
POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
A ver si el obispo me explica, aparte de por qué no abre de una santa vez la histórica biblioteca de su palacio, qué alcance tiene aquella frase que su Jefe proclamara al comienzo de los tiempos: “¡Hagasé la luz!”. Lo digo porque en Murcia, en lo referente a la iluminación pública, el Ayuntamiento interpretó que, aparte de hacerse, debía hacerse pero que muy bien, a lo grande, a pajera abierta, de ‘to por to’. Y convirtieron La Glorieta, ya no en la “cueva de ladrones” que advertía aquella concejal, sino en una calle de puticlubes baratos. Al menos, porque nadie se asuste, en lo referente a la iluminación: cientos de lucecitas de colores, que se iban alternando entre rojos, verdes y azules, encendían los estanques y fuentes de La Glorieta. Vamos, que ríase usted de Jara Carrillo ensalzando los pimientos y tomates de la huerta, cual luminarias que adornaban la vega.
Sin embargo, desde hace tres noches justas, esa estampa ha pasado a la historia. Muchos la verán distinta y no atinarán a dar con el motivo, como sucede al encontrarse con alguien que ha cambiado de peinado.
La fuente está otra vez iluminada por una luz blanca y suave, elegante y digna, como corresponde al edificio público más destacado de la ciudad. Cuentan que la idea ha sido del propio alcalde Ballesta. Será porque acostumbra a asomarse mucho al balcón de su despacho. Y, con sana frecuencia, anima a los chavales de los colegios que por allí pasan a que suban a contemplar el Salón de Plenos. Incluso les hace de guía, el tío. La idea de Ballesta la ha desarrollado el concejal José Guillén, de los Guillén de Espinardo. Me sorprende que nadie haya escrito una nota de prensa, de los mil milllones que envían a diario, sobre el particular, siendo una iniciativa brillante, las cosas como sean.
En Murcia hubo durante demasiado tiempo una ‘lucecitis’ tremenda. Esta enfermedad, que suele atacar a quien no paga después la factura de la luz, se presenta de muy diversas formas. Por ejemplo, casi todos los niños la padecen: sus padres apagan las luces de la casa y ellos, de forma invariable e insuperable, vuelven a encenderlas todas. Aunque sean las tres de la tarde. Algo así sucede cuando esa ‘lucecitis’ ataca al político de turno.
La epidemia fue terrible en esta ciudad. De entrada, hasta el más apartado rincón, aunque fuera en la fin del mundo municipal, debía ser iluminado. Porque eso era lo moderno. Porque eso igual suponía ganar un voto…, que diga, atender a un ciudadano. Y allá que iban los técnicos a instalar, como si de tomates se tratara, ramilletes de bombillas. En los callejones más remotos se iluminaban tal que verbenas; en las kilométricas y flamantes avenidas donde no vivía nadie -salvo en Sangonera, donde sí habitaba un concejalito- se iluminaban más que la Feria en la noche del monte; en las veredas de la huerta, donde ya no hacían falta los faroles de los auroros para orientarse, pues parecían Las Vegas en el Día del Jugador… Un desastre.
Y ahora lo peor
Superada la primera fase de la enfermedad, que eran meros pero caros síntomas, la segunda fase devenía aún peor. Colocados los cien mil millones de bombillas era necesario cambiarlas por otras de bajo consumo. Y eso en aras del medio ambiente, contra la contaminación lumínica, para ahorrar energía… Tontos es lo que debía ahorrarse el ayuntamiento porque, angelicos míos, ¿no pudisteis pensar eso antes de gastarse la millonada en poner bombillas normales? ¿O es que ayer inventaron las luces ‘led’, de ‘led’rdos?
Al no haber tratamiento médico contra la ‘lucecitis’ -ni Dios lo ‘premita’, que suspiran las empresas dedicadas a la iluminación pública-, pues el concejal-paciente (paciente, de malo ‘rematao’, no de paciencia infinita, que es la que tenemos los demás) sufre la tercera fase, que es donde quería llegar: Poner bombillas de colorines. Así, de golpe, la fuente y los estanques de la histórica Glorieta de Murcia, antes Arenal, se convirtieron en una especie de entrada a un burdel de carretera, con lucecitas rojas que se tornaban verdes y azules. Aquella iluminación impregnaba a la plaza de cierto aire a deprimida ciudad del Este de Europa, entre casposa y cursi, como si todo el año fuera Pascua, que aquí siempre se llamó así a la Navidad. Menos mal que hoy ya vuelve a lucir el entorno con la luz que siempre debió tener, blanca de Glorieta blanca como el azahar que prende en los pocos naranjos que aún adornan esta Murcia de la huerta sultana.
Fuente: http://blogs.laverdad.es/
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