POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Le conocí en Salamanca en el año 1991 o 92 (no recuerdo exactamente). Estaba yo invitado a dar una conferencia y, aprovechando la libertad de la mañana para recordar tiempos de Milicia Universitaria en la ciudad salmantina, fui dando un paseo desde la Plaza Mayor hasta las Catedrales pasando por la calle de la Rúa y la plaza del Corrillo.
Allí, en la Plaza del Corrillo, estaba, ya «mayor», con aspecto de más edad que su edad real, don REMIGIO GONZÁLEZ MARTÍN, salmantino de Anaya de Alba donde había nacido en 1923.
Un personaje singular. Emigrado a Francia desde muy joven, poeta autodidacta, regresó a su Salamanca hacia el año 1970. Y en esta ciudad, con el seudónimo de Adares, fue escribiendo poemarios y poemarios que él mismo editaba a su costa y vendía en un «puesto ambulante» en la Plaza del Corrillo.
Allí, sentado con él en su «banco-mostrador», hablamos de poesía, de «su poesía» con sabor a pan de hogaza, a trigo castellano, a fonda de pueblo y a soledad de espíritu. Una poesía nacida de algún recoveco oculto de su alma y que afloraba en un lenguaje sincero, sentido y difícil.
Él me decía que en ese banco de piedra, al lado de la Catedral, tenía su CÁTEDRA DE POESÍA y que sus alumnos eran los niños buscando sus besos y los estudiantes contando sus inquietudes. Me dijo, en alarde de sinceridad, que no entendía cómo un profesor de Física «alcanzara a entrar en el silencio de su alma y en el grito de sus palabra». Sin pretenderlo, los dos, a la vez, empezamos a reírnos.
Le compré su último libro «Los romances tropezados por la luna», que él me dedicó, más que con su firma, con el testimonio gráfico del «Parkinson» que ya padecía.
Ayer, en el silencio del «cónclave pandémico», volví a releer sus poemas. Resumo, espigando estrofas, el titulado SILENCIO:
«Silencio,
que el obrero está en el paro
y nadie le paga el precio.
Silencio,
que el silencio es el que truena
cuando escucha el universo.
Silencio, silencio,
por el aceite silencio
que en el silencio está Dios
y Dios se murió en silencio.
Silencio, mucho silencio,
que el silencio está en el paro
parado entre cuatro muertos,
obreros que no reciben
ni trabajo ni remedio.
Silencio, sólo silencio
por los que están sin trabajo.
Silencio, Silencio,
mucho silencio;
que el silencio está con Dios
y Dios se murió en silencio»
Don Remigio González Martín, «Adares», falleció repentinamente en el año 2001 a la edad de 77 años. La ciudad de Salamanca erigió en su honor y recuerdo, en la misma Plaza del Corrillo que fue testigo de su «poesía ambulante», una preciosa escultura, obra del artista escultor Agustín Casillas.
A mi me queda el recuerdo de sus ·»romances tropezados `por la luna», de su imagen de poeta «diferente» y entrañable, de su entrega de amor a Anaya de Alba y, por encima de todo, de su valentía ante la enfermedad y el desánimo.
Gracias, muchas gracias don Remigio. Permítame que allá en el cielo de los poetas parodie los tres últimos versos de su poema «Con mi cabeza atrás»
«…Palabras, sólo palabras,
palabras que aún siendo nuestras
bien pudieran ser las vuestras.»