POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El origen de la palmera datilera es muy remoto. Ya, en el año 291 antes de Cristo, el semidios Esculapio sanaba a sus enfermos con savia de las palmeras en las que, previamente, había estado enroscada una serpiente. De ahí el distintivo de médicos y farmacéuticos. Con anterioridad, los dátiles, fueron usados por los habitantes de Babilonia y Mesopotamia, unos 4000 años antes de Cristo. Los caldeos utilizaban los dátiles para hacer vino y otros alcoholes. Los huesos servían para hacer combustible. Las hojas de las palmeras para tejer vestidos y, mezcladas con barro, para fabricar sus propias casas (se han encontrado inscripciones en tablillas de yacimientos arqueológicos) Los caldeos consideraban a la palmera como “el árbol de la vida” y, el dátil como “el fruto de la vida” La palabra “dátil es de origen griego y significa dedo”.
Existen más de 300 variedades de dátiles. Una palmera suele dar entre 75 y 125 kilos de dátiles, en cada cosecha. Se comen naturales, maduros o secos, en la propia palmera, confitados en su propio azúcar y madurados al vinagre. Los bereberes y tuaregs, les llaman “pan del desierto” Tienen gran fama los dátiles tunecinos y los del corredor del Mediterráneo europeo. En Elche tenemos un gran palmeral, considerado como “Reserva de la Humanidad”. Se supone que fueron importados por los árabes a la península ibérica. Unos historiadores ubican su origen en Egipto, otros en Túnez e, incluso, algunos, en España. Lo que si es cierto que, es un árbol que se cultiva en las riberas del Mediterráneo, con predilección en el norte de África, seguida de España y toda la franja europea en las costas del Mediterráneo.
De las palmeras se cosechan los dátiles, preciado alimento, de gran valor calórico, al ser muy rico en azúcares. Sus propiedades curativas y afrodisíacas le han hecho imprescindible, su uso, a todos los sanadores, desde tiempo inmemorial. Los Emperadores romanos reclamaban de egipcios y griegos que enviaran, en sus galeones, dátiles y savia, de palmera, para uso del personal de palacio.
Forman parte de la comida básica de las tribus nómadas, que habitan en los desiertos árabes, de ahí que los bereberes y tauregs lo utilicen como alimento durante la travesía.
Los dátiles son de color amarillo pardo que se van oscureciendo conforme maduran. Tienen una película tenue, que los envuelve, y su pulpa va desde el color blanco hasta el beige oscuro, de consistencia más o menos blanda, siendo la blanda la más dulce y sabrosa.
Los árabes dicen que los dátiles tienen tantos usos como días tiene el año, incluidos los viernes; su día sagrado.
La riqueza alimentaria y medicinal, de los dátiles es manifiesta. 100 gramos de dátiles equivalen a 75 gramos de azúcar, que contienen 285 calorías. Son ricos en vitaminas y minerales; como hierro, calcio, sodio, magnesio y potasio. Las palmeras datileras pueden sangrarse y extraer su rica y dulce savia: principios activos para la fermentación del vino de dátil. Sus semillas—los huesos—trituradas y tostadas, pueden ser sustitutas del café. El jarabe de dátil, con un 70% de azúcar, es buen sustituto de la miel. Tienen fama de afrodisíacos y mejora la memoria. Es un buen tónico nervioso y muscular. Es usado durante el embarazo y la lactancia.
En cocina es muy usado, tanto en repostería como en pastelería. Son de gran valor nutritivo si se fríen enrollados en bacon, o con piel de calabacín, o rellenos con mezcla de queso azul y almendra picada. También se consigue una excelente compota, hirviéndolos con vino blanco y una ramita de canela.
En Ulea, desde el siglo XVII, ha habido grandes palmeros, que conocían, a la perfección las propiedades de los dátiles, el uso de la savia como medicamento y para hacer vino, y la comercialización de las palmas, para desfiles procesionales y otros eventos festivos.
En Ulea, al ser un trabajo muy penoso y poco retributivo, poco a poco, lo han ido abandonando. Siguieron la tradición de sus antepasados, las familias España, Miñano y Bermejo. A partir del año 1920, siguieron, como verdaderos “héroes del aire”- así llamados porque siempre estaban colgados de las palmeras–, Antonio Miñano Ruíz “el Menuo”, Carlos España Abenza “el Cascos” y Francisco Bermejo Miñano “el Chispa”. Aunque alternaban con otras actividades agrícolas, esa fue la profesión durante toda su vida, en la que se veían implicadas sus mujeres—y algunos hijos-, tales como Adelina Palazón Yepes, mujer del” menúo”; Bienvenida López Martínez, mujer de “Carlos de cascos”; y Elena López Salinas, mujer del “chispa”.
La ayuda, de esas tres mujeres abnegadas, consistía en atender las labores de su casa y, después, en el mantenimiento de los aperos de trabajo, llevarles la comida al pie de las palmeras, madurar los dátiles con el “baño en vinagre” y, sobre todo, en la comercialización, tanto en casa como en tiendas y mercados. Ellas, sin lugar a dudas, eran más negociantes que sus maridos. Los tres eran conscientes de que “defendían el género”, mucho mejor que ellos.
Los tres sufrieron serios percances laborales, debido a la rotura de la cincha que les sostenía, o al resbalar los pies al apoyarlos sobre el tronco de la palmera y caer al suelo. Afortunadamente no se encontraban a mucha altura y sus percances no tuvieron mayores consecuencias.
Conocí a los tres—más al chispa y “Carlos de cascos”—y me contaban anécdotas variopintas: Antonio, “el menúo”, cuando acompañé a mi padre a visitarle, tras una caída que le dejó maltrecho durante bastante tiempo; me contó que una vez pasó mucho miedo cuando estaba subido en una palmera muy vieja, alta y torcida y se desató una gran ventisca. Me balanceaba como si fuera un monigote y temí que se partiera y me tirara al suelo. Pasé mucho miedo, nos decía. Menos mal que esa tarde bajó Adelina, mi mujer, y me sentí acompañado, aunque no hacía nada más que chillar y regañarme, ya que no quería que me subiera, porque ya hacía aire. Tuve el inconveniente de que en vez de amainar, arreció.
Paco, “el chispa”, siempre estaba de chirigotas; siempre de buen humor. A su lado, no existían las penas. Contaba con la inestimable compañía – y ayuda—de su hijo Carmelo que, aunque ya mayor, aun sigue en el mundo de las palmeras.
Carlos era un personaje singular. Alternaba el oficio de palmero, con el de escardador de naranjos y limoneros. Digo que era singular, porque, en los descansos, en vez de fumar, “se ponía a leer la Biblia”. Al ser el escardador habitual, de nuestra huerta, y ser familia—Bienvenida y mi padre eran primos hermanos-, me recitaba pasajes de la Biblia, casi de carrerilla, con una entonación solemne, casi ceremonial. Era consciente de que, como estudiante de bachillerato, podía entenderle y entrar en coloquio. Así ocurría en muchas ocasiones y, a veces, durante la escarda seguíamos dialogando. Pues bien, ese ritual bíblico, también lo efectuaba al pie de las palmeras, durante el descanso. Una frase repetía con frecuencia: “ora y labora” –reza, o lee, y trabaja. Gran hombre nuestro querido Carlos; grandes los tres.
En reuniones informales, a veces a pie de obra—tronco de palmera-, comentaban la dureza del trabajo, para poder sacar un salario aceptable. Comenzamos con la limpieza de las palmeras, alrededor del mes, después de cortar las piñas de dátiles. Tenemos que cuidar, también, las palmeras macho, con el fin de que estén sanas y puedan polinizar, con garantías, a las palmeras datileras. En plantaciones selectivas se plantan de forma alternativa a razón de cuatro por uno, con el fin de que se macheen solas, ya que una ligera brisa es capaz de fecundarlas. Cuando la plantación es rala y asimétrica—como ocurre en Ulea y su comarca, tenemos que machearlas una por una, subiéndonos hasta donde están los racimos. A veces, si hay muchos racimos, tenemos que aclararlos ya que si no lo hacemos, los dátiles serán de peor calidad y no tendrán aceptación en el mercado.
Como la plantación no es homogénea, tenemos que ir de una finca a otra, con el permiso de sus dueños, con los que arrendamos el usufructo de las palmeras (dátiles y palmas), con un tanto por ciento de la producción o, a un tanto estimativo. A veces nos las regalan con tal de que las tengamos limpias. Generalmente les obsequiamos con una o dos piñas de dátiles y todos tan contentos. Cuando llega el otoño tenemos que subir al cogollo de las palmeras, para sujetar los racimos ya que al estar tan altas, si tienen mucho peso, el aire puede quebrarlas, acabando por secarse al no recibir la savia del árbol. No es extraño que tengamos que ponerles unas bolsas, o sacos, para evitar que los pájaros y las ratas, se los coman, al comenzar a madurar.
Desde el 15 de noviembre, hasta el final de diciembre, se comienza la recolección y aquí si necesitamos ayuda, en el suelo, ya que con el hacha, una vez sujeta la piña, cortamos el tronco de la misma, y la hacemos descender hasta el suelo, con suavidad. Allí la recoge nuestra ayudante—que casi siempre es nuestra mujer, o alguno de nuestros hijos. Tras soltarla volvemos a subir los ganchos y proseguimos la faena. Así sucesivamente, con una y otra palmera.
Si las piñas de dátiles, están verdes, o poco maduros, procedemos a meterlos en vinagre durante una hora, para que se caramelicen. Antes de colgar el racimo, para que se seque, hay que preservarlos del polvo. En el mercado los vendemos en vasijas distintas ya que los dátiles madurados artificialmente, por medio del vinagre, duran menos tiempo que los que han madurado al natural. Uno de los más cotizados es el llamado “Salomón” y el “Rayo de Sol”, secados en un túnel caliente, con el fin de concentrar la pulpa y el azúcar.
En los tres palmeros observé, en los últimos años, una gran desazón. Carlos, que hacía de portavoz, decía: el trabajo es muy duro y apenas es rentable; los mayoristas se inclinan por los dátiles de otros lugares, con los que no podemos competir y no tenemos, en la familia, quien nos suceda en el oficio. Sí, cuatro generaciones de palmeros, están a punto de extinguirse, En este momento levanta la voz Carmelo, el hijo de Paco “el chispa”, y dice: yo seguiré, mientras pueda, en el oficio. En este momento, tanto “el chispa” como Carlos, esbozaron una ligera sonrisa de alivio.
Efectivamente, Carmelo, continuó en el trabajo—y aún sigue, aunque no con los dátiles, que los dejan, en plan silvestre, para los pájaros, sino con la industrialización de las palmas. Algunas veces, hablando con él, me dice que cada vez tiene menos mercado. Surte, mediante contrata, a varios Ayuntamientos y bastantes cofradías y particulares, pero su elaboración precisa mucha dedicación y no tiene quien le ayude. Ya me siento, me dice, mayor y enfermo y no se si podré continuar mucho tiempo. Las empresas de Elche están copando todos los mercados y los pocos que quedamos en los pueblos, estamos a punto de colgar las herramientas.
Carmelo “el chispa”, el único palmero que queda en Ulea, me dice que está a punto de dejarlo pero como experto, le pido que me explique el proceso de elaboración de las palmas, para que os lo transmita, accediendo a mi petición sin poner ningún reparo. Me comenta lo que sigue:
Preparo “palmas, palmones y palmitos”—Para niños y mayores—que son utilizadas en las procesiones de Domingo de Ramos, que datan desde finales del siglo XIV; como ornamento, en casas particulares—las que menos- y otras manifestaciones festivas.
La calidad de la palma, depende del tratamiento que se le de a la palma y de las variantes climáticas. Entrañan un gran valor sentimental y tradicional; sobre todo, la palma blanca. Es una verdadera actividad artesanal que, el palmero Carmelo—y anteriormente su padre, su tío y Carlos—cuida con esmero.
Para la obtención de la palma blanca, se hace un encaperuzado que evita la incidencia de los fuertes rayos solares. Al no realizarse la función clorofílica, pierde su color verdoso hasta transformarse en un color blanco amarillento.
Existen varias clases de palmas: en primer lugar las RIZADAS, usadas por los niños pequeños. Pueden ir con una o varias figuras y el tiempo empleado en su confección, es de una hora por cada figura. En segundo lugar está LA PALMITA DE SOLAPA, que es un bonito complemento para los mayores que llevan su palma tradicional en la mano.
En la elaboración de los dibujos trenzados artesanales, de las palmas blancas, se emplean muchas mujeres, generalmente mayores, que llevan en el oficio, desde pequeñas; heredándolo de sus madres y abuelas. Por mi parte te diré, Joaquín, que las elaboro, prácticamente, solo, a lo largo de todo el año y, de él, he vivido y vivo.