LOS PASOS PERDIDOS
Ene 09 2022

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).

Venta de los Mosquitos

Es la justicia la más imperfecta de las imperfecciones humanas. Justa con el injusto, despechada con el honrado, este intento de divinizar la conducta ha conformado la vertebración de unas sociedades muy poco proclives a su impartición apropiada. A lo largo del devenir histórico, la humanidad ha tratado de encontrar un espacio donde ésta, justa justicia justiciera, pudiera coexistir con la condición humana ajena a los desvaríos de unas comunidades que siempre han tratado de acomodar ese viejo ideal platónico a los intereses del grupo social que en ese momento estrujara los intersticios del poder. Elevada a los altares por los creyentes de la justicia divina, capaces de asumir la existencia de un dios justiciero y amante al unísono como si algo así fuera posible; encapsulada por los conservadores que ven en su dominio la esencia del inmovilismo inveterado en el que se mueve el que para nada quiere el cambio sin saber que es en el movimiento donde más cerca se está de ella; esgrimida por la revolución como motor de una metamorfosis irrefrenable que ha de llevarse todo por delante sin preocuparse de las consecuencias singulares; este arcano, digo, anhelado por todos, divina providencia del desdichado y martillo pilón del privilegiado, ha brillado generalmente por su ausencia, siendo el talón de Aquiles de una democracia que carece de la garantía precisa para su afianzamiento. Educados en cualquier cosa menos en la justicia social, los habitantes de este mundo penamos entre deseos inconclusos de una divinidad ciega, estulta, torpe y trabada por cuantos se encuentra a su paso.

Y, aunque siempre ha sido así, esto es, un remedo lamentable e imperfecto de acomodar las relaciones humanas a una convivencia pacífica y aprovechable, la justicia ha tenido por momentos destellos de posibilidad que han acercado su farragosa verdad a las oraciones de los agraviados. En los largos años del Medievo aún inconclusos, existían determinados casos de injusticia que escapaban a la manipulación de los grupos, naciones, estamentos o, como más gusta a este humilde Cronista, brazos de aquellas sociedades. Esos casos infamantes, inherentes a una maldad incomparable, precisaron de las Cortes de Zamora de 1274 para su estudio y del monarca para su resolución y sentencia. Discutidos y debatidos por aquellos brazos reunidos en cortes, acabaron por ser nueve supuestos de absoluta ignominia y merecedores de la justicia más fulminante por parte del monarca, juez supremo de aquella sociedad en ciernes. Las infamias fueron definidas como muerte segura, mujer forzada, tregua, salvoconducto y camino seguro quebrantado, traición, aleve, rapto y casa quemada o destruida, siendo juzgadas en corte suprema por el rey que correspondiera, siempre en la severidad de una justicia que, al menos en alguno de esos acasos, trató de liberar un ojo de la tradicional ceguera con que se ha venido comportando desde aquel entonces.

Para nuestra desgracia, la mayoría de esos supuestos crímenes execrables supremos han ido cayendo en el olvido de la sociedad encerrada en un progreso geométrico incapaz de volver la vista atrás ni un solo instante. Los crímenes de traición se han ido dulcificando hasta convertirse en chascarrillo anacrónico en el reclamo, del mismo modo que los quebrantos, sea su condición la que fuere. Afortunadamente se ha conseguido legislar para proteger a la mujer de cualquier tipo de fuerza abusadora muy a pesar de aquellos que siguen leyendo riepto y forçadura donde deberían entender protección, respeto e igualdad.

Ahora bien, en el caso de la casa quemada o destruida, la cuestión se ha tornado laxa e interpretable. Ya nadie parece proteger la seguridad del hogar como derecho primigenio y la casa por sí misma no es más que un montón de escombro destinado a caer más pronto que tarde en beneficio de cualquiera que sea la opinión del funcionario de turno. Así se ha de entender lo experimentado por todas las casas que poblaron este Paraíso alojando a carreteros, guardas del bosque y pinares, oficiales del montazgo, vigilantes de ríos, arroyuelos y escorrentías, venteros, séquitos y viajeros de todo pelaje. Aquellas casas, hospitales y albergues, desde el primero que ordenara construir Doña Anderaço junto a la majada de Muñoveros en 1175, hasta las casas del puente del Niño donde vivieron generaciones de guardas de los montes de Valsaín, una plétora de serranos, pastores y gabarreros, savia que alimentó ocho siglos el poblamiento de este idílico valle, ha vivido entre robles y rebollos, jaras, estepas y retamas un caminar ensordecido por este triste devenir. Ya fuera en la venta de los mosquitos al arrullo de la conjunción del Telégrafo y el Minguete, las casetas de Navalpinganillo camino del Batán de Vargas, las casas de Cabeza Gatos más allá de las praderas de Navalrrey, los casetones que levantaron los carreteros en los corrales del Pasadizo que lleva al vado de Oquendo de cristalino crepitar de aguas prístinas y bendecidas por un eón de felicidad; en el lujoso albergue real de la Fuenfría a la sombra del Montón de Trigo o en la humilde casa de la Pesca al abrigo de los berciales que conducen a la venta vieja; todo ello ha quedado destruido, arrasado y perdido como la casa que construyera el gran Federico Cantero Villamil sobre el salto del Olvido dejando a la desmemoria de una administración desalmada el recuerdo de un millón de pasos dados entre vericueto y arrastradero, camino y vereda, quebrada y collado por todas aquellas, aquellos habitantes del monte condenados a penar por un rumor robado al bosque.

De todo lo citado aún resisten las casas del puente del Niño y del Robledo, aunque me temo de su inexorable destino entre cascote y arenal, constitutivo de la ruina en que todo lo humano que habitó este bosque ha terminado por encontrar. Perdidos todos los recursos, ejecutados los derribos por absurda e injusta burocracia, uno se pregunta qué será de todos aquellos pasos perdidos dados por los que nos antecedieron, de toda esa sabiduría comprimida entre cuatro paredes ya destripadas sobre un pinar que todo lo engulle, si la justicia, ya sea divina o terrenal, conservadora o revolucionaria, cortesana o popular, hace tiempo que perdió la rectitud consumida por el fragor detestable de una política insaciable.

FUENTE: https://www.eladelantado.com/opinion/tribuna/los-pasos-perdidos/?fbclid=IwAR1KuylO9XOEw0eDHuudPxaDgxzxVPSoE8iAGpe4itPdcCJPAaBUC1_eMn8

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