LA TRIBUNA DE EDUARDO JUAREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DE SAN ILDEFONSO DE LA GRANJA (SEGOVIA). EL ADELANTADO
Hace algunos días, perdido entre los legajos ya menos polvorientos del Archivo Histórico Municipal del Real Sitio, caí en la cuenta de que aquello no registrado en este Paraíso no ha podido existir en este santo país.
Habiendo tenido golpes de Estado, guerras varias y represiones cainitas destructoras de la sociedad; carlistas desahuciados, socialistas echados al monte y anarquistas desaparecidos entre el humo de mil batallas; saqueo continuado de los recursos naturales, humanos y expolio generalizado del patrimonio; alcaldes opresores y extranjeros, sometidos al asalto de la población e incluso capaces de cerrar el ayuntamiento; lo último que me quedaba por ver era el caso de los opositores absentistas.
Resulta que, en los años de la atribulada Segunda República Española, se convirtió en norma de la oposición local a la alcaldía el no presentarse en los plenos como forma articulada de protesta. Los primeros en inaugurar el ciclo de absentismo, allá por 1934, fueron los concejales representantes de los partidos políticos progresistas. Liderados por Demetrio Hoyos, cabeza de UGT en el municipio y la Diputación de Segovia, decidieron no acudir sistemáticamente a los plenos municipales para impedir las mayorías cualificadas que aprobaran las decisiones allí tomadas.
En la treta participaban Aquilino Gómez, concejal de Izquierda Republicana, y los socialistas Luis de Miguel, José López Peña, Alfredo Heras González y el citado Demetrio Hoyos. Como nunca había más de cuatro concejales presentes, la gestión de lo público en este municipio, perdido el nombre de Real Sitio desde 1931, resultaba imposible. La fracasada huelga revolucionaria de ese mismo otoño dio al traste con las políticas absentistas de la oposición municipal de San Ildefonso al ser destituidos de forma irregular la mayoría de los munícipes revoltosos, sustituidos a pelo por el gobernador civil sin elección previa alguna.
No obstante, pasados los años del llamado Bienio Negro, la pluralidad volvió al municipio con las elecciones de febrero de 1936. La mayoría progresista pudo investir como alcalde a Aquilino Gómez, militante del partido liderado por Manuel Azaña. Y, como ya estarán intuyendo, fue constituirse el primero de los plenos y retomar la oposición la práctica del absentismo, siendo protagonizada en aquella ocasión por los concejales conservadores, agrarios, monárquicos y católicos.
Dirigidos por Cándido Robledano, alcalde saliente que había soportado los plenos vergonzosos de 1934, hasta cinco concejales siguieron la imaginativa práctica bloqueadora de cualquier actividad municipal. Al referido antiguo alcalde se le sumaban Pablo Velasco, médico y representante de la formación católica Acción Popular, dimisionario en el primer pleno; Juan Martín y Victoriano Lozano, voces del Partido Radical en este Paraíso; y Tomás García Benito, independiente que dependía de lo que dijera la CEDA en Segovia.
A ellos, para añadir más énfasis al bloqueo institucional se sumaban Demetrio Hoyos, quien, tras haber cumplido con casi dos años de privación de la libertad por los sucesos de octubre de 1934, había sido proclamado presidente de la Diputación de Segovia, y José López Peña, militante de UGT, enfermo desde el inicio de aquella fracturada y remitente legislatura. El caso fue que, entre unos y otros, sólo asistieron a todos los plenos convocados hasta el inicio de la guerra el alcalde, Aquilino Gómez, y Luis de Miguel, concejal de UGT, algo más del 15% de la representación otorgada por los vecinos de aquel atormentado municipio, próximo a una catarsis monumental que habría de llevar esta balsa de piedra que diría Saramago por rumbos miserables durante más de cuatro interminables décadas.
Y ha sido en estos días de gobiernos nacionales y regionales acogotados por la locura pandémica, muchas veces pilotada la balsa por insensatos carentes de visión periférica, que me he imaginado sentado en otro pleno, esta vez nacional, rodeado de representantes absentistas, todos opositando al sentido común que debe primar en el gobierno de una sociedad. Bloqueada cualquier acción de gobierno, de ejercicio de la democracia, de la decencia, los líderes españoles, asumiendo como aquellos concejales de este Real Sitio que su razón está por encima del bien común, han venido a rememorar una práctica indecente, propia de quienes han colado el beneficio personal y oligárquico en el significado de Democracia, muy por encima de la supervivencia de esta que tanto dicen defender y tan poco se esfuerzan por preservar.
La obcecación por el bloqueo de aquel municipio republicano convino en cientos de vecinos sin empleo presos del revanchismo, perdida la esperanza de estabilizar las familias que hicieran perdurar esta comunidad. Los absentistas actuales nos llenan los cementerios de compatriotas, cuyo deceso estadístico puntualmente se arrojan a la cara y dinamitan la convivencia entre corruptelas consumidoras de lo público y nacionalismos cancerígenos para una sociedad que no aguanta ni una ínfula más.
Quizás ha llegado el momento, queridos lectores, de que seamos nosotros, los pacientes y abnegados españoles, quienes debamos ausentarnos indefinidamente bloqueando todo este guirigay que, en definitiva, nos avoca a la pérdida de la verdadera democracia, único futuro sobre el que sustentar nuestro presente.