pertinaz lluvia, hizo que las naranjas lucieran radiantes colgadas de los tallos de los árboles, habían quedado limpias, sin polvo y brillantes al sol.
Hoy, he vuelto al mismo lugar donde ayer pasé un momento tan feliz, y no he tenido la suerte de que se repitiera el fenómeno, aunque lucieran con el mismo esplendor que ayer cuando produjeron aquella alegría en mi estado de ánimo.
Ayer, los árboles lucían sus joyas más preciadas (sus naranjas) entre el verdor de las brillantes hojas que componen su magistral vestido, el cual lucían con suma elegancia sobre su recto pedestal.
Ayer vi, cómo, unos niños que paseaban sus madres o abuelas, bordeando en la cuadrada fontana de Las Tendillas la estatua del Gran Capitán, se escaparon de sus manos y fueron a recoger unas naranjas que rodaban en el suelo, y recogidas que fueron por ellos, prestos se las llevaron y se las dieron a sus guardadoras. Seguramente los niños recordaban las naranjas que a ellos les sirven en la mesa en zumo o en gajos.
Hoy, una cuadrilla de mujeres uniformadas con trajes reflectivos y armadas con palos terminados en manoplas con dedos postizos, arañaban las ramas de los árboles arrancándoles las naranjas, las que caían al suelo acompañadas de algunas hojas, y en su caída, muchas de ellas, dañaban las begonias sembradas en las jardineras alrededor de los árboles; y otras mujeres recogían el fruto caído y lo echaban en los sacos vacíos que en montones esperaban su turno para este fin.
Hoy, he observado y adorado a otros niños y niñas pequeños con abrigos y bufandas que, alegres y juguetones, correteaban la plaza y también recogían naranjas, sin que distinguieran en su ignorancia más pura si eran de sabor dulce o agrio, pensé que las recogían porque les ilusionaba la forma redonda como una pelota y el color del fruto.
Estas vivencias y escenario público, se lo llevaban grabado en sus cámaras fotográficas muchos turistas, que en aquél momento cruzaban la Plaza formando un grupo acompañados de su guía, una joven con un impermeable azul claro y un paraguas a tono, que, los paraba para que escucharan la plática que ella les dio, diciéndoles dónde se encontraban y la historia de la ciudad y de los monumentos que encontraban en su itinerario.
Hoy, desde el escalón de entrada al restaurante La Malagueña, teniendo a mi derecha el Boca Paca y a mi izquierda el Gran Bar, observo a la gente cruzándose frente a mí en ambas direcciones y en las terrazas, sentadas las familias con su consumación en las mesas sin preocuparse del variado espectáculo que continuamente se desarrolla frente a ellos ni del cambio de escenario.
Hoy, cuando por la tarde acudan volando los pajaritos cantores a sus moradas; después de una jornada ausentes, dedicada a su ejercicio y trabajo habitual en la búsqueda de insectos y alimentos, las encontrarán distintas, los árboles no estarán adornados con las tradicionales naranjas, y pienso, ¿las reconocerán?. ¿no se encontrarán extraños? ¿no se creerán perdidos? ¿qué pensarán? ¡cómo pasarán la noche! ¿tendrán buenos sueños o pesadillas? De todas esas conjeturas llené mi pensamiento.
Y, hoy como ayer, vuelvo por el mismo lugar a contemplar las bandas de palomas volando en el espacio despejado por delante de los naranjos, cruzando la plaza con sus alegres y monótonos gorjeos, y de pronto, el cambio en su dirección llaman de nuevo mi atención, las veo aterrizar frente a una dama o un caballero, que por sus movimientos de brazos parecen espantarlas, pero ¡quiá!, estos movimientos son para echarles alimentos al vuelo, y por eso ellas (las palomas) que son muy listas y perciben con rapidez las maniobras humanas, suspenden súbitamente su carrera y cerrando sus alas, descienden rápidamente al suelo y se ponen a picotear la comida.
Esos momentos de andadura y cortitos vuelos a ras de suelo, los aprovechan algunas parejas de palomos para hacerse un zureo o arrullo y para beber agua de los surtidores en algún inesperado charco que han encontrado en el pavimento.
Hoy me siento algo menos animado, no es que sea desolador el escenario, también es hermoso contemplar los árboles desprovistos de sus frutos, y que sus copas pobladas de perennes hojas verdes, brillantes después de la lluvia, sean las protagonistas.
Así que, me aconsejo a mí mismo, tener paciencia y esperar un poco, sobre todo sabiendo que en las entrañas de los árboles pronto la sabia comenzará a elaborar una nueva simiente que en forma de florecillas blancas cubrirán sus ramas y en su desarrollo nos regalarán su penetrante y agradable olor a azahar, el cual percibiremos y gozaremos. durante una temporada.
Y después, pronto, antes de que nos demos cuenta podremos disfrutar nuevamente del milagro de la reproducción en los árboles, de nuevo gozaremos al contemplar cómo de esa flor blanca, nacerá el fruto (la naranja) redondito y verde, y va creciendo en tamaño y cuando adquiere su forma y gordura, inicia el cambio al color que hoy añoramos, porque han desaparecido las naranjas de nuestra vista unidas a las verdes ramas.
– A quien este artículo leyere,
– le solicito que con fe y esperanza espere,
– porque en la naturaleza nada se pierde,
– sólo se transforma o renueva,
– y en este caso concreto,
– volverán de nuevo las flores a brotar,
– los pájaros a cantar
– las naranjas a brillar
– y los niños a jugar.
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