LOS OLORES QUE PERCIBÍA EN MI INFANCIA
Abr 18 2020

POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO SANCHEZ CASTRO, CRONISTAS OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CORDOBA)

Despierta mi interés por escribir sobre los “olores”, la perfumería Aromas, situada en la esquina Claudio Marcelo frente al Instituto Góngora, con fachada a Las Tendillas, en Córdoba, donde intentan mezclarse en el aire multitud de olores aunque todos los perfumes estén envasados y etiquetados. No ocurría así en la tienda Hoyos que hubo en la acera de enfrente, a la derecha de la puerta de entrada al Instituto, donde las colonias y los perfumes las vendían a granel y las vaciaban desde la garrafa al bote de cristal del cliente, a través de un embudo, sobre un mostrador de madera. Allí si que se liberaban los olores y se formaba una verdadera mezcla.

En esa época hubo en Villa del Río una perfumería en la casa número 20 de la calle Pablo Picasso, regentada por una señora menuda, muy pintada de ojos, labios y cara (la nombraban La Madrileña) donde se vendía, también a granel, colonia de rosas, de jazmín, y brillantina, con lo que cubría las necesidades de perfumes de las familias villarrenses.

Desde muy temprano ya estaba esta señora arreglada, perfumada y muy a punto para atender con amabilidad a la clientela, con su perfecto acento castellano-castizo que contrastaba con nuestro gracejo andaluz.

A la memoria me vienen ahora, otros muchos recuerdos de olores que percibí y me acompañaron en mi niñez por el pueblo y que ahora en mi madurez quieren aflorar y darse a conocer, como recordándome que ellos estuvieron presentes en Villa del Río y que son parte de su historia, al menos desde los años 1940 a 1949.

Junto a mi casa, en la calle San Roque núm. 24, frente al Convento de las Religiosas Franciscanas, que hace esquina a la entonces calle General Moscardó y hoy Antonio Machado, eran nuestros vecinos Antonio Córdoba González con su familia, de profesión panadero. Las paredes medianeras entre ambas casas eran muy bajas, y en la panadería, donde se calentaba el horno con leña de olivo, muy temprano a diario se cocía el pan, magdalenas, pestiños y tortas. El olor que estos productos despedían traspasaban los límites linderos, y cuando amanecía mi patio se llenaba de fragancia pastelera que aumentaba en las vísperas de fiesta cuando las vecinas acudían a hacer toda clase de dulces caseros, y entonces se formaba un olor tan rico y espeso de la mezcla de la cáscara de limón, canela, matalauva, hinojo, anís, aceite, azúcar, leche, pimienta, piñones, etc. que con las necesidades que había, masticabas hasta el aire.

Joaquina Fernández Polo le contaba a su amiga Estrella Córdoba Rosauro, que por las mañanas abría las puertas de su patio, para perfumar de estos “dulces olores” su casa. Este mismo olor se formaba en las puertas de otros panaderos como Tolico Rubio en la calle Nueva, Pepe Pérez en la calle san Roque, Torrero en la calle Estrella, Nicanor en la Colonia, etc.

Ayer sin ir más lejos fui a comprar magdalenas. Naturalmente lo hice en un supermercado, y las magdalenas vienen protegidas con una bolsita de plástico y cinco juntas dentro de otra bolsa de plástico más grande. ¿Por dónde sale la fragancia al exterior?, me preguntaba, no puede, va prisionera.

El pasado fueron tiempos en que el aire delataba casi todo lo que se cocía en las casas y, lo mismo que se propagaba el humo de una candela de ramón por las chimeneas, igual ocurría con un chisme familiar, las noticias estaban escritas en los olores y se movían en el aire.

Olían las calles a almendras tostadas que pregonaba el vendedor ambulante, y a pipas, chorchos y arrezú los puestos de chucherías de Torres y Clarito en la Plaza. A melón mauro los portales de las casas de Gregorio Matías en la calle Caballeros, el Loperano en la General Moscardó, etc. donde se exponían montones en forma piramidal para la venta o cuando pasaba un hombre tirando de un borrico con dos serones o angarillas cargados de melones y sandías pregonando su venta.

Olían a aceitunas aliñadas con ajos, tomillo, laurel, hinojos, orégano, sal y naranjas agrias las casas, por la fiesta de Todos los Santos, y a aceitunas verdes los puestos de verdeo en la Plaza. Del orujo, alpechín y aceite salía el olor a la calle de los Molinos de las almazaras de Juan y Matilde Borrego, y de Estrella Arroyo Prats; en la calle Lopera de la de Mauricio y Andrés García López; en la calle Estrella de la de Miguel Alvear; de la de Espinosa de los Monteros en la calle Ramón y Cajal, y en el extrarradio de las de Oleum S.A., Mazola S.A. y Rodríguez Hermanos.

Se olía a aguardiente y a embriagadores vinos manchegos y montillanos al pasar por las tabernas de Tomás Muñoz, o Barchino, y en la de Antonio Pinilla Sánchez, mezclados con los de las tapas de asadura, de chivo y a zorzales fritos, … a selecto café al pasar por el casino de los señores, o por las puertas de los establecimientos de Cazorla, frente a la Iglesia y Celestino García en la Plaza.

Las matanzas tenían un llamamiento especial. En casa de los carniceros Sebastián García, Sebastián Montes y de Pedro Rodríguez, los cerdos gruñían fuerte al amanecer defendiendo su vida, oyéndose desde muy lejos, y después con su carne aún caliente se hacían unas frituras con sabor y olor característico; y con la carne cortada a trozos y picada, mezclada con los aliños, de cebolla, perejil, cominos, pimentón, sal, ajos, etc. se hacen unos exquisitos chorizos y morcillas con olor y sabor al paladar inconfundibles.

Olían y se sentían por las calles las piaras de cochinos que iban formando por las mañanas los porqueros para llevarlos al campo y por la tarde-noche cuando al regreso se le escapaban y no podían controlarlos, pues cada cerdo conocía su casa y en desbandada se dirigían gruñendo a ella.

Olían las cuadras a paja, cereales y a estiércol, que las gallinas picoteaban buscando semillas en los excrementos y de las que salía el cacareo después de la puesta de huevos. Y olían las bestias, mulos, yeguas y burros, cuando los muleros las sacaban para la faena al campo o a beber agua en el río.

Y olían las calles a cabras y ovejas, cuando las pasaban en piara los cabreros y guardas y cuando algún pastor se acercaba con su piara a la Colonia desviándose de la Vía Pecuaria y pregonaba la leche barata. Y olía la leche de cabra cuando las mozas y niños íbamos con una lechera a casa del cabrero Frasquito Carpio (Tunela), y lo mismo ocurría en la cabreriza de Juan Marchal, en la calle Nueva, donde por las tardes, recién venidas las cabras del campo, los hijos del cabrero las ordeñaban con maestría, extrayéndoles la leche con fuerza formando sus chorros espuma en un cubo.

Olía a cocido con carne y tocino en las cocinas a la caída de la tarde, en las que se preparaba la comida para los jornaleros que volvían de trabajar en los campos sudados y cansados.

Olía a rosas, celindas, manzanilla y hierba fresca en las Cruces de Mayo que se instalaban en las casas. A claveles, rosas y nardos en la Iglesia Parroquial y en las Ermitas en las fiestas religiosas y en las celebraciones de bodas y bautizos, y a incienso por las calles en los acompañamientos de Viático.

A la calle salían desde los patios de las casas sin cancela, las noches de primavera y verano con brisa ligera, unos olores de jazmín, hierbabuena y dompedros que recreaban los paseos y visitas del vecindario.

Aire limpio, cargado de fugaces olores, era el paseante de espacios solitarios. Aires que lo contaban todo, que lo transmitían todo: la plantación interior; cuando la gata paría o maullaba, cuando el perro ladraba, cuando el lechón se escapaba en la casa y todos corrían tras él. Todo tenía su olor, y en las casas estaba dividido por zonas; la cocina exhalaba los olores culinarios propios; las habitaciones fregadas y arregladas, el atractivo de su utilidad; el patio regado su olor a tierra mojada, etc. También en las casas recién encaladas la cal jugaba un papel importante, las paredes recién blanqueadas desprendían su característico olor a cal viva.

Ha transcurrido medio siglo y parece como si un furibundo huracán se hubiera llevado el perfume de los cuerpos, hoy día, el aire del pueblo ya no transmite como antaño, las noticias de sus olores. El progreso nos ha traído los motores, los coches y las motos, y con ellos sus olores a gases y ruidos que se han apoderado del espacio.

¡Cuánta nostalgia! Y qué rico el olor que nos regalaban por entonces los dulces caseros en las fiestas de Pascua de Navidad y Año Nuevo.

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