POR FRANCISCO SALA ANIORTE CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE TORREVIEJA
Introducción
Torrevieja se encuentra ubicada en una de las áreas con mayor actividad sísmica de todo el territorio peninsular y los temblores de escasa magnitud son relativamente frecuentes, aunque no suelen pasar de los tres grados. Terremotos como este hacen inevitable echar la vista atrás y recordar que Torrevieja, al igual que otros municipios de la comarca, fue destruida por completo por un temblor de tierra de 6,6 grados en la escala de Ritcher, el 21 de marzo de 1829, causando 389 víctimas mortales, 32 de las cuales fallecieron en Torrevieja. Se derrumbaron 534 casas y el pueblo tuvo que ser reconstruido en su totalidad, adoptando la simetría actual: calles paralelas y perpendiculares al mar.
El seísmo del 3 de febrero de 1867
Otro fuerte seísmo, aunque poco conocida su historia, se hizo sentir el domingo, 3 de febrero de 1867, a las ocho y veinte de la noche, siendo de 5 grados su intensidad en la escala de Ritcher, según el ingeniero y geógrafo Alfonso Rey Pastor. Ese primer movimiento “oscilante trepidatorio” se sintió en la villa salinera del lado noroeste al suroeste, siendo su duración de unos 20 a 25 segundos, estando acompañado de un ruido estrepitoso.
También se notó con intensidad en Murcia, Alicante, Cartagena, Valencia, Orihuela y algunas otras poblaciones importantes de la provincia. En Elche, se aseguró que fue muy grande el terror porque tocaron las campanas de la parroquia movidas por la oscilación, y una casa se agrietó considerablemente.
En el mar también se dejó sentir este fenómeno y, según la relación del capitán y tripulación de la fragata noruega ‘Scandia’, que se dirigía a la rada de Torrevieja a tomar un cargamento de sal de sus ricas y productivas salinas, fue tal el estremecimiento del buque que se creyó que se había deshecho por completo el casco.
El seísmo sucedió cuando la mayor parte de las familias torrevejenses estaban preparándose para asistir al al
En aquella tarde noche del domingo 3 de febrero de 1867, sesenta y dos terremotos se sintieron en las siguientes doce horas.
Pasado el pasmo de la primera horrible impresión, todos se ocuparon, ayudándose mutuamente, de formar provisionales chozas en las calles, plazas y paseos públicos donde pasaron toda la noche, construyendo después barracas más cómodas y seguras, como morada de ese afligido vecindario.
Personas acostumbradas sólo a la comodidad de sus abrigadas y bien dispuestas habitaciones, se encontraron expuestas a la intemperie, sufriendo todo el rigor de las noches de invierno, frías y húmedas por demás.
Edificios dañados
Fueron muchos los edificios que se resintieron, amenazando ruina, entre ellos, y en peor estado, la iglesia y la casa consistorial, en los que el alcalde prohibió la entrada; pero, afortunadamente, no ocurrió hundimiento alguno, ni desgracia personal. También quedaron dañados la secretaría de sanidad, el faro y algunos otros, pese a ser todos edificios relativamente nuevos, construidos en la reedificación tras el seísmo 1829, bajo los planos del ingeniero José Agustín Larramendi.
Desgracias personales no se sufrieron, excepto algunas pequeñas lesiones por la precipitada salida de las casas, como la fractura de un brazo y diversas contusiones en una mujer, producidas por el atolondramiento natural en estos casos. También murió una parturienta por los efectos del susto recibido.
Al día siguiente de producirse el fuerte terremoto, huyendo del peligro que amenazaban las casas consistoriales, el Ayuntamiento estableció sus oficinas al abrigo de una espaciosa tienda de campaña en medio de la Plaza Mayor, constituyéndose en sesión permanente, dictando las disposiciones más urgentes que reclamaban las azarosas circunstancias por las que se estaba atravesando.
Inutilizado el templo parroquial
La reducida iglesia de Torrevieja nunca había inspirado seguridad desde que sufrió los seísmos de 1829, en los que cayó una torrecilla del templo, matando al párroco José Peral y a sus padres, reconstruyéndose parcialmente. En 1844 fue de nuevo reparada utilizándose los restos de la Torre Vieja, aunque no fue ensanchada como se pretendía en un principio.
El 23 de marzo de 1860, escriben al obispo de Orihuela el Ayuntamiento y el cura de Torrevieja exponiéndole el estado del templo: “…es insuficiente la iglesia, o mejor dicho ermita en que se celebran los augustos misterios de nuestra santa religión, pues sólo puede contener dentro de sí una duodécima parte de los fieles que asisten a ellos; siendo por lo tanto de absoluta necesidad su ensanche para este numeroso vecindario compuesto por 2.000 almas”.
En abril de 1864, el estado de ruina de la iglesia parroquial se acentúa a consecuencia de las lluvias, no permitiendo más demora la formación de una memoria y presupuesto por el arquitecto, activar esos trabajos y alcanzar los fondos necesarios. No podía interrumpirse la celebración de los divinos oficios, siendo urgente atender aunque fuera provisionalmente la conservación de parte del edificio por medio de repasos indispensables.
A partir del 3 de febrero, el Santo Oficio de la Misa se celebraba en medio de la plaza Mayor, al aire libre, lugar en donde se levantó un altar.
Ya en el mes de marzo, el Santo Sacrificio de la Misa pasó a celebrarse bajo techado, en un barracón que se construyó en la plaza, lugar donde podía oírse la misa con más recogimiento y comodidad que en mitad de la calle, al aire libre.
Las obras de nuestro actual templo parroquial no darían comienzo hasta después de doce años, en 1879; no concluyendo hasta después estar bastante avanzado el siglo XX.
Las escuelas
Las escuelas se cerraron, pues aunque se hallaban establecidas en buenos locales, temían los padres mandar a sus hijos; y para que este importante ramo de la administración pública no quedara desatendido, se ocupó la autoridad de Torrevieja en proporcionar locales adecuados a las tristes circunstancias.
Las Oficinas de las Salinas del Estado
La mayor parte de las Oficinas del Estado fueron establecidas en “cómodas barracas”, porque los terremotos se dejaban sentir diariamente, aunque no con la intensidad y frecuencia que en la primera noche.
Las barracas
Los vecinos pasaban las noches en las barracas, y el día por las calles. El alumbrado seguía ardiendo toda la noche hasta la llegada de la luz del día, y numerosas rondas vigilaban las casas, que se habían quedado completamente abandonadas.
La moralidad, honradez y buena fe de los habitantes se halló bien retratado en esos días de confusión y trastorno, pues a pesar de estar despobladas por completo las casas, no ocurrió el menor desmán que castigar; gracias también a las disposiciones adoptadas por el alcalde, que con incansable celo continuó vigilando con su ronda particular la población entera.
Numerosas réplicas
Desde las ocho y veinte de la noche del 3 de febrero, hasta las dos de la tarde del día 10 del mismo mes, fueron 125 los terremotos que se sucedieron en la población.
El día 14 de febrero, cuando se creía que ya habían cesado los terremotos, puesto que hacía veinticuatro horas que no se había sentido en Torrevieja movimiento alguno, a las diez de la mañana volvió a repetirse, y, aunque tan aterrador como los anteriores, produciéndose gran susto y alarma. Ese mismo día, a las diez y treinta minutos de la noche, también hubo otro terremoto, volviéndose a repetir a las diez y treinta y cinco; es decir, en cinco minutos se sucedieron dos. Señala el estudioso sismólogo Alfonso Rey Pastor ambos fueron de 5 grados de intensidad en la escala de Ritcher.
Un célebre astrónomo zaragozano, Joaquín Yagüe, escribió a Orihuela anunciando que los terremotos se repetirían el día 20 de febrero, y que las casas se caerían como castillos formados de naipes. La profecía produjo un pánico espantoso, abandonado la ciudad catedralicia gran número de vecinos, que no querían morir aplastados, eso sí, apuntalando sus casas antes de abandonarlas para que no se cayeran a impulso del terremoto. Hubo también personas que se burlaron de las predicciones del zaragozano, y se mantuvieron tranquilas en sus casas, esperando el momento fatal.
A finales de febrero continuaron los sacudimientos, aumentando el malestar y el pánico en el vecindario de Torrevieja, recordando que la gran catástrofe del año 1829 fue precedida de diferentes oscilaciones que duraron bastantes días, y temían que ahora pudiera suceder lo mismo. El 22 de febrero, a las diez de la mañana se dejó sentir otro temblor tan fuerte que volvió a infundir la alarma, repitiéndose la oscilación a las dos de la madrugada del día siguiente.
A partir del día 3 de marzo no volvieron a sentirse en la población de Torrevieja ningún terremoto, volviendo la tranquilidad a renacer en el vecindario, aunque no por mucho tiempo, ya que el 25 de abril por la noche, cuando la mayor parte de los vecinos estaban gozando del sueño, tuvieron que salir a la calle precipitadamente con lo puesto, pues un nuevo movimiento de tierra, acompañado de un fuerte ruido, hizo que el sueño desapareciera, y que, como movidos por un resorte, abandonasen sus respectivas moradas. Cuando se restableció la calma, pudieron convencerse de que no había ocurrido desgracia alguna, pues fue más el ruido que el movimiento.
La gente seguía acampada en medio de las plazas y calles, en ligeras tiendas de campaña y chozas formadas de cañas y esteras. A últimos de abril, las chozas y viviendas provisionales todavía no habían desaparecido de las calles y plazas. Al contrario, en vista de la frecuencia con se repetían los terremotos, muchas familias pensaron en construir barracas dentro de los patios para poder descansar en ellas con más tranquilidad.
Desde el Ayuntamiento de Torrevieja se solicitó del Gobierno que enviara una comisión geológica para estudiar detenidamente las causas de este fenómeno.
Y llegó el verano: La Feria de San Jaime
El temor existente en la población lo confirma la carta que con motivo de tener que celebrarse la Feria de San Jaime, en el mes de julio, el Ayuntamiento de Torrevieja dirige al Administrador de la Fábrica de Sales, habiendo ya pasado cinco meses de aquel fuerte seísmo, para que se desmontara la barraca que se había alzado en medio del paseo de Vista Alegre:
“Habiendo cesado las causas que obligaron a la mayor parte de estos vecinos a construir chozas o barracas y calmada la fuerte alarma que produjeron los terremotos, todos se han apresurado a deshacerlas a fuerza de dejar las calles y plazas expedidas cual corresponde al ornamento de la población.
Siendo el único punto de esparcimiento y recreo que tiene este pueblo el paseo de Vista Alegre, comprenderá V. S. lo mucho que afecta a este sitio tan concurrido la barraca donde establecieron provisionalmente esas oficinas y por lo mismo me prometo de su reconvencida ilustración que procurará como ya lo han hecho todos los demás vecinos, el que a la mayor posible brevedad desaparezca la referida barraca.”