LUCES Y SOMBRAS DEL VERRACO VETTÓN DE MONTEHERMOSO.
Jul 16 2018

POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)

 

El verraco vettón de Montehermoso

Ya es harto conocido el rico patrimonio cultural de esta bella y conocida localidad cacereña, desde la más remota antigüedad: caso de la cultura paleolítica “achelense”, de más de 100.000 años, presente en el valle del Alagón, especialmente en las terrazas de la margen izquierda del mismo (como el yacimiento de Sartalejo, uno de los más importantes de España); o de los dólmenes de esa maravilla que es su dehesa boyal, erigidos en la Edad del Cobre (hace uno cinco o seis mil años). Todo ello investigado y publicado por prestigiosos expertos en la materia, y por mí mismo.

Patrimonio que se enriqueció en 1968 con el hallazgo de un verraco vettón (primeros siglos antes de Cristo, finales de la Edad del Hierro o cultura prerromana, que nos legaron los celtas), reutilizado como monumentos sepulcral por los romanos (tiene una inscripción funeraria grabada en su lomo, del s. II y III d.C., según mostramos detalladamente).

La sociedad que se desarrolló a partir del siglo VI a.C. en esta zona debía ser eminentemente agrícola (en la vega del Alagón) y ganadera (en lo que hoy es nuestra dehesa boyal y gran parte del municipio, dado sus buenos pastos y agua abundante). No entro en más detalles sobre la sociedad vetona porque, quien lo desee, puede hallarlo en libros u on-line.

Los Verracos

La mayor parte de la escultura zoomorfa prerromana de Extremadura entra dentro del área de producción meseteña; lo que equivale a señalar unas características muy particulares, que la distinguen de la otra gran área que engloba a Andalucía, Levante y sur de nuestra región.

Dichas esculturas representan a toros, cerdos o jabalíes; siendo la abundancia de estas últimas por lo que le aplicaron el genérico nombre de Verracos; aunque existen casos aislados de representaciones de osos o leones, como el procedente de Botija (Cáceres) que se conserva en el antiguo Centro de Instrucción de Reclutas de Cáceres. (CIR)

Está aceptado que la aparición de estas figuras definen un entorno cultural que abarca parte de las actuales provincias de Ávila, Salamanca, Zamora, Toledo, Segovia, Cáceres y Tras os Montes (Portugal).

De todas ellas, parece que la región abulense ejerció un protagonismo claro como foco difusor iconográfico, por lo que las imágenes de verracos han sido consideradas, también, como hitos territoriales o emblemas culturales del grupo étnico Vettón, en el que nos hallaríamos integrados (Gonzalez Cordero A. y Quijada González D.: Los orígenes del Campo Arañuelo y la Jara cacereña…, 1991).

Como anticipaba, en el año 1968 se descubrió en Montehermoso verraco ibérico o vettón, en la pared de un corral de una conocida y acaudalada familia, tallado en granito gris, de dimensiones 73x25x36 cm. (según Aurelio Gutiérrez Gutiérrez, “Montehermoso, estudio histórico”, 1990), aunque lo hemos visto y dichas medidas varían ligeramente, dependiendo del lugar donde se coloque la cinta métrica…

Desde el primer momento (según me comentó en los 70 el eminente don Carlos Calleja, descubridor de la cueva de Maltravieso de Cáceres, director del Museo provincial y que fue el primero –y uno de los pocos en acceder y fotografiar dicho verraco), “se encontraba sumamente deteriorada, al habérsele amputado las patas y parte del morro”, tal vez porque –según decía– en la época romana fue aprovechada como lápida sepulcral; y, mucho más tarde, para afilar herramientas, lo que ha rebajado el lomo y los flancos con la pérdida consiguiente de parte de la inscripción que tiene. También pudieron mutilarlo mucho más tarde, cuando lo incrustaron en la pared (caso del “Pulvino” de la ermita de S. Bartolo, como les expuse el otro día).

IDA…GEI      ANII-H.S.E.S.T.T.L       CEIA…LI.F        VS…

Según los estudios de epigrafía que aprendimos en la UEx (con expresiones que se repiten en todas las lápidas funeraria romanas), se puede transcribir como: Ida, (falta) Angeito (el primer montehermoseño conocido…), de dos años, aquí yace. Séate la tierra leve. La liberta Ceia a su hijo se lo dedicó, cumpliendo su voto.

En 1968, yo terminé 6º de Bachiller y me disponía a iniciar los estudios de Magisterio. En la Normal, aunque obtuve Matrícula de Honor en Historia (también en otras asignaturas), no estudiamos nada de Prehistoria…

En 1971 termino y, como quedé entre los tres primeros, no tuve que hacer oposiciones e ingresé directamente en el Cuerpo al año siguiente, en un colegio de Cáceres ubicado junto a la citada cueva de Maltravieso (“La Hispanidad”).

Y ese año se inaugura el Colegio Universitario de Cáceres (antecedente de la UEx), matriculándome nocturno en la 1ª Promoción de Filosofía y Letras, sección de Geografía e Historia (a pesar de que yo cursé el Bachillerato de Ciencias). Allí tuve los mejores profesores y compañeros de mi vida.

Y, ya en 1º, cursamos Prehistoria: así fue como supe que los “corrales de piedra” de nuestra dehesa (según mi difunto y añorado padre) eran dólmenes, que muy pronto comencé a estudiar y divulgar (“El conjunto megalítico de la dehesa boyal de Montehermoso”. XXVII Coloquios Históricos de Extremadura, 1998).

También nos enseñó mi querido D. Marcelino Cardalliaget lo que eran los Verracos vettones pero, por el momento y aunque tenía interés, otros asuntos más cruciales entonces me impidieron analizar el de nuestro pueblo: terminar la carrera a la vez que trabajaba, tres traslados (Hinojal, Puerto de Santa María y Navalmoral de la Mata), una familia numerosa, preparación del Trabajo Fin de Carrera (“Tesina”), que me llevó diez años de investigación, pero que proporcionó la calificación de Sobresaliente y la designación como responsable de Estación Meteorológica de la AEMET en Navalmoral, preparar las oposiciones de profesor de Secundaria, que logro a la primera (con una excelente puntuación, lo que me permitió continuar en la localidad hasta mi jubilación, en el IES Zurbarán).

Hace 25 años me nombran por unanimidad de la Corporación “Cronista Oficial” de Navalmoral, lo que incrementa mi actividad, al margen de la docencia.

Una vez que voy ultimando proyectos y funciones, vuelvo a reiniciar mis trabajos sobre mi pueblo natal, a la vez que me encargan al comenzar este siglo que inicie los trámites para que la fiesta de nuestros “Negritos” fuera declarada de Interés Regional: numerosos viajes a Montehermoso y Mérida, entrevistas con el Director general de Turismo y el propio consejero (con el que tenía una gran amistad, porque fuimos compañeros de estudio en la UEx); aun sabiendo que no nos lo concederían hasta que no hubiera un cambio de gobierno municipal, como así sucedió (pero yo me tuve que enterar por la prensa, aunque

Los Negritos, mi gran amigo Juan Jesús –que debería ser nombrado Cronista Oficial de Montehermoso, pero ya…– y “Andares” sí me lo reconocieron…). Pueblo inmerso en demasiados y erróneos bulos: los citados dólmenes, La Puente y Fuente del Ronco, Los Negritos, la Gorra,

Historia, Artesanía, etc. (todos los años presento en los citados Coloquios de Extremadura una ponencia sobre nuestro pueblo). Dejando para el final el asunto que tratamos hoy, dada su complejidad: nadie sabía nada (parecía la “omertá” siciliana), ni dentro ni fuera de la localidad.

Pero la paciencia y la ayuda de buenos expertos amigos o conocidos (caso de mi gran amigo y excompañero docente, el doctor en Prehistoria D. Antonio González Cordero, que publicó en 1988 el primer trabajo sobre este verraco, de acuerdo con los datos de Callejo; o la investigadora de CSIC, Guadalupe López Monteagudo, que lo studio in situ en 1989) me fueron encaminando hacia la meta: a mediados de los años 90 (me informan que en 1996 ya estaba allí) fue vendido por sus poseedores a un conocido coleccionista de Ampudia (Palencia), en cuyo castillo está (colección privada Eugenio Fontaneda).

Nadie se preocupó por evitarlo: ni alcaldes o concejales de Cultura, Museo de Cáceres y Patrimonio de la Junta (todos ellos responsables de estos temas). Y, cuando éstos últimos lo hicieron, hace dos años y tras nuestro interés, ya era demasiado tarde: el “delito” ya había prescrito.

Y, entonces, ¿qué nos queda? Pues sólo tres cosas: consolarse con estas imágenes, viajar para verlo al castillo de Ampudia (cerca de Palencia) o pactar con su propietario su devolución (aunque en este supuesto iría al Museo de Cáceres).

Yo, como historiador y montehermoseño, he cumplido con lo que me propuse y es mi obligación moral; aunque siento no haberme movilizado antes, pero mi agenda está a tope. Además, mis paisanos tienen derecho a conocer su rico patrimonio.

 

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