POR ÁNGEL DEL RÍO LÓPEZ, CRONISTA OFICIAL DE GETAFE Y MADRID CAPITAL.
Una epidemia de cordura se ha cebado con los antivacunas, que están acudiendo en masa a vacunarse. Este podría ser el bonito y esperanzador titular de una noticia que puede parecer insólita. Pero no. Aunque sea cierto que están acudiendo en masa a vacunarse, no se trata de una conversión a la ciencia y la razón, sino de hacer de la necesidad un instrumento en contra de su coherencia.
A estos negacionistas, como a la mayoría de los seres humanos, se les despierta en estas fechas navideñas el sentimiento de rebaño, las ganas de reagruparse en familia, amigos, compañeros o tribus, para citarse a comer, cenar o tomar unas copas; para reunirse en bares, restaurantes, salas de fiestas, discotecas y otros lugares de ocio. Sin por ellos fuera, seguirían siendo objetores a la vacunación, pero resulta que ahora se ha hecho obligatorio enseñar el certificado de vacunación contra el covid, para acceder a estos locales y disfrutar del ocio en grupo. Y no tienen más remedio que vacunarse. No lo hacen por estar más protegidos ellos y los demás, sino para poder divertirse. Se renuncia a la coherencia en aras del disfrute del ocio. No entienden la vacunación como un acto de responsabilidad cívica, sino como un imperativo para compartir la diversión.
A Groucho Marx se le atribuye la frase de: «Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros». Y les viene al pelo a los antivacunas conversos.