POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
El siglo XVIII, mi localidad, era muy proclive a las rogativas cuaresmales; convocadas para implorar el advenimiento de las lluvias, debido a las pertinaces sequías, que diezmaban las cosechas de cereales en los campos.
Los sacerdotes de la parroquia Miguel Thomás Abenza y Ginés Párraga Martínez, ataviados con sus vestiduras talares, efectuaban la intronización, siempre en tiempo de Cuaresma del rezo «pro-pluviam».(Por la lluvia)
Debido a llegada de las grandes sequías, a principios del siglo XVIII, intronizaron el culto a la imagen de Nuestro Padre Jesús qué, expuesta en la nave central de la iglesia de San Bartolomé, era venerada por todos los feligreses y hacendados, venidos de los campos murcianos.
Por iniciativa de dichos párrocos, se solicitó al Cabildo de la Ciudad de Murcia y al Obispado, sacar en procesión por las calles y campos la imagen de Nuestro Padre Jesús, con el fin de implorar la venida de las deseadas lluvias y nevadas.
Aprobada dicha petición, el domingo siguiente a la Semana Santa, fue procesionada la imagen durante nueve días consecutivos, por los campos y ventorrillos del pueblo; donde pernoctaban con turnos de guardia y adoración.
Con posterioridad, en jubilosa procesión, regresaban con la citada imagen, a su capilla de la iglesia parroquial, en donde se entonaban cantos salmodiales, confiando en qué, dichas súplicas, fueran merecedoras de las necesarias lluvias para los sedientos campos.