POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN).
Mañana 28 de diciembre, en el día de los Santos Inocentes, mi recuerdo es para Miguel Delibes por su alegato contra la «tiranía de clase». Recuerdo también para todos los Azarías y sus milanas bonitas.
Hace casi catorce años que el maestro Miguel Delibes nos dejó, sin que sus manos nunca se hubieran quedado quietas ante el blanco absorto de una cuartilla muerta. Nadie como él nos ha sumergido en la España de la humillación, tan magistralmente descrita en su novela “Los Santos Inocentes” (1981).»Milana bonita, milana bonita», dicho por el viejo Azarías, siempre me ha parecido una consigna. Una palabra mágica como el ábrete sésamo que mueve la piedra tras la cual Alí Babá y sus cuarenta ladrones esconden su botín. Delibes hizo de la milana bonita la brújula del compromiso con los humillados. No sólo en Extremadura, paisaje en el que se desarrolla su emocionante narración, sino en todos los paisajes en los que perviva un señorito Iván y una señora Marquesa.
Cuando Francisco Rabal recibió en el Festival de Cannes (1984) el premio a la Mejor Interpretación —que compartió con Alfredo Landa– por su papel de Azarías en la película de Mario Camus basada en la obra de Delibes, a pesar de la prohibición de que los galardonados hablaran, en un acceso de espontaneidad, se acercó al micrófono, y sin dudarlo, susurró: «¡Milana bonita!», arrancando una gran ovación en el público, que siempre he interpretado como una muestra de solidaridad con los humillados, ratificándome en el presentimiento que siempre tuve de su valor como consigna.
¡Milana bonita!