El primer acto será una misa de acción de gracias que se celebrará este próximo jueves en la parroquia de Santa María la Blanca, donde el misionero franciscano, que llegó a obispo de Mérida y Maracaibo, en Venezuela, fue bautizado pocos días después de haber nacido en este pueblo del Bajo Guadalquivir hace ahora 300 años: el 23 de junio de 1722. El objetivo de la comisión es organizar otros actos culturales en lo que queda de año.
Los padres de Juan Ramos de Lora eran agricultores acomodados que pudieron permitirse que su hijo estudiara en el convento sevillano de San Antonio de Padua y que profesara en la Orden de San Francisco, antes de ordenarse sacerdote en 1746. Tres años después marchó como misionero a México, donde permaneció 16 años conviviendo con los indios panes, y luego en la Baja California, hasta que fue designado obispo de la recién creada diócesis de Mérida, en Venezuela.
Allí, sobre las ruinas del desocupado convento de Padres Franciscanos, creó un seminario que no tardó en albergar a medio centenar de estudiantes. Sin embargo, a Ramos de Lora se le ocurrió la idea de levantar un edificio propio y solicitó autorización al mismísimo Carlos IV. El rey ilustrado aprobó la solicitud el mismo año de la Revolución Francesa: el 20 de marzo de 1789, y el seminario fue bautizado con el nombre de San Buenaventura. El palaciego Ramos de Lora, después de conseguir una cantidad ingente de libros para su biblioteca, pidió incluso que las clases de Teología, Derecho Canónico Real y otras materias impartidas tuviesen el mismo valor que las universitarias, y de hecho el seminario fue la semilla de la posterior Universidad de los Andes, la segunda más importante de Venezuela después de la de Caracas, la actual Universidad Central. El autor seguido para las clases de Latín y gramática fue Elio Antonio de Nebrija, de quien la vecina localidad de Lebrija celebra precisamente este año el V Centenario de su muerte.
Señalaba Panera en aquel estudio publicado en 2003 que el obispo nacido en Los Palacios (más de un siglo antes de que se uniera con Villafranca) “fue enterrado humildemente, conforme había vivido y como había sido su voluntad” y que los palaciegos habían de reconocerlo como “impulsor de nuevas corrientes de pensamiento que acercaron a los venezolanos en general y a los emeritenses en particular, a finales de la Centuria de las Luces, a cotas de progreso y modernidad insospechadas pocos años antes”. Las estatuas dedicadas a Juan Ramos de Lora abundan todavía hoy en el entorno universitario de la ciudad venezolana.