POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
A principios de la década de los sesenta del pasado siglo XX Torrevieja, como el resto de España, empezaba a ser invadida por los turistas extranjeros decididos a olvidar, aunque sólo fuera por una quincena, los rigores del frío y entregarse a la tentación de la arena y el sol. Hoteles y chaletitos baratos, festivales de habaneras, arroces y paellas, pescados, carnes a la brasa, sangría y vinos generosos constituían un claro, clarísimo objeto de deseo para las gentes del norte de Europa.
Por aquellos años, a modo de consigna exacta, el Ministerio de Información y Turismo había lanzado a los cuatro vientos del Viejo Mundo un eslogan muy sugestivo: “España es diferente” –“SPAIN IS DIFFERENT”.
Para algunos, el contenido del eslogan era preciso: la renovada y creciente infraestructura hotelera, los precios más baratos que al otro lado de los Pirineos; las autopistas todavía ausentes, pero prometidas para estar construidas en breve tiempo, sugerían un halo de tierra salvaje e indómita llena de tipismo y apuntaban a una diferencia concreta netamente favorecedora para España. Para otros, la verdadera diferencia radicaba en aspectos de la realidad que iban más allá de las fiestas y los fastos. En efecto, Torrevieja y España en sí ya no eran la de la hambruna de postguerra.
La mecanización de las salinas produjo aquel llamado `paro tecnológico´, haciendo que muchas familias torrevejenses tuvieran que marcharse a trabajar a Francia, Suiza, Alemania y a otros todavía más alejados países del mundo. Torrevieja necesitaba capital para alcanzar una cierta prosperidad; comenzaba a dejar de ser esa población salinera y pescadora. En ese sentido, el turismo era una fuente de ingresos inestimable. Por otra parte, el régimen franquista, que tradicionalmente había olido a cuartelillo y a incienso, necesitaba maquillarse un poco con las nuevas esencias de ‘Christian Dior’, entre otras cosas para romper el aislamiento político internacional que tenía desde el fin la Guerra Civil.
Se inició una nueva etapa de mayor desarrollo económico, momento que coincidió con uno de los periodos de mayor impulso de la economía mundial. En el caso concreto de España, los acuerdos con Estados Unidos, a partir de 1953, permitieron finalizar, en 1959, con el periodo de autarquía y aislamiento en la que se encontraba inmerso el país.
A finales de 1959 Madrid se preparó para tributar al presidente Eisanhower, IKE, un recibimiento solemne y apoteósico. El presidente de los Estados Unidos y Francisco Franco, que había acudido a recibirle a la base aérea de Torrejón, hicieron el recorrido hasta El palacio de El Pardo en coche descubierto entre las aclamaciones de la gente. No cabe la menor duda que ese día España se había abierto al mundo.
Se inició la comercialización de nuevos productos, recordemos aquellas camisas marca ‘IKE’, en recuerdo de Eisanhower, o ‘Suybalen’, hechas con los nuevos géneros textiles sintéticos, ‘Tergal’, que no había ni que almidonar ni que planchar. Los escolares también se vieron beneficiados por los alimentos entregados por los norteamericanos, como la leche en bolsitas u otros que se pusieron de moda por aquellos años.
Aquella estabilización provocó una tregua política y social, restableciendo el equilibrio de la peseta en relación con otras monedas, como la corona sueca, fomentando especialmente el turismo, la construcción y venta de chalets, pisos, etc.
Claro está, tantas bondades también implicaban un riesgo; el biquini comenzaba a pasearse por nuestras playas más peligrosamente que la conjura judeo-masónica por la trastienda de la historia. Tampoco existían garantías de que algún libro o revista mucho más diabólicos que el impúdico bañador –de Camus, de Marx o de Nabokov, junto con algún ‘Play Boy’- no se colasen junto con las latas de salmón o de arenque nórdico, o junto con las conservas de mermelada de arándanos.
Los nostálgicos del pasado se inquietaron, los sermones arreciaron en las iglesias, las moralinas se pusieron a la orden del día, pero los planes de desarrollo ya estaban jugados: España, y por supuesto Torrevieja, era y seguiría siendo diferente: `SPAIN IS DIFFERENT´.
Situémonos en la Torrevieja de aquellos años. En octubre de 1958, una avería en su embarcación cuando iban rumbo a Cannes, hace que el velero “Silver Wing” –“Alas de Plata”- se deslizara por la bocana del puerto de Torrevieja pilotado por Nils Gäbel, a quien acompañaba su esposa Puck. El ancla del yate se hundió en las arenas de nuestra bahía.
La familia recorrió la ciudad, vio sus playas, se deleitó con su maravilloso clima y no tardaron en decidir que ya habían encontrado lo que buscaban. Descubrieron la playa de La Mata, perdida en un desierto de dunas. No habría de pasar mucho tiempo para el inicio del “boom” económico y social de Torrevieja, debido en gran medida a este hombre.
Nils Gäbel era un acaudalado hombre de negocios sueco. El clima de su frío país y ese ‘slogan’ nórdico y centroeuropeo de “vivir para trabajar” en vez de “trabajar para vivir” no compensaba sus crecientes ingresos. Cortó por lo sano y, junto con su familia, se vino, caminito del sur, a España en su embarcación. Hizo escala en Estoril, en donde saludó a la familia real española, encabezada por don Juan de Borbón; después buscó por todos los rincones del litoral hispánico un lugar tranquilo y acogedor a donde más adelante pudieran llegar expediciones suecas. No salió del todo contento en su periplo por las costas malagueñas, donde todo el tiempo estuvo el cielo nublado.
En Torrevieja, aquellas playas “de andar por casa” -`El Acequión´, `El Cura´, `Los Locos´ y la `Playa del Puerto´- eran insuficientes para albergar en verano a la hueste turística que se descolgaba sobre el balcón mediterráneo desde otras latitudes más rigurosas. No sin olvidar a la colonia murciano-oriolana, que, buena catadora de estos pagos marítimos, se estaba saliendo de unos límites que hasta mediados el siglo XX no pasaba de `Las Rocas´, veraneando en el chalet de su propiedad o alquilando la vivienda de alguna otra familia para pasar la temporada de baños.
Pero la familia Gäbel tenía que volver a Suecia y, la noche anterior a su partida, estando dormidos en su barco anclado en la bahía, oyeron un lánguido rasguear de guitarras y bandurrias. A poca distancia del yate, una barquichuela portaba a unos cantores de habaneras.
Un grupo de torrevejenses, apercibidos por la presencia de aquellos ‘chanes’, les dedicaron la más bella serenata que oídos escandinavos pudieran haber escuchado.
Para Puck, que así se llamaba la señora Gäbel, -cuya semejanza física con el personaje de ‘Cleopatra’ que encarnó la actriz Liz Taylor, era muy notable-, aquello fue maravilloso. Para su marido, Nils, se convirtió desde aquel momento en el más fervoroso amante de aquella tranquila y, podríamos decir ‘salvaje’ Torrevieja.
A la familia Gäbel les gustó el aire romántico que aún conservaba la población, Y esas canciones fueron su debilidad.
Volvieron a Suecia, pero tras aquella primera toma de contacto, la familia Gabel –matrimonio y cuatro hijos- ya tenían decido pasar en Torrevieja el resto de sus días después de haber tocado con su espléndido yate “Silver Wing” en otros puertos del Mediterráneo.
Uno de los cantantes de aquella serenata nocturna dedicada a la familia Gabel en el puerto de Torrevieja fue Antonio Conesa Morales; nombrado años después, en 1978, vicecónsul de Suecia, y condecorado `Comendador de la Real Orden de la Estrella del Norte´ en 1997, de mano de los reyes de aquel país, Carlos Gustavo y Silvia.
Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 11 de julio de 2015