LOS SÁBADOS, A LA PLAZA
Mar 24 2015

POR LEOCADIO REDONDO ESPINA, CRONISTA OFICIAL DE NAVA (ASTURIAS)

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Hace algún tiempo me referí en estas mismas páginas a la costumbre que conservaban ciertas personas de Nava y su entorno de reunirse los sábados en las inmediaciones de la plaza, hábito que, de alguna manera, constituye la continuación de una línea que comenzó, seguramente, con los días ya lejanos en los que los paisanos se congregaban, el mismo día, en torno al mercado de ganado semanal, de tradición centenaria, que tenía lugar en esta villa.

Pues bien, desde entonces acá, parece necesario realizar una especie de recuento, y poner al día la lista de parroquianos que siguen manteniendo viva esa costumbre. Pero vamos por partes. Así, por ejemplo, se hace difícil ver por Nava a Argentino la Curtia, o a Pepe la Cebosa, o a Ino, de Tresniñín, otrora habituales. Más complicado todavía resulta encontrarse con Álvaro Canto, y lo mismo ocurre con Miguel Ángel Menéndez, que reside en Oviedo. Todos ellos muy estimados amigos.

Incluso Audaz, habitual en su terraza de La Turrá, no tuvo un buen invierno. Y menos mal que D. Diego ha quedado como nuevo después de una reciente intervención ocular.

El repaso se completa con los que, en los últimos tiempos, nos han dejado para siempre. Nos referimos a Julio Llamedo, Pepín el Turrau, Manolo el mancu, Pepe la Polenava, Leo el de La Barraca, Cándido el del Caneyu…

A esa lista hay que añadir ahora a mi tío Albino Redondo, que se quedó por el camino en enero. Su figura, alta y morena, acercándose sonriente al grupo, caminando apoyado en sendas muletas, ya es solo un recuerdo en el aire de la acera que se asoma a la plaza.

Albino era, también, mi padrino y, por encima de todo, el amigo paciente y leal, el sabio mentor, el hombre cabal que mantuvo un pulso valiente con la vida, afrontada desde la valentía y el coraje de un hombre de bien.

Tenía 91 años, pero no era, en modo alguno, un viejo, sino una persona que, hasta el último suspiro, entendió y valoró la maravilla y el privilegio que suponen estar vivo.

Rosa Regás escribió que «a medida que pasa el tiempo la muerte de una persona querida cada vez se asimila menos, es decir, cada vez se olvida menos». Confieso que a mí también me pasa lo mismo. Él sabe, allá donde esté, que su recuerdo permanecerá claro en mí hasta que, un día, nos volvamos a reunir en el infinito.

Tío, padrino, amigo, descansa en paz.

Fuente: http://www.lne.es/

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