“PORTAN SOBRE LOS HOMBROS UNAS AMUGAS CON LOS CONSABIDOS CUERNOS DE BUEY Y LOS CENCERROS”, ASEGURABA EL ETNÓGRAFO Y CRONISTA OFICIAL DE MARANCHÓN, JOSÉ RAMÓN LÓPEZ DE LOS MOZOS EN ‘FIESTAS TRADICIONALES DE GUADALAJARA’
El Carnaval es una de las fiestas más coloridas que existen en la actualidad. Además, tiene una gran tradición. También en Castilla–La Mancha. Entre el Jueves Lardero y el Miércoles de Ceniza, mayores y pequeños disfrutan en comunidad. Todos se divierten. Y muchos se disfrazan. Son unas celebraciones de fechas variables. Pero que, normalmente, tienen lugar en febrero o en marzo. Depende del año. En 2019, se desarrolla durante este fin de semana.
Por tanto, se vivirán unos momentos de alegría y distracción en los que se invierten los papeles. Se permite el desmadre. Los participantes desconectan de las obligaciones diarias. Y, además, se posibilita la diversidad. El Carnaval difiere según las regiones y los países.
Por ejemplo, en Guadalajara no hay costumbre de chirigotas. Tampoco de grandes desfiles, como el de Rio de Janeiro. No existe un Sambódromo. Pero sí que se observan otras expresiones de gran riqueza, como las botargas, los chocolateros de Cogolludo o los diablos de Luzón.
En este sentido, uno de los ejemplos más conocidos son los vaquillones, que –en algunas localidades– reciben el nombre de vaquilla. Entre los primeros, destacan los de Villares de Jadraque o los de Robledillo de Mohernando. Y, entre los segundos, los casos de Riba de Saelices, Anquela del Ducado o Condemios de Arriba. Ésta última localidad recuperó dicha tradición hace más de una década.
Pero, ¿en qué consiste la celebración? “Durante el Carnaval se produce la transformación de roles. Los ricos se convierten en pobres y los pobres, en ricos”, asegura el técnico en etnografía de la Diputación de Guadalajara, José Antonio Alonso. “Y dentro de estos cambios se encuentra la mutación de personas en animales, que es lo que son los vaquillones”, explica.
– Pero, ¿por qué se elige la figura taurina y no la de otro animal?
– Se habla de vacas más que de toros de lidia –explica José Antonio Alonso–. Es algo que se relaciona con la importancia que tiene la ganadería en la economía rural de la provincia.
Por tanto, los participantes se caracterizan con elementos que representan a dichos bóvidos. Entre ellos, cuernos –que se instalan sobre unas amugas– o cencerros. Eso sí, en cada lugar hay especificidades. “Estas representaciones no eran de la misma forma en la totalidad de Guadalajara”, aclara José Antonio Alonso.
De Robledillo a Villares
En este sentido, destaca Robledillo de Mohernando, en el que los personajes cuentan con una indumentaria especial. “Son mozos vestidos de saco, a los que se les tapa el cuerpo por completo, incluida la cara. Y, además, portan sobre los hombros unas amugas con los consabidos cuernos de buey y los cencerros”, aseguraba el etnógrafo y cronista oficial de Maranchón, José Ramón López de los Mozos en Fiestas Tradicionales de Guadalajara. “Su principal misión consiste en topar a los concurrentes”, explicaba.
Algo que también sucede en Villares de Jadraque, donde los vecinos son –igualmente– los protagonistas de la fiesta. “Gentes del propio pueblo –disfrazadas con arpilleras, una especie de chaqueta roja y sombrero de paja, y portadores de una amuga en cuyos extremos van engastados unos cuernos y una ristra de cencerros–, persiguen a las mozas para mancharlas de hollín”, describía López de los Mozos. Todo ello –además– acompañado por unas caretas que tapan enteramente la cara de los protagonistas.
De igual forma, estos vaquillones poseen un lenguaje especial basado en los «chiflos», para evitar que les reconozcan la voz. Precisamente, el anonimato es uno de los rasgos definitorios de dichos personajes. “Lo que se trata es que no te identifique nadie”, confirman Modesto y Vicente Llorente, dos hermanos naturales de la localidad e involucrados en la celebración. “Por ello, se quiere distorsionar la voz”, complementa Fidel Paredes, otro vecino del pueblo.
Pero el deseo de pasar desapercibido se reflejaba en otros muchos elementos. “Antes, nos cambiábamos hasta las albarcas y los pantalones, para que no supieran quiénes éramos”, aseguran los hermanos Llorente. Sin embargo, en ocasiones se descubría a la persona disfrazada por los elementos más inverosímiles. “A veces nos reconocían por los gestos y por la forma de andar que teníamos cada uno”, aseguran desde el municipio.
Asimismo, la fiesta de Villares se acompaña por el «zorramango». “Se trata de una especie de vaquillón alocado que actúa según su libre albedrío y sin uniformidad con el resto en lo que toca a la vestimenta”, señalaba López de los Mozos en Fiestas Tradicionales de Guadalajara. Todo ello para conseguir una gran diversión, principal objetivo de la celebración. “Por el día se corría detrás de la gente. Y por la noche se hacía baile”, aseguran Vicente y Modesto.
Un festejo que, antiguamente, tenía una mayor duración. “Te tirabas dos o tres días de Carnaval”, rememoran los dos hermanos. Y, además, ambas figuras –vaquillones y zorramangos– pedían viandas por las casas. De esta manera, se prolongaba la celebración unas cuantas jornadas más. Siempre con el entretenimiento como leitmotiv. Sin embargo, en la actualidad la duración del evento es más corta, aunque la intensidad es la misma.
En cualquier caso, el origen de esta fiesta, ¿en qué momento enraíza? “Sus inicios son paganos”, asegura Fidel Paredes. Incluso, no dejó de celebrarse durante la dictadura, a pesar de los impedimentos que hubo por parte del franquismo. Simplemente, cuando llegaba la Guardia Civil, los participantes se quitaban las máscaras. “En la fiesta se involucraba todo el pueblo”, añaden los hermanos Llorente. Y, a pesar de que en los últimos años la tradición ha vivido unas horas bajas, desde 2018 se ha vuelto a retomar con fuerza. Además, conserva la declaración de Interés Turístico Provincial.
Condemios de Arriba recupera la tradición
De igual forma, en Condemios de Arriba existe un festejo semejante. También se disfruta del carnaval gracias a la salida de la vaquilla. Un ciudadano del pueblo se caracteriza para ello –amugas incluidas–. Es una iniciativa que se recuperó hace unos años, gracias al impulso de la asociación cultural El Poyato. “Hemos querido recordar cómo vivían Carnaval nuestros vecinos”, asegura la presidenta de la entidad, Cristina De Pablo.
Pero, ¿cuál era la forma en que celebraban la festividad? “Los mozos del pueblo decidían entre ellos quién debía de ser la vaquilla”, rememora De Pablo. Los elegidos eran dos. El «bóvido» por un lado. Y el pastor, por otro. La vestimenta de éste último era “un sombrero negro; una máscara o careta adornada con pelo de jabalí o tiznada de negro; una camisa y unos calzones blancos; así como unas polainas”, explican desde El Poyato
Además, la vaquilla portaba unas amugas. En la parte delantera se distinguían unos cuernos, mientras que en la trasera se colocaban unas «zumbas» o cencerros. Una indumentaria que todavía hoy se conserva. En cambio, “el pastor que acompañaba a la vaquilla portaba una porra o garrote. Las manos las llevaba impregnadas de hollín para manchar a los vecinos que no iban disfrazados”, confirma Cristina De Pablos.
La continuidad de la fiesta
Por tanto, la recuperación de este tipo de iniciativas siempre es positivo. Hablan de nuestro pasado, de nuestra historia. En cualquier caso, la costumbre estuvo más extendida años ha en el espacio arriacense. “Lo que queda son pequeños vestigios de algo que estuvo generalizado”, confirma José Antonio Alonso. A pesar de ello, “se trata de una tradición que continúa apareciendo en diversos puntos de la geografía”, añade dicho especialista.
– Entonces, ¿por qué esta celebración sólo se conserva en algunas localidades de la provincia, cuando antes se encontró más extendida?
– Se trata de elementos puntuales que, en su día, se relacionaron con la vitalidad de las asociaciones de pueblos como Robledillo de Mohernando o Villares de Jadraque – confirma el técnico en etnografía de la Diputación de Guadalajara–. Hace 25 ó 30 años había un movimiento asociativo muy fuerte.
Algo que también se observa en Condemios de Arriba, cuya entidad cultural ha conseguido rehabilitar costumbres como la vaquilla o los danzantes. De esta forma, han logrado vencer a algunas de las causas que intervinieron en la desaparición de estas tradiciones, como el éxodo rural. “Otro de los elementos que influyeron en este proceso es que, en aquella época, todo lo que era cultura popular se devaluó bastante [en algunos sectores sociales]”, confirma José Antonio Alonso. “Más tarde, ocurrió lo contrario. La gente que se había ido a las ciudades, volvió a los pueblos y se mostró orgullosa de sus raíces. De esta manera, se comenzaron a recuperar estas fiestas”, describe el especialista.
En cualquier caso, lo relevante es que dichas propuestas sigan desarrollándose y que la ciudadanía pueda disfrutar de las mismas. Sobre todo, del Carnaval. Una iniciativa cívica que, cada año, tiene un mayor número de seguidores. También en Guadalajara. Y entre los responsables de ello se encuentran los vaquillones. Una realidad que ha sobrevivido a todos los problemas, incluida la dictadura de Franco y el despoblamiento rural. Al fin y al cabo, y como dijo el novelista y aventurero francés André Malraux:
«La tradición no se hereda, se conquista»
Fuente: http://henaresaldia.com/ – Julio Martínez